Cuando uno escucha por primera vez el
sobrenombre de Donnie Fritts -The Alabama Leaning Man- se imagina
la figura de un cowboy recortada sobre la entrada de un saloon
mientras una voz en off, profunda, casi reverencial, cuenta la
historia de un forajido del sur de Estados Unidos. Podría ser uno de aquellos westerns en los que había participado el propio Fritts y en los que Sam Peckinpah mostraba su visión salvaje y fraternal del lejano oeste. Podría ser también Undeniably Donnie, el recién estrenado documental sobre el músico de Alabama. Un relato que,
más allá del mito, cuenta la historia de este artesano de la
canción que compartió arte junta a toda una generación de artistas
country. Waylon Jennings, Willie Nelson, John Prine. Todos ellos
herederos de la tradición polvorienta pero con una libertad ganada a
base de rodar carreteras y caminos. Cantantes de botas de cuero y
sombrero calado que habían descubierto las bondades de la música
negra en Muscle Shoals, los míticos estudios en los que Donnie
Fritts creció como músico y songwriter.
Uno de estos compañeros de aventuras,
casi un hermano, es el encargado de relatarnos la historia de Fritts
en Undeniably Donnie. Kris Kristofferson, con su voz de predicador
sureño, se llevó de gira al de Alabama a comienzo de los setenta y
ya no le abandonó en cuatro décadas. Sólo él podía poner
palabras a la leyenda de The Alabama Leaning Man. “Él es un
escritor, un recolector, un actor de películas, un misterio. Es una
contradicción andante, mitad verdad, mitad ficción. Cada mañana
sus manos se colocan cerca de las teclas de su piano wurtlitzer. Un
tipo de compositor quizás en peligro de extinción. Dedicado a su
arte y en él por amor. Siempre ha ocupado el mejor sitio de la casa,
sosteniendo el alma que mantiene la música unida.” Cuando me vaya
de este mundo quiero que un amigo ponga voz a mi historia. Sin duda una de
las pocas valiosas a las que uno puede aspirar en esta vida.
Ni que decir hay que, cumpliendo esa
maldición que parece perseguir a muchos de los músicos de estudio y
compositores de aquella época, Donnie Fritts nunca superó la segunda
línea de batalla. Al menos de cara al público. Sus amigos del
gremio le echaron una mano siempre que tuvieron ocasión, como en ese
álbum practicamente coral de 1975 en el que Fritts debutaba bajo su
propia firma. También ensalzaron su arte como compositor incluyendo
alguna de sus canciones en su repertorio regular. Es el caso de
Waylon Jennings, que hizo suyo We Had It All (“I know that we can
never live those times again / So I let my dreams take me back to
where we have been”). O de Arthur Alexander. Aquel Arthur Alexander
que firmó esa rodaja crepuscular del soul de los setenta -“el
disco que hubiera firmado Otis de haber grabado en Abbey Road en
1970” Joserra dixit-. Un álbum que cerraba su primera cara con la versión
canónica de Rainbow, pieza escrita por Dan Penn y el propio Fritts.
A pesar de todo, el antiguo inquilino de Muscle Shoals nunca dejó de
practicar su oficio, el de songwriter, hasta colocarse a la altura
de referentes del género como Dan Penn, Spooner Oldham y Eddie
Hinton. Y a fe que les alcanzó. En su songbook uno encuentra baladas bañadas en blue-eyed
soul, medios tiempos de regusto cowboy y melodías empapadas en el
swamp-rock del Mississippi. Todas ellas parecen tener algo en común:
la amistad, el amor. De ahí, en parte, que le apodaran como The
Leaning Man -que se pude traducir como 'el hombre inclinado', pero
también como 'el hombre apoyado', el que arrima el hombro siempre
que puede-. De ahí, humilde él, que casi nunca apareciera en lo más
alto de la lista de créditos de un disco. Algo que siempre achacó a
esa voz rajada, demasiado aguardientosa para el gusto de la época.
Aunque, conociéndole, no es de extrañar que fuera más una manera
de ceder el protagonismo al verdadero objeto de su arte: la canción.
