11/10/15

Doug Paisley: una república invisible de canciones

Aquel disco había entrado en casa para quedarse. De puntillas, como aquellas notas de piano que asomaban al comienzo de todo. De hecho, eran ellas, especialmente ellas, las que me obligaban a hacer girar una y otra vez el álbum. Una melodía casual que parecía trazar una imaginaria escalinata de madera, una trampilla que descendía directamente al sótano de Big Pink. Al fin y al cabo el autor de aquella genialidad no era otro que Garth Hudson, arquitecto del sonido de las célebres cintas del sótano. El organista de The Band, en el invierno de su vida pero sereno, demostraba mantener intacta su capacidad para dibujar pentagramas sobre el aire, arpegios hechos de barro. Con él en el estudio de grabación todo encontraba su sitio.

Quizás ese fuera el motivo de que quisiera quedarme a vivir en aquellas canciones. Composiciones cortadas bajo patrones clásicos, moldeadas a la vieja usanza, pero con suficientes manos de barniz como para resultar suaves al tacto. A día de hoy su autor, Doug Paisley, luce barba y rostro afable, como de habitante de una cabaña perdida en mitad del monte canadiense. Como si, aislado del bullicio de la civilización, tuviera tiempo de sobra para practicar día y noche con su guitarra. Y a fé de que así parece. Verle en vivo es apreciar esos dedos que se pierden entre las cuerdas, esas manos que marcan con elegancia cada nota, como si un simple error fuera capaz de echar abajo toda una interpretación. Las canciones de Paisley parecen pequeñas casas en las que cobijarse del frío, caseríos en los que guarnecerse mientras los días pasan.

Quizás por ello quisiera quedarme a vivir en ellas durante el resto del invierno. Adoptar el ritmo de los bosques. Cortar leña, encender el fuego, hacer café. Apreciar el silencio. Ese silencio que, casi como un susurro, marca el pulso invisible de las canciones de Paisley. Es ahí donde radica el gran arte del artista canadiense. Lo que le diferencia de la larga lista de aspirantes a songwriter que cada año surgen como una plaga por los caminos de Norteamérica. Cada giro sobre el mástil de su guitarra, cada vez que cierra la boca para tragar saliva, es oro puro. Y no es que el compositor esté falto de aptitudes vocales. Su voz suena dulce y templada. Su pose, erguido sobre el cuerpo de su instrumento, tiene algo de reverencia, de respeto hacia los maestros que le enseñaron todo lo que sabe. El Neil Young más acústico, las gemas doradas de Gordon Lightfoot, la vieja América que se cuela por las paredes de la casa rosa.

Él, como un jardinero que cuida con mimo sus plantas, cultiva sus raíces hasta que de ellas surge un árbol sano y robusto. Un tronco del que extraer ramificaciones country y savia folk. Canciones misteriosas como un paseo por los bosques altos (To and Fro) o dulces como una tonada para enamorados (Because I Love You), trotonas y ligeras (Radio Girl) o suaves y cadenciosas (What's Up Is Down). Una cosecha recogida pacientemente por el propio Paisley a la que unir los frutos de temporadas pasadas como No One But You o What About Us. Composiciones escritas para una tierra invisible, para esa república de amantes de lo sencillo y lo terrenal. Aquel lugar remoto en el que algunos quisiéramos quedarnos vivir. Al menos hasta que la tormenta amaine.
 lll

2 comentarios:

  1. Gran texto.... y joder, qué rabia me da que no haya pasado por Barcelona.... en realidad exceptos los comerciales y los modernos nadie importante pasa por la ciudad, el rock aquí ha muerto. Larga vida al rock, al folk y a tipos como Paisley.

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  2. Gracias! Tampoco es que en Barcelona estéis faltos de conciertos :) Pero sí que es verdad que parece no haber público para estos conciertos más relajados (aunque los Parson Red Heads de relajados tenían poco). Espero que Doug Paisley vuelva a España (y ya si lo hace con banda me derrito). Saludos amigo Nikochan.

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