8/1/15

Wilco, cenizas de una banda americana


Son la banda que revolucionó el country alternativo, el grupo que estuvo a punto de sucumbir a la industria para renacer y convertirse en los grandes triunfadores de la última década, el combo capaz de mezclar a Hank Williams con Television, a Nick Drake con The Replacements. Con aquel tipo de mirada apretada al frente, lidiando con frases como “I wonder why we listen the poets if nobody gives a fuck”, Wilco se han convertido en aquel grupo capaz de acompañar a toda una generación. Con todo lo bueno y lo malo que eso conlleva. A ellos les debemos ese rock&roll de raíz americana convertido en reto para el oyente, ese laberinto en el que las cortinas de ruido y las guitarras acústicas, el power-pop soleado y los versos metálicos, comparten partitura. A ellos les debemos un pedazo de nuestra banda sonora.

Con las velas por la celebración de su veinte aniversario todavía humeando, el grupo de Chicago echa un vistazo por el retrovisor con dos recopilatorios que recorren caminos paralelos. Uno con esas canciones esenciales, hits que nunca lo fueron, grueso de una obra con demasiados tentáculos como para ser reducida a la extensión de un tuit. Otro con aquel material desperdigado por singles, epés y bandas sonoras, canciones sin patria clara, huérfanas del envoltorio seguro del elepé, pero con la fuerza suficiente como reivindicar una carretera secundaria en la historia de Wilco. Si es que alguna vez hubo un carril principal. Para una banda efervescente de ideas, inquieta, siempre en continuo vaivén entre los postulados de la melodía y el espíritu audaz de la experimentación, tiene que ser especialmente doloroso hacer inventario. Dejar piezas del puzzle fuera del cuadro. Y es que, ahí radica precisamente la grandeza de los de Chicago.

Su historia, plagada de rincones, historias de relato múltiple, bifurcaciones infinitas, sigue atrayéndonos hoy en día porque dista mucho de tener un final. Cierto es que en los últimos tiempos la formación liderada por Jeff Tweedy acusa cierta fatiga creativa. Cosas de la madurez. Sin embargo, incluso en estos últimos discos, siguen apareciendo aquellos destellos únicos, explosiones incontroladas de talento en los que cualquier cosa puede ocurrir. No, no tomen este veinte aniversario como punto y aparte en la historia de la banda. Ni siquiera como un comienzo de nada. Si algo nos ha enseñado Tweedy es que, incluso bajo los momentos más rutinarios, se esconde una chispa de grandeza.

Algo de esto parece proclamar el reciente Alpha Mike Foxtrot, caja que recopila en cuatro cedés esa historia paralela de la banda. Desde esas dos demos, de apariencia simple, que abren el primer volumen, hasta ese divertimento en forma de canción titulado I love my label, que cierra el último disco, se apelotonan un ejército de canciones. Estampas que, lejos de seguir un hilo único, desbordan cualquier tipo de categorización, clasificación, empaquetado y sellado. Basta echar un vistazo al catálogo de versiones que incluye la compilación. The Band, Doug Sham, Buffalo Springfield, Big Star. Si algo tienen en común todos estos nombres es su carácter forajido, libre, universo propio dentro de la música americana. Como Wilco, dicho sea de paso.

No obstante, la diferencia es que sólo los de Chicago mantienen el telón alzado. Es esa posibilidad de seguir haciendo música lo que les convierte todavía en algo excitante, único, imposible de traficar bajo los postulados de la nostalgia. A Wilco todavía le quedan páginas que escribir en el futuro tomo de la historia musical. El atractivo de lo impredecible. Aunque algunos les acusen de haberse convertido en rock escultura, música distinguida, experimentación al servicio de un espectáculo que ya tienes las cartas marcadas. Sí, el triunfo parece asegurado en un concierto de los de Chicago. Pero no porque el guión esté preestablecido, precisamente. Algunos todavía recordamos aquella gira de 2011 en la que Jeff Tweedy se presentaba guitarra acústica en mano silenciando el griterío durante doce minutos con One Sunday Morning.


