Solomon Burke fue una figura inmensa. No sólo en el sentido físico (los que tuvieron la suerte de verle en directo durante sus últimos años de vida le recordarán sentado en aquel trono, ejerciendo de de horondo rey del rock&soul), sino también en el plano espiritual. El de Philadelphia siempre intento beberse la vida a grandes sorbos. Se casó cuatro veces, tuvo 14 hijos, 90 nietos, fundó su propia Iglesia, una empresa funeraria y hasta tuvo tiempo de editar más de una treintena de referencias discográficas. Sería esto último lo que le colocaría en el corazón de muchos, en la historia de un género -el soul- que el mismo ayudaría a modular a comienzos de los sesenta con aquellos discos para la Atlantic.
Sin embargo, aunque Burke compartiera
espacio con muchos de los pioneros de aquel sonido nacido en el sur
de Estados Unidos, se las arregló para transitar por vías
inexploradas. Consciente de que el futuro de la música negra pasaba
por acercarse al (más pudiente) público blanco, nunca olvidó, a
pesar de todo, su pasado como predicador, imprimiendo ese estilo
profundo, de sermón dominical, a sus interpretaciones. Sería
precisamente la mezcla de estos dos elementos -el sacro y el profano,
el gospel y el country&western- la que daría forma a una figura
única en el negociado del soul. Una especie de James Brown
eclesiástico, un Otis Redding cocinado a fuego lento, un Wilson
Pickett de poso profundo.
No obstante, ya sabemos cómo ha
tratado la Historia a los padres de la música negra. Fragmentada,
llena de fallas y expoliada a base de recopilatorios de saldo, pocos
son las artistas de esa primera oleada que han envejecido para ver
cómo su obra recibía el tratamiento que se merecía por parte de la
industria. Incluido el propio Solomon Burke, del que, si excluimos
aquel inicial Rock 'n' Soul de 1964 y el siempre reivindicable Proud
Mary, única referencia para el sello Bell, poco más se puede
encontrar en las cubetas de cualquier tienda al uso. Un cómputo a
todas luces insuficiente para una obra rica en cantidad y calidad.
No, no se trata aquí de trastear en su
discografía, desempolvar singles arrinconados en la oscuridad,
reivindicar su obra en los ochenta; una década que, como para tantos
otros de los pioneros, fue discreta para Burke. Ahí están las
tiendas, las hemerotecas, las enciclopedias, el océano digital, para
bucear en sus canciones, en sus idas y venidas, en sus
interpretaciones colosales. Quien quiera peces, que se remangue la
camisa y meta las manos hasta el fondo. Allí encontrará luces y
sombras, destellos capaces de echar la casa abajo, alguna que otra
interpretación rutinaria -las menos, todo hay que decirlo-, joyas a
reivindicar para una futura historia de la música popular. Sin
embargo, más allá de estos picos y fallas, conviene abrir el foco,
descubrir por qué, todavía hoy, algunos consideran a Solomon Burke
el más grande artista soul de todos los tiempos.
Supongo que no será por su éxito,
claro. Cuando en 2002 un veterano Burke ganaba el Grammy por Don't
Give Up On Me pocos eran los que recordaban a aquel artista
corpulento. Muchos menos los que hubieran apostado un duro porque el
viejo Solomon tuviera fuerzas para entonar un último gran sermón.
Pero ahí estaba el disco para cerrar unas cuantas bocas. Un álbum
de textura barnizada, que entra suave y profundo, como un trago de
bourbon a altas horas de la madrugada. Joe Henry, el gran Joe Henry,
firma la producción y confirma su título de gran
erudito de la tradición norteamericana invitando a lo mejor de una
generación de escritores de la canción. Burke, bragado en mil
batallas, no falla ni una interpretación. Claro que, con el material
de Dylan, Morrison, Costello, Waits y compañía en el maletero, era
de esperar que el soulman lo clavara.
En Don't Give Up On Me las tenemos
suplicantes (la canción titular), con la fiereza de un león
(Stepchild) o con un Burke lamiéndose las heridas tras la batalla
(Soul Searchin'). Al final, más por dulce que por combativo, uno se
queda con el brillante optimismo de The other side of the coin (la
firma la pone el tipo más sencillamente brillante del pop inglés,
Nick Lowe). Ya saben, hasta el predicador más beato puede a veces
equivocarse. Lo importante, como siempre, es saber rectificar, hacer
inventario de errores y caídas. La biografía de Solomon Burke está
llena de ellos. Pero, ay, se los perdonamos cada vez que entona
aquellos versos redentores.
If I'd done all the things they say I've done
I'd be in the ground or somewhere on the run
Take a look before you close the book
Look at the other side of the coin
Yes, there's much in life for which I could have done
But let him without sin cast the first stone
Before you do, there's a point of view
On the other side of the coin
I'm just a man sometimes foolish and proud
Bull all too quick they say to play up to the crowd
But before you judge me, if judge ye must
Take your time, be sure that the verdicts is judge
Before you do, there's one point of view
Can you stand up and say justice was done today
And that I was wrong, so wrong, before you see what's going on
The other side of the coin, the other side of the coin
If I'd done all the things they say I've done
I'd be in the ground or somewhere on the run
Take a look before you close the book
Look at the other side of the coin
Yes, there's much in life for which I could have done
But let him without sin cast the first stone
Before you do, there's a point of view
On the other side of the coin
I'm just a man sometimes foolish and proud
Bull all too quick they say to play up to the crowd
But before you judge me, if judge ye must
Take your time, be sure that the verdicts is judge
Before you do, there's one point of view
Can you stand up and say justice was done today
And that I was wrong, so wrong, before you see what's going on
The other side of the coin, the other side of the coin
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