Cantarle a la derrota con alegría. Con rabia y con dulzura. Saldar
cuentas pendientes, luchar y, a pesar de todo, mantener la elegancia
reservada a las grandes damas del soul. Betty LaVette, a
punto de cumplir los 70, es capaz de resumir cincuenta años de carrera
en apenas una hora de concierto. Dejando muescas en el camino en forma
de canciones. Melodías que, puestas una tras otra, conforman ese
catálogo de victorias que nunca ocurrieron, éxitos que se resistieron,
derrotas que, como tantas otras cosas en esta vida, sólo sirven para ser
contadas.
Y es que, más allá de esas interpretaciones sentidas, la cantante de
Detroit vino a Madrid a reivindicar una historia. El relato de aquella
artista testaruda que pudo triunfar pero que terminó en el pelotón de
los olvidados. Al menos hasta que Joe Henry, el gran Joe Henry al que tanto debemos algunos, la recuperó para el gran público con aquel disco de 2005, I’ve got my own hell to rise. Desde ese momento el soul torrencial de Betty LaVette volvió a ocupar pequeñas portadas, escenarios de terciopelo como el madrileño Teatro Lara.
Haciendo suyas canciones oxidadas, enraizadas en el rock, pero con
corazón negro. Creando un repertorio bello y arrugado que sigue sumando
con discos como el recientemente editado Worthy.
Un álbum, este último, que no fue más que una excusa para que la
norteamericana volviera a visitarnos. Apenas un par de cortes al
comienzo del concierto sirvieron para cumplir con las labores de
promoción. En seguida LaVette echó mano de su songbook para regocijo del público. Comenzando por Isn’t It A Pity, el clásico de George Harrison,
que sonó contenida en lo instrumental aunque majestuosa en lo vocal. No
sería la única vez que la cantante recurriría al cancionero de los fab four. It don’t come easy, original de Ringo Starr,
cambió el acento pop por las aguas turbulentas del Mississippi, ayudado
por la interpretación generosa de la guitarra. Más sobria, aunque
igualmente sentida, Love Reign O’er Me sonó a gospel y a alma rota, a una verdad que, como The Who en la toma original, cala hasta los huesos.
Pero si por algo se diferencia LaVette del resto de discípulas de Aretha Franklin es por ser capaz de convertir esa rabia en combustible, por quemar canciones y entregarnos las cenizas. “You got no right to take my joy” insiste en Joy, tomando prestadas las palabras de Lucinda Williams.
Una artista que, como la de Detroit, tuvo que esperar a su madurez para
recoger los frutos de su arte. Ambas le cantan al fracaso con coraje,
representan a esa artista en peligro de extinción sin miedo al qué
dirán. Sólo así se entiende que LaVette rescatara sin rubor su primer sencillo de 1962, My Man-He’s A Loving Man, recuerdo de una inocencia que pronto se esfumó. O que se acordará de aquel primer y único disco que grabó para la mítica casa Motown.
Un álbum que no llegó a nada en su momento, otra espina clavada en la
carrera de la norteamericana. Ella, casi por venganza, acostumbra a
recuperarlo para sus directos con una dosis de veneno, borrando
cualquier signo del sonido amable que siempre marcó a la discográfica de
Detroit.
Antes del final de la noche todavía habría tiempo para nuevas incorporaciones a la lista de deudas pendientes de LaVette. Con Neil Young y su Heart of Gold la
cantante proclamó su amor precoz por el rock, incluso cuando, hace
décadas, era considerado terreno pantonoso para los artistas soul.
También aquella versión de un tema de John Prine,
grabada originalmente en 1972, sirvió para reivindicar el alma oxidada
de su voz con una intepretación austera y dramática. Un drama que
terminaría por desbordarse en A Woman Like Me, aquella canción
que daba nombre a su primer gran disco de madurez y que, casi como un
grito de guerra, bautizaría su libro de memorias. “It’s hard loving a woman, a woman like me” corona en el estribillo una LaVette convertida en femme fatale. Puro melodrama. Tras esa máscara de sufrimiento y esa coraza de blues
se esconde la alegría de una artista que ha encontrado su público. La
lágrima apenas contenida en esa interpretación a capella de I do not want what I haven’t got con la que cerró su concierto en Madrid. “I will take this road much further, though I know not where it takes me” reza la plegaria. Recordando que incluso la carretera de soul tiene sus desvios hacia la victoria.
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