12/9/14

CSNY 1974: el último verano hippy


"Too late to keep the change
Too late to pay
No time to stay the same
Too young to leave"
Crosby, Stills, Nash & Young , Country Girl

No es casualidad que a Crosby, Stills, Nash & Young se le considere la banda por excelencia de una generación, la hippy, que terminó ahogada en sus propias buenas intenciones. Conocidas son las peleas de egos, riñas y espantadas que ilustran la historia del cuarteto. Sin embargo, bajo esa guerra encubierta, lucha subterránea, siempre permaneció aquella música simple y armoniosa, construida sobre cuatro voces cantando al unísono. Algo parecido se podría decir de aquella bisagra que une el final de los sesenta con el comienzo de los setenta. Con Woodstock, Mayo del 68 y la lucha por los derechos civiles suministrando la dosis justa de esperanza, a nadie se le escapa que aquellos fueron tiempos teñidos de rojo. Marthin Luther King Jr., los soldados americanos en las selvas de Vietnam, los estudiantes tiroteados en la universidad de Kent, Meredith Hunter ante la atenta mirada de Mick Jagger.

De aquel cierre amargo de una década convulsa parecía hablar el cuarteto en Déjà Vu. Como aquella columna multicolor hippy, el grupo se había juntado casi por casualidad, buscando refugio tras abandonar sus respectivas bandas. La química, repentina, encendió al chispa y en apenas unos meses David Crosby, Stephen Stills y Graham Nash ya tenían registradas las canciones de su primer álbum conjunto. Sin embargo, ante la idea de presentar los temas en directo, la nueva formación se encontró con la necesidad de encontrar nuevos colaboradores. Varias fueron las propuestas (George Harrison, Dave Mason y John Sebastian entraron en la puja), aunque el elegido terminaría siendo un Neil Young que ya había compartido melodías (y roces) con Stills en Buffalo Springfield.

Convertidos al instante en estrellas de la industria del disco, en su primera gira el cuarteto fue testigo de cómo el sueño hippy se desmoronaba en apenas unos pocos meses. Del júbilo de Woodstock a la violencia del festival de Altamont, pasando por aquellos trágicos sucesos en Kent a los que Neil Young pondría banda sonora en Ohio. Con ella el canadiense, poco dado a la nostalgia, bajaba el telón. Adiós al espejismo pacifista. La puñetera realidad se encargaba, una vez más, de poner las cosas en su sitio. El poder, el gobierno, las fuerzas represoras a un lado de la valla. Al otro, los estudiantes, los obreros, los oprimidos, las minorías, los que no se ajustaban al modelo de hombre blanco orgulloso de su patria. “Tin soldiers and Nixon coming. We're finally on our own” cantaba Young en la estrofa. Estamos solos, nuestra novia se ha largado o ha muerto de sobredosis, los soldados de Vietnam vuelven para ingresar en el pabellón psiquiátrico y nosotros nos refugiamos en una casa al final de la carretera. “Our house is a very, very fine house with two cats in the yard. Life used to be so hard, now everything is easy, 'cause of you.”

No sería la única vez que el cuarteto afilaría su pluma política. Find the coast of freedom (editada originalmente como cara B de Ohio) y 4+20, ambas escritas por Stills, parecían hechas para encabezar la edición dominical del periódico. Déjà Vu, la canción que daba título al segundo álbum de la banda, mostraba a un David Crosby despejando la nube de marihuana y LSD que había llenado San Francisco durante buena parte de los sesenta. Un cierto aire de nostalgia aparecía en aquellas voces. Una cierta decepción por aquellos que pudo ser y no fue. El final estaba cerca. Al invierno siguiente el cuarteto se disolvía, más interesado en dar rienda suelta a sus respectivos proyectos que en mantener aquella tregua a cuatro bandas.

En 1971 Neil Young entregaba su registro más dulce (After The Gold Rush) para más tarde convertirse en número 1 (Harvest) y protagonizar una de las primeras notas al margen de su carrera con aquella “trilogía de la cuneta”. Stephen Stills presumía de virtuosismo junto a Eric Clapton, Jimi Hendrix o en su nuevo proyecto de acento sureño, bautizado como Mannassas. Crosby y Nash, los únicos que parecían interesados en explotar la química de las armonías vocales, se embarcaban en varias giras a la limón mientras debutaban con registros en solitario. Nada hacía presagiar el regreso de los cuatro a un estudio. Y mucho menos que, esos mismo cuatro, se enfrascaran en la gira más multitudinaria hasta la fecha.