Por suerte, no hay corazón que el
tiempo no ablande. Si hasta la fecha los discos de Fritts habían
sido una celebración de esa amistad, representada por una larga
lista de invitados que siempre le acompañaban en los créditos; su
colección más reciente es, por fin, una reivindicación de su
propia figura. Titulado Oh My Godness, las doce canciones que contiene este álbum
tienen ese regusto casero, de disco hecho por el placer de tocar. Un
Donnie Fritts sobrio, limpio, sentado a las teclas de su piano
mientras mira al jardín de su casa en Alabama. Un intérprete en el
otoño de su vida que no pretende saldar cuentas pendientes, tan sólo
celebrar que sigue habiendo canciones que cantar.
Le acompaña en este viaje John Paul
White (The Civil Wars), que se encarga de producir la colección.
También The Secret Sisters, Jason Isbell y Dylan LeBlanc aportando
su granito de arena al conjunto. Savia nueva que no evita que el
disco siga sonando a esfuerzo personal del propio Fritts. Como en
Errol Flynn, canción de apertura, en el que el de Alabama adopta
maneras de leyenda a lo Randy Newman. Un tono que baña el resto de
la colección, unas veces sumando el espíritu fronterizo de Ry
Cooder (Tuscaloosa 1962), otras recordando los últimos años de
Levon Helm (Memphis Women and Chicken). También hay tiempo de
remover la poción al ritmo de Nueva Orleans (Foolish Heart) o tomar
prestada la sencillez folk de John Prine (The Oldest Baby In The
World). Siempre manteniendo la voz de Fritts en primer plano, como si
las luces de Muscle Shoals se hubieran apagado y el músico se
hubiera quedado a solas con su teclado en el estudio.
Lay It Down, con sus retales gospel-soul, encajaría como un guante en el repertorio del renacido Bill Fay. Good As New nos recuerda por qué Kris Kistofferson bautizó al teclista con el apodo de Donnie 'Funky' Fritts. Y Choo Choo Train mantiene esa quemazón juvenil de la toma original firmada por The Box Tops. Mención especial merece If It's Really Gotta Be This Way. Escrita a la limón junto a Arthur Alexander, el propio soul-man la había grabado a comienzos de los noventa en una versión cándida, casi pop, que merece la pena escuchar solo por darnos una nueva oportunidad de escuchar aquella voz celestial. Ahora Fritts la recupera en su vejez, al igual que hiciera Alexander, sujetando con optimismo esa letra rota, himno arrugado a la vida vivida con plenitud a pesar de los obstáculos. “You know I've cried but I'll get back” suplica el de Alabama reconociendo errores, admitiendo que, a pesar de todo, siempre quedará esa amistad. Esas noches cantando old love songs al calor de un piano. “Oh my godness, it's such a lovely world”. Y que lo digas, Donnie. Y que los digas.
Lay It Down, con sus retales gospel-soul, encajaría como un guante en el repertorio del renacido Bill Fay. Good As New nos recuerda por qué Kris Kistofferson bautizó al teclista con el apodo de Donnie 'Funky' Fritts. Y Choo Choo Train mantiene esa quemazón juvenil de la toma original firmada por The Box Tops. Mención especial merece If It's Really Gotta Be This Way. Escrita a la limón junto a Arthur Alexander, el propio soul-man la había grabado a comienzos de los noventa en una versión cándida, casi pop, que merece la pena escuchar solo por darnos una nueva oportunidad de escuchar aquella voz celestial. Ahora Fritts la recupera en su vejez, al igual que hiciera Alexander, sujetando con optimismo esa letra rota, himno arrugado a la vida vivida con plenitud a pesar de los obstáculos. “You know I've cried but I'll get back” suplica el de Alabama reconociendo errores, admitiendo que, a pesar de todo, siempre quedará esa amistad. Esas noches cantando old love songs al calor de un piano. “Oh my godness, it's such a lovely world”. Y que lo digas, Donnie. Y que los digas.
lll
Lo tengo en escucha, un tipo con muchas tablas y un disco de primera, no apto para orejas mediocres. Salud
ResponderEliminarEl disco es maravilloso. Un acierto dejar la mayoría de las canciones desnudas y casi sin arreglos. Y la selección de temas es fabulosa. Junto con el de Bill Fay, lo mejor de la sección veteranos en este 2015. Saludos.
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