Quizás ese fuera el motivo de que
quisiera quedarme a vivir en aquellas canciones. Composiciones
cortadas bajo patrones clásicos, moldeadas a la vieja usanza, pero
con suficientes manos de barniz como para resultar suaves al tacto. A
día de hoy su autor, Doug Paisley, luce barba y rostro afable, como
de habitante de una cabaña perdida en mitad del monte canadiense.
Como si, aislado del bullicio de la civilización, tuviera tiempo de
sobra para practicar día y noche con su guitarra. Y a fé de que así
parece. Verle en vivo es apreciar esos dedos que se pierden entre las
cuerdas, esas manos que marcan con elegancia cada nota, como si un
simple error fuera capaz de echar abajo toda una interpretación. Las
canciones de Paisley parecen pequeñas casas en las que cobijarse del
frío, caseríos en los que guarnecerse mientras los días pasan.
Quizás por ello quisiera quedarme a
vivir en ellas durante el resto del invierno. Adoptar el ritmo de los
bosques. Cortar leña, encender el fuego, hacer café. Apreciar el
silencio. Ese silencio que, casi como un susurro, marca el pulso
invisible de las canciones de Paisley. Es ahí donde radica el gran
arte del artista canadiense. Lo que le diferencia de la larga lista
de aspirantes a songwriter que cada año surgen como una plaga por
los caminos de Norteamérica. Cada giro sobre el mástil de su
guitarra, cada vez que cierra la boca para tragar saliva, es oro
puro. Y no es que el compositor esté falto de aptitudes vocales. Su
voz suena dulce y templada. Su pose, erguido sobre el cuerpo de su
instrumento, tiene algo de reverencia, de respeto hacia los maestros
que le enseñaron todo lo que sabe. El Neil Young más acústico, las
gemas doradas de Gordon Lightfoot, la vieja América que se cuela por
las paredes de la casa rosa.
Él, como un jardinero que cuida con
mimo sus plantas, cultiva sus raíces hasta que de ellas surge un
árbol sano y robusto. Un tronco del que extraer ramificaciones
country y savia folk. Canciones misteriosas como un paseo por los
bosques altos (To and Fro) o dulces como una tonada para enamorados
(Because I Love You), trotonas y ligeras (Radio Girl) o suaves y
cadenciosas (What's Up Is Down). Una cosecha recogida pacientemente
por el propio Paisley a la que unir los frutos de temporadas
pasadas como No One But You o What About Us. Composiciones escritas para una tierra invisible,
para esa república de amantes de lo sencillo y lo terrenal. Aquel
lugar remoto en el que algunos quisiéramos quedarnos vivir. Al menos
hasta que la tormenta amaine.
lll
lll
Gran texto.... y joder, qué rabia me da que no haya pasado por Barcelona.... en realidad exceptos los comerciales y los modernos nadie importante pasa por la ciudad, el rock aquí ha muerto. Larga vida al rock, al folk y a tipos como Paisley.
ResponderEliminarGracias! Tampoco es que en Barcelona estéis faltos de conciertos :) Pero sí que es verdad que parece no haber público para estos conciertos más relajados (aunque los Parson Red Heads de relajados tenían poco). Espero que Doug Paisley vuelva a España (y ya si lo hace con banda me derrito). Saludos amigo Nikochan.
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