Pero, claro, con Crosby, Stills, Nash & Young resulta difícil prever algo. Una llamada, una tímida declaración de buenas intenciones, pusieron a los cuatro en la pista. Las sesiones para el frustrado Human Highway en Hawaii sirvieron de calentamiento. Y a comienzos de 1974, casi por sorpresa, la maquinaria volvía a ponerse en marcha. Por delante, 31 conciertos en dos meses, con un finale en el británico estadio de Wembley. La envergadura del asunto todavía provoca ríos de tinta hoy en día, a pesar de que el espectador medio ya esté acostumbrado a semejantes derroches escénicos. Sin embargo, para mediados de los setenta aquel tour era una apuesta arriesgada. Hasta la fecha sólo los Beatles se habían atrevido a protagonizar una gira similar. Y la aventura había terminado con la renuncia de los fab four a tocar en directo. No era el caso de CSNY. Espoleados por una buena suma de dinero, el cuarteto vio ante sí una última oportunidad para resucitar el espíritu generoso de los sesenta.

Claro que, muchas cosas habían cambiado desde que la banda se subiera por última vez a un escenario. El escándalo Watergate había suministrado más gasolina al cinismo nacional y la crisis económica se había encargado de borrar el optimismo de tiempos pasados. Las estrellas de rock, antaño antorchas contra el establishment, se habían convertido en nuevos ricos, dinosaurios, ídolos subidos a pedestales. También Crosby, Stills, Nash & Young, claro. En aquella gira de 1974 no faltaron las limusinas, el polvo blanco y la compañía femenina. Para todos menos para el canadiense Neil. En uno de sus habituales escapadas, Young decidió seguir la gira a solas con su furgoneta, viajando de ciudad a ciudad con su familia, empapándose de ese espíritu nocturno y nómada que impregnaba su reciente Tonight's The Night.

Quizás sería esta renuncia a seguir las marcas establecidas la que haría que el canadiense suministrara el material más potente de la gira. Alienado por una industria incapaz de absorber el torrente de talento que salía de su guitarra, Young decidió tomar el desvío más cercano al fracaso. Sus canciones, afectadas, sin el brillo de antaño, sonaban envenenadas. On The Beach, grabado unos meses antes, mostraba su intención de perderse por el camino y refugiarse en sus demonios internos. Time Fades Away (en el limbo de los discos malditos del canadiense) chocaba de frente contra su público. Ese mismo que le reía las gracias cuando cantaba Goodbye Dick (dedicada al recién dimitido Nixon) o aplaudía sus excursiones eléctricas en Pushed It Over End. Éxitos como Old Man o Helpless seguían ahí, formando parte de su repertorio, pero algo de ese tono pesado parecía haberse filtrado en sus acordes.

No sería la única novedad que traería la gira de 1974. Con conciertos que superaban las tres horas de duración, la vieja dicotomía acústico-eléctrico registrada en el directo de 1971 (4 Way Street) parece romperse aquí. Los músicos entran y salen a escena, comparten canciones, arriman el hombro para sacar adelante un repertorio inabarcable, fruto de cuatro compositores en su mejor momento creativo. Desde la lisergia controlada de David Crosby en Carry Me, pasando por el pop de conciencia política de Nash en Prison Song, el virtuosismo de Stills en My Angel o el sonido mercurial de Young en Traces. La idea de jugar con los arreglos, dar la vuelta a las canciones (sólo hace falta escuchar la inicial Love The One You're With) sirve de acicate para unos músicos que, más allá del incentivo económico, necesitaban volver a sentirse vivos.

Puede que todos ellos hubieran acusado el golpe de ver cómo el sueño hippy se había esfumado, sin embargo, las canciones del reciente CSNY 74 dan para más que para lamerse las heridas. Aquí encontramos a un cuarteto creando música poderosa, sugerente, hecha para llenar estadios, sí, pero también para conmover a aquellos que pensaban que la inocente química del rock era cosa del pasado. Por encima del ruido y las cicatrices, de los egos y las decepciones, esas cuatro voces seguían cantando juntas.

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