De alguna manera el blues y
las películas del oeste forman parte de una misma disciplina. Esto
es, el arte de la repetición, la insistencia en un mismo argumento,
la creencia en que la misma materia prima es capaz de seguir dando
frutos durante décadas. El eterno retorno de lo mismo. El poder
reconfortante de aquello que siempre permanecerá en orden. En el
corazón del blues yace la confirmación: por mucho que lo
intentemos, las cosas seguirán siendo iguales. Los desdichados
seguirán siendo desdichados, esos doce compases seguirán
repitiéndose eternamente hasta el fin de los días. Algo parecido
ocurre con los personajes de las películas de indios y vaqueros.
Kirk Douglas y John Wayne, leyendas del celuloide, parecen condenados
a cumplir una y otra vez el mismo papel. Trágico castigo para dos
tipos que supieron hacer del arte de repetirse una virtud.
Lo curioso es que, a pesar de lo que
muchos puedan pensar, hay algo auténtico en esta forma de actuar. Un
tipo de verdad que no entiende de épocas ni lugares. El séptimo de
caballería acudiendo siempre a tiempo para salvar la historia. Jason
Molina lo sabía. No de una manera clara. Pero lo sabía. Sólo así
se explica que el líder de Songs: Ohia pudiera escribir canciones
como Didn't It Rain. “I've seen a good man and a bad man down the
same path”. En las composiciones de
Molina los caballos cabalgan tristes. También sus jinetes. Sus acordes visten de luto, como si
hubieran nacido de las manos de John Lee Hooker o Robert Johnson. Los
héroes, los desdichados, comparten carretera en esos paisajes
desoladores que trazan sus melodías. Las badlands norteamericanas
nunca fueron tan silenciosas.
En Blue Factory Flame, la enésima canción de Songs: Ohia con el color de la tristeza, el azul, estampado en el título, el cantante recita un estribillo casi con resignación. "I am paralyzed by the emptiness". Sin duda esa sensación de soledad, de estancamiento en un cruce de caminos, nunca fue ajena al blues. Sin embargo, lejos de ser evidentes, las referencias a la música de Mississippi parecen enterradas en la obra de Jason Molina. Como si cualquier tipo de anclaje al pasado pudiera pesar demasiado. Como si el autor no fuera capaz de soportar un gramo más de nostalgia. Cross the Road, Molina. Atrévete a seguir adelante con tus miserias y tus miedos, deja que la luz venza sobre la oscuridad. Simple, inocente si quieres, pero verdadero a fin de cuentas. Así fueron siempre las palabras del norteamericano. Directas al grano, dando donde más duele.
En Blue Factory Flame, la enésima canción de Songs: Ohia con el color de la tristeza, el azul, estampado en el título, el cantante recita un estribillo casi con resignación. "I am paralyzed by the emptiness". Sin duda esa sensación de soledad, de estancamiento en un cruce de caminos, nunca fue ajena al blues. Sin embargo, lejos de ser evidentes, las referencias a la música de Mississippi parecen enterradas en la obra de Jason Molina. Como si cualquier tipo de anclaje al pasado pudiera pesar demasiado. Como si el autor no fuera capaz de soportar un gramo más de nostalgia. Cross the Road, Molina. Atrévete a seguir adelante con tus miserias y tus miedos, deja que la luz venza sobre la oscuridad. Simple, inocente si quieres, pero verdadero a fin de cuentas. Así fueron siempre las palabras del norteamericano. Directas al grano, dando donde más duele.
El propio Molina, a pesar de todo, no
pudo encajar todos los golpes que recibió en vida. Con 39 años, los
últimos cinco prácticamente en la sombra, el músico de Ohio se
marchaba con graves problemas de salud, la mayoría de ellos causados
por su adicción alcohol. Lo fácil, una vez conocido el desenlace,
sería hacer autopsia de sus canciones, rebuscar en sus letras pistas
de este final trágico. Y, sí, claro que resulta imposible despegar
aquel tono sombrío de sus composiciones de una vida que, aunque
alegre para muchos de los que le conocieron, siempre tuvo un espacio
impenetrable en su interior. Como cuando Molina canta en Blue Chicago
Moon. “If the blues are you hunter, then you will come face to face
with that darkness and desolation and the endless depression”. Sin
embargo, lo que pocos sabían, lo que sólo algunos no se atrevían a
descubrir bajo capas y capas de desolación, es que el artista de
Ohio era un tipo con esperanza. Un optimista sin causa. “You are
not helpless” repite una y otra vez, casi para sí mismo, en esa
misma Blue Chicago Moon.
Sin ir más lejos el último disco de
Songs: Ohia, el último en incluir aquella denominación en la
caratula, toma prestado su título de una vieja canción gospel. Los
más maduros recordarán el vídeo de Sister Rosetta Tharpe, la mujer
que puso beat a los cantos de iglesia, la voz que marcó a Chuck
Berry y Dylan, en un programa de la televisión británica durante el
año 1964. Allí, ante un par de centenares de jóvenes británicos
que habían aprendido lo que era el blues gracias a bandas locales
como los Rolling Stones, la hermana Rosetta dejaría su
interpretación de Didn't It Rain para la historia. Con esa voz capaz
de aplacar la mayor de las tormentas, con un júbilo que parece
acarrear toda la historia de la población negra a sus hombros.
“Hemos sufrido durante siglos, pero seguimos aquí, felices de
poder cantarle a la tierra y a dios” parece decir la cantante.
Algo de esta sinceridad, de sensación
de final de una etapa, planea también sobre el álbum de Songs:
Ohia. Molina, cansado de caminar en círculos, toma la ruta más
directa al corazón de sus canciones. Esto es, registrarlas
directamente, a la primera toma, con todos los músicos tocando al
mismo tiempo. Así lo explicaba el propio autor en una entrevista concedida en
2002: “Trato de editar lo menos posible cuando escribo canciones,
incluso ahora. Es una manera de mantener las cosas libres y
espontáneas, lo que es, en gran medida, mantenerlas cercanas a la
tradición blues. Los cantantes de blues, los grandes, empiezan con
una idea y avanzan con esa idea durante cinco minutos, cantando en
una especie de círculo acerca de esas mismas cinco cosas a las que
que quieren llegar. Creo que esa manera libre, circular, abstracta de
escribir canciones puede ser una forma muy completa de contar
historias y es algo que todos podemos hacer cuando no somos muy
auto-conscientes.”
El resultado final, apenas alejado de esas demos incluidas en la reciente edición del
álbum, habla por sí solo. Las siete canciones que componen Didn't
It Rain forman la colección más honesta y austera que el músico
grabara nunca. Molina evita en gran parte del minutaje echar mano de
una banda de acompañamiento (tan sólo Blue Factory Flame y Blue
Chicago Moon incluyen una sección rítmica), poniendo el acento en
esas letras crudas y sinceras. No hay espacio para la floritura, sólo
un escritor de canciones intentando encontrar por fin una verdad a la
que agarrarse. Una verdad que, por primera vez, suena
reconfortante a pesar del esfuerzo, a pesar de venir acompañada por
aquel tempo pausado, aquellas melodías que avanzan a latigazos
provocando un nudo en la garganta del que las oye. “No matter how
dark the storm gets overhead, they say someone's watching from the
calm of the edge”. Molina, el tipo más solitario del folk,
descubriendo por fin una mano amiga. Desnudando sus canciones hasta
que prácticamente quedan reducidas a cenizas, a una guitarra y una
voz rumiando unas cuantas palabras, a una línea recta, a dos luces
condenadas a encontrarse tarde o temprano. “I've seen the light of
truth...”
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