Tipos con talento hay muchos.
Malabaristas de la canción, delineantes de las seis cuerdas,
maestros en el noble arte de la composición. Levanta una piedra y
encontrarás un puñado de artistas en busca de una voz propia. Pocas
la encuentran, claro. En este mundo en el que la novedad se
convierte al instante en nostalgia, difícil es discernir entre el
original y la copia, el tipo con duende de verdad y el simple
imitador que se limita a deletrear nota a nota las melodías de su
maestro.
La primera vez que uno escucha la
música de Ryley Walker tiene la sensación de haber recorrido con
anterioridad esos caminos, esas campiñas inglesas de frondosos
verdes, de vacaciones al final del verano y casones con tejados grises. Bert
Jansch, Tim Hardin, Nick Drake vienen a la memoria. Sobre todo este
último, con su técnica depurada y su tristeza contagiosa. Cuando
uno escucha de nuevo All Kinds Of You, el estreno discográfico de
Walker, comienza a captar los pequeños detalles. Un arpegio por
aquí, una voz suave por acá, unos punteos que arrullan por allá.
Es lo que tiene el folk minimalista, el songwriter espartano a solas
con su guitarra, que engaña con su sencillez. Mientras otros optan
por lucir ropas vistosas -los arreglos de cuerda del reciente disco
de Damien Rice, la negritud psicodélica del último trabajo de Ray
Lamontagne- Walker permanece fiel al menos es más.
A pesar de todo, el propio Walker
reconoce que su música tiene algo de virtuosismo, de mago de la
guitarra acústica. No nos importa. Esa aritmética folk a base de
acordes perfectamente perfilados traquetea en Green River Road, se
arruga en Blessings, parece un juego infantil en Tanglewood Spaces.
Geometría de lo simple, cuadratura de un círculo que mira tanto a
la tradición británica como echa mano de los forajidos
norteamericanos. Al final, sorbo a sorbo, uno termina sumergido en
esa bruma que abraza y acuna, suspendido en un tiempo que, sí,
rememora capítulos ya vividos, pero que palpita como si hubiera sido
escrito la noche anterior.
Sin ir más lejos, Primrose Green, el
sencillo que abre al nuevo trabajo de Walker, recuerda a ese
matrimonio entre folk y jazz que Tim Buckley transitó durante buena
parte de su carrera. Al Van Morrison de Astral Weeks. Al otoño y las
hojas apretándose en las copas de los árboles. A Irlanda y
California. Walker descorre las cortinas de su
habitación color sepia, deja correr el viento y permite que los acordes fluyan. Después de
un disco en el que la melancolía ponía la nota dominante, la nueva
referencia del norteamericano asoma en estos fríos días de invierno como antídoto contra la tristeza, con el poder sanador que sólo los
discos hechos para perdurar en el tiempo atesoran.
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