En el fondo nada ha cambiado. Al cierre del primer disco de Alpha Mike Foxtrot podemos escuchar al mismo Tweedy, menos canas, misma voz raspada, enlazar una versión acústica de Box Full Letters con sendas interpretaciones de Red-Eyed And Blue y Forget The Flowers. El músico cierra este set a solas con Sunken Treasure, que, aún sin el esqueleto rítmico del resto de la banda, suena excitante, explosiva. Y es que ahí está precisamente el secreto de la química de Wilco. Sus canciones, de apariencia clásica, eterna, esconden siempre la amenaza de lo incontrolable. El éxtasis al final de Impossible Germany (el mejor sólo de guitarra de la época en la que los solos de guitarra parecían haber pasado de moda), Passenger Side convertida en tonada ramoniana, una Hell Is Chrome que corta la respiración.

Sin embargo, atribuir el genio de la banda exclusivamente a sus apariciones en vivo resultaría injusto. Durante años la formación norteamericana ha desarrollado su propia alquimia dentro del estudio, tensión que a veces va más allá de lo musical (basta echar un vistazo a la celebrada cinta I Am Trying To Break Your Heart), pero que termina entregando álbumes desbordantes. Esos trabajos, mitad azar, mitad cabezonería, distan mucho de albergar la redondez exigida por una obra perfecta. ¿Alguno todavía piensa que es posible elegir uno y sólo un disco de los de Chicago? Incluso la suavidad de su debut, a mitad de camino entre el power-pop de Big Star y el enganche country de Uncle Tupelo, descoloca. Después llegarían el mapa de carreteras de Being There, las ensoñaciones pop de Summerteeth, la revisión del mito de las Mermaid Avenue Sessions, la bomba de neutrones de Yankee Hotel Foxtrot, la frialdad de un Tweedy lidiando con la adicción en A Ghost Is Born, el clasicismo con olor a madera de Sky Blue Sky, la sencillez destilada de Wilco (The Album), la madurez combativa de The Whole Love. Canciones. Más canciones. Más canciones. Y lo que queda todavía por llegar.

En True Love Will Found You, una de las grandes sorpresas incluídas en Alpha Mike Foxtrot, una notas sueltas de piano abren la puerta. La voz de Tweedy, cansada pero segura, parece entonar sus últimos versos. “Don't give up until true love will found you in the end”. Aquellas palabras, con sus quince años de idas y venidas, resultan premonitorias. El reproductor salta y aparece una versión acústica de I'm Always In Love. Dos discos después me topo con The Whole Love, canción que daba título al último trabajo de la banda. Vuelvo al principio. Bob Dylan me saluda sonriente en Bob Dylan's 49 Beard, Camera se afila en una de las tomas alternativas de Yankee Hotel Foxtrot (habría que ir pensando en desempolvar estas sesiones para una futura reedición del disco). One True Vine suda soul a lo Van Morrison. Me pierdo otra vez. Sin brújula a la que acudir, sólo queda dejarse llevar.

Conviene, no obstante, tomar cierta distancia después del viaje. Rastrear con paciencia la historia de una formación con epílogo todavía por escribir. Agradecer que se hayan decidido a editar estas piezas de coleccionista. Reliquias que, más allá del atractivo fetichista, completista, enciclopédico, trazan una nueva ruta en la banda sonora de los últimos veinte años. No con una intención nostálgica, sin duda. Más bien, como una celebración de que aquella banda, nacida de las cenizas de otra -Uncle Tupelo-, sigue hoy en pie. Más asentada, menos inocente quizás. Con aquella sabiduría que sólo el peso de los años acarrea. Un poco más viejos, seguro. Pero nada que no podamos echarnos en cara a nosotros mismos, vaya.      

No hay comentarios:

Publicar un comentario