30/9/14

La ciudad de la que Quique huyó


Hace tiempo que Quique González dejó de esperar a que llegara su tren. Dieciocho años atrás, cuando todavía nadie conocía su firma, decidió largarse de Londres. Atrás no dejó prácticamente nada. Sin embargo, en ese portazo, que sólo él oyó, había una lista completa de sueños que cumplir. El primero, hacer canciones. “Cuando no tienes nada, no tienes nada que perder”, cantaba Dylan en Like A Rolling Stone. El Quique que regresaba a Madrid con las maletas vacías huía de una ciudad a la que nada debía. Hoy, recién cumplidos los cuarenta, el madrileño todavía puede sentirse igual de ligero. Y es que pocos artistas a su edad pueden mantener la cabeza bien alta sin haber renunciado a los principios de su oficio. Esto es, seguir haciendo canciones para que la gente las escuche. Sin cuentas abultadas de por medio, ni miedo al qué dirán.

Como el título de su reciente single, Quique González parece asentado en aquella clase media de la escena musical española. Con la suficiente envergadura como para poner su nombre en los alto de las listas de ventas (aunque esto, a estas alturas del cuento, sea algo relativamente sencillo), pero sin perder la ilusión del principiante. Su antaño inseguridad, siempre disfrazada de gratitud e inocencia, le valió unos cuantos disgustos en el pasado. Él, con las ideas claras, decidió a pesar de todo seguir su camino. Ese que le ha llevado a grabar sus dos últimos trabajos en Nashville junto a Brad Jones o el que en unas semanas le hará compartir escenario con José Ignacio Lapido (otro forajido, sin más deudas que sus canciones).

De esa travesía el madrileño mantiene esas maneras de pandillero de barrio. Orgulloso del grupo que le acompaña, haciendo cómplice al resto de una victoria que, sin ellos, habría resultado un poco más amarga. La amistad, esa que hila Delantera Mítica, por encima de todo. Aunque, al mismo tiempo, consciente de que nada habría sido posible si no hubiera alguien al otro lado, se deja llevar por el furor del momento. Atiende una petición cuando canta Aunque tú no lo sepas, a solas, como cuando comenzaba a empuñar su guitarra en los garitos de Madrid. Deja al público que complete la letra de Vidas cruzadas, como si, de tantas veces tocada en directo, ya no le perteneciera. Se rinde a la evidencia cuando cierra la noche con Y los conserjes de noche, acaso su gran himno.

No será su concierto en Londres una excepción a la regla. Quique ha aprendido a creerse su buen momento. Tanto que es capaz de comenzar la velada con La Fábrica, Parece Mentira y ¿Dónde está el dinero?, tres arañazos de ese González aguerrido, compositor de nuevo cuño capaz de apretar los dientes. Acostumbrados a ese Quique contenido y sobrio, resulta revelador descubrirle guitarra eléctrica en mano, cantándole a los “gángsters y trileros”, a los vendedores de humo. Un Quique más escorado en lo político, dirán algunos. Poco importa. Si algo ha conseguido el madrileño es que todos terminen uniéndose a su causa. Puede que muchos desconozcan esos John WayneChristopher Walker que salpican su cancionero, al final todos juntos cantan aquello de “la suerte es una ramera de primera calidad”.

Delantera Mítica, la pieza que da nombre a su último trabajo, marcará el primer éxtasis de la noche, prueba definitiva de que González ha amasado un repertorio diverso, intenso, con aristas suficientes para enganchar al melómano, al que canta con su chica, al que se abraza al compañero de al lado. Cuando estés en vena demuestra que, a pesar de las dudas que surgieron en su momento, Daiquiri Blues es un disco ganador, con músculo y un puñado de clásicos instantáneos. Miss Camiseta Mojada y Hotel Los Ángeles suenan gamberras, con Quique (por fin) seguro de sus maneras de rockero. Te Lo Dije liquida su deuda con ese sonido americano que lleva nutriendo sus melodías desde hace años. Kamikazes Enamorados confirma que, aunque versátil, la voz del artista siempre estuvo hecha para los medios tiempos, ese terreno en el que los buenos marcan diferencias con los mejores.

La ruleta termina siempre dejando como resultado a un Quique en el centro de la escena. Héroe acompañado de sus fieles pistoleros. Su guitarra ha aprendido a marcar el tempo de las canciones. Los arreglos, lejos de emborronar el conjunto, suman atributos a unos canciones que, ahora sí, no son condenas para el artista. Él las deja crecer, manteniendo el esqueleto, pero cambiando el trazo. Así, Dallas-Memphis suena a despedida, a ranchera que anuncia el final de la madrugada. La Ciudad del Viento cambia sus maneras honky-tonk por una sencilla y efectiva balada. Clase Media, sin duda su canción más ambiciosa, hace las veces de escaparate de sus habilidades como artesano de la canción, apuntando sin miedo (“la juventud se quema y los que quedan se dirigen al norte”). Al final Quique terminará elevando el puño; disfrutando de una victoria en aquella ciudad que le vio huir, para volver a triunfar.

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