25/1/15

Jason Molina: la verdad y nada más que la verdad


De alguna manera el blues y las películas del oeste forman parte de una misma disciplina. Esto es, el arte de la repetición, la insistencia en un mismo argumento, la creencia en que la misma materia prima es capaz de seguir dando frutos durante décadas. El eterno retorno de lo mismo. El poder reconfortante de aquello que siempre permanecerá en orden. En el corazón del blues yace la confirmación: por mucho que lo intentemos, las cosas seguirán siendo iguales. Los desdichados seguirán siendo desdichados, esos doce compases seguirán repitiéndose eternamente hasta el fin de los días. Algo parecido ocurre con los personajes de las películas de indios y vaqueros. Kirk Douglas y John Wayne, leyendas del celuloide, parecen condenados a cumplir una y otra vez el mismo papel. Trágico castigo para dos tipos que supieron hacer del arte de repetirse una virtud.

Lo curioso es que, a pesar de lo que muchos puedan pensar, hay algo auténtico en esta forma de actuar. Un tipo de verdad que no entiende de épocas ni lugares. El séptimo de caballería acudiendo siempre a tiempo para salvar la historia. Jason Molina lo sabía. No de una manera clara. Pero lo sabía. Sólo así se explica que el líder de Songs: Ohia pudiera escribir canciones como Didn't It Rain. “I've seen a good man and a bad man down the same path”. En las composiciones de Molina los caballos cabalgan tristes. También sus jinetes. Sus acordes visten de luto, como si hubieran nacido de las manos de John Lee Hooker o Robert Johnson. Los héroes, los desdichados, comparten carretera en esos paisajes desoladores que trazan sus melodías. Las badlands norteamericanas nunca fueron tan silenciosas.

En Blue Factory Flame, la enésima canción de Songs: Ohia con el color de la tristeza, el azul, estampado en el título, el cantante recita un estribillo casi con resignación. "I am paralyzed by the emptiness". Sin duda esa sensación de soledad, de estancamiento en un cruce de caminos, nunca fue ajena al blues. Sin embargo, lejos de ser evidentes, las referencias a la música de Mississippi parecen enterradas en la obra de Jason Molina. Como si cualquier tipo de anclaje al pasado pudiera pesar demasiado. Como si el autor no fuera capaz de soportar un gramo más de nostalgia. Cross the Road, Molina. Atrévete a seguir adelante con tus miserias y tus miedos, deja que la luz venza sobre la oscuridad. Simple, inocente si quieres, pero verdadero a fin de cuentas. Así fueron siempre las palabras del norteamericano. Directas al grano, dando donde más duele.

El propio Molina, a pesar de todo, no pudo encajar todos los golpes que recibió en vida. Con 39 años, los últimos cinco prácticamente en la sombra, el músico de Ohio se marchaba con graves problemas de salud, la mayoría de ellos causados por su adicción alcohol. Lo fácil, una vez conocido el desenlace, sería hacer autopsia de sus canciones, rebuscar en sus letras pistas de este final trágico. Y, sí, claro que resulta imposible despegar aquel tono sombrío de sus composiciones de una vida que, aunque alegre para muchos de los que le conocieron, siempre tuvo un espacio impenetrable en su interior. Como cuando Molina canta en Blue Chicago Moon. “If the blues are you hunter, then you will come face to face with that darkness and desolation and the endless depression”. Sin embargo, lo que pocos sabían, lo que sólo algunos no se atrevían a descubrir bajo capas y capas de desolación, es que el artista de Ohio era un tipo con esperanza. Un optimista sin causa. “You are not helpless” repite una y otra vez, casi para sí mismo, en esa misma Blue Chicago Moon.

Sin ir más lejos el último disco de Songs: Ohia, el último en incluir aquella denominación en la caratula, toma prestado su título de una vieja canción gospel. Los más maduros recordarán el vídeo de Sister Rosetta Tharpe, la mujer que puso beat a los cantos de iglesia, la voz que marcó a Chuck Berry y Dylan, en un programa de la televisión británica durante el año 1964. Allí, ante un par de centenares de jóvenes británicos que habían aprendido lo que era el blues gracias a bandas locales como los Rolling Stones, la hermana Rosetta dejaría su interpretación de Didn't It Rain para la historia. Con esa voz capaz de aplacar la mayor de las tormentas, con un júbilo que parece acarrear toda la historia de la población negra a sus hombros. “Hemos sufrido durante siglos, pero seguimos aquí, felices de poder cantarle a la tierra y a dios” parece decir la cantante.

Algo de esta sinceridad, de sensación de final de una etapa, planea también sobre el álbum de Songs: Ohia. Molina, cansado de caminar en círculos, toma la ruta más directa al corazón de sus canciones. Esto es, registrarlas directamente, a la primera toma, con todos los músicos tocando al mismo tiempo. Así lo explicaba el propio autor en una entrevista concedida en 2002: “Trato de editar lo menos posible cuando escribo canciones, incluso ahora. Es una manera de mantener las cosas libres y espontáneas, lo que es, en gran medida, mantenerlas cercanas a la tradición blues. Los cantantes de blues, los grandes, empiezan con una idea y avanzan con esa idea durante cinco minutos, cantando en una especie de círculo acerca de esas mismas cinco cosas a las que que quieren llegar. Creo que esa manera libre, circular, abstracta de escribir canciones puede ser una forma muy completa de contar historias y es algo que todos podemos hacer cuando no somos muy auto-conscientes.”

El resultado final, apenas alejado de esas demos incluidas en la reciente edición del álbum, habla por sí solo. Las siete canciones que componen Didn't It Rain forman la colección más honesta y austera que el músico grabara nunca. Molina evita en gran parte del minutaje echar mano de una banda de acompañamiento (tan sólo Blue Factory Flame y Blue Chicago Moon incluyen una sección rítmica), poniendo el acento en esas letras crudas y sinceras. No hay espacio para la floritura, sólo un escritor de canciones intentando encontrar por fin una verdad a la que agarrarse. Una verdad que, por primera vez, suena reconfortante a pesar del esfuerzo, a pesar de venir acompañada por aquel tempo pausado, aquellas melodías que avanzan a latigazos provocando un nudo en la garganta del que las oye. “No matter how dark the storm gets overhead, they say someone's watching from the calm of the edge”. Molina, el tipo más solitario del folk, descubriendo por fin una mano amiga. Desnudando sus canciones hasta que prácticamente quedan reducidas a cenizas, a una guitarra y una voz rumiando unas cuantas palabras, a una línea recta, a dos luces condenadas a encontrarse tarde o temprano. “I've seen the light of truth...”

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