15/10/15

Donnie Fritts, el vaquero que le cantaba a la amistad


Cuando uno escucha por primera vez el sobrenombre de Donnie Fritts -The Alabama Leaning Man- se imagina la figura de un cowboy recortada sobre la entrada de un saloon mientras una voz en off, profunda, casi reverencial, cuenta la historia de un forajido del sur de Estados Unidos. Podría ser uno de aquellos westerns en los que había participado el propio Fritts y en los que Sam Peckinpah mostraba su visión salvaje y fraternal del lejano oeste. Podría ser también Undeniably Donnie, el recién estrenado documental sobre el músico de Alabama. Un relato que, más allá del mito, cuenta la historia de este artesano de la canción que compartió arte junta a toda una generación de artistas country. Waylon Jennings, Willie Nelson, John Prine. Todos ellos herederos de la tradición polvorienta pero con una libertad ganada a base de rodar carreteras y caminos. Cantantes de botas de cuero y sombrero calado que habían descubierto las bondades de la música negra en Muscle Shoals, los míticos estudios en los que Donnie Fritts creció como músico y songwriter.

Uno de estos compañeros de aventuras, casi un hermano, es el encargado de relatarnos la historia de Fritts en Undeniably Donnie. Kris Kristofferson, con su voz de predicador sureño, se llevó de gira al de Alabama a comienzo de los setenta y ya no le abandonó en cuatro décadas. Sólo él podía poner palabras a la leyenda de The Alabama Leaning Man. “Él es un escritor, un recolector, un actor de películas, un misterio. Es una contradicción andante, mitad verdad, mitad ficción. Cada mañana sus manos se colocan cerca de las teclas de su piano wurtlitzer. Un tipo de compositor quizás en peligro de extinción. Dedicado a su arte y en él por amor. Siempre ha ocupado el mejor sitio de la casa, sosteniendo el alma que mantiene la música unida.” Cuando me vaya de este mundo quiero que un amigo ponga voz a mi historia. Sin duda una de las pocas valiosas a las que uno puede aspirar en esta vida.

Ni que decir hay que, cumpliendo esa maldición que parece perseguir a muchos de los músicos de estudio y compositores de aquella época, Donnie Fritts nunca superó la segunda línea de batalla. Al menos de cara al público. Sus amigos del gremio le echaron una mano siempre que tuvieron ocasión, como en ese álbum practicamente coral de 1975 en el que Fritts debutaba bajo su propia firma. También ensalzaron su arte como compositor incluyendo alguna de sus canciones en su repertorio regular. Es el caso de Waylon Jennings, que hizo suyo We Had It All (“I know that we can never live those times again / So I let my dreams take me back to where we have been”). O de Arthur Alexander. Aquel Arthur Alexander que firmó esa rodaja crepuscular del soul de los setenta -“el disco que hubiera firmado Otis de haber grabado en Abbey Road en 1970” Joserra dixit-. Un álbum que cerraba su primera cara con la versión canónica de Rainbow, pieza escrita por Dan Penn y el propio Fritts.

A pesar de todo, el antiguo inquilino de Muscle Shoals nunca dejó de practicar su oficio, el de songwriter, hasta colocarse a la altura de referentes del género como Dan Penn, Spooner Oldham y Eddie Hinton. Y a fe que les alcanzó. En su songbook uno encuentra baladas bañadas en blue-eyed soul, medios tiempos de regusto cowboy y melodías empapadas en el swamp-rock del Mississippi. Todas ellas parecen tener algo en común: la amistad, el amor. De ahí, en parte, que le apodaran como The Leaning Man -que se pude traducir como 'el hombre inclinado', pero también como 'el hombre apoyado', el que arrima el hombro siempre que puede-. De ahí, humilde él, que casi nunca apareciera en lo más alto de la lista de créditos de un disco. Algo que siempre achacó a esa voz rajada, demasiado aguardientosa para el gusto de la época. Aunque, conociéndole, no es de extrañar que fuera más una manera de ceder el protagonismo al verdadero objeto de su arte: la canción.

Por suerte, no hay corazón que el tiempo no ablande. Si hasta la fecha los discos de Fritts habían sido una celebración de esa amistad, representada por una larga lista de invitados que siempre le acompañaban en los créditos; su colección más reciente es, por fin, una reivindicación de su propia figura. Titulado Oh My Godness, las doce canciones que contiene este álbum tienen ese regusto casero, de disco hecho por el placer de tocar. Un Donnie Fritts sobrio, limpio, sentado a las teclas de su piano mientras mira al jardín de su casa en Alabama. Un intérprete en el otoño de su vida que no pretende saldar cuentas pendientes, tan sólo celebrar que sigue habiendo canciones que cantar.

Le acompaña en este viaje John Paul White (The Civil Wars), que se encarga de producir la colección. También The Secret Sisters, Jason Isbell y Dylan LeBlanc aportando su granito de arena al conjunto. Savia nueva que no evita que el disco siga sonando a esfuerzo personal del propio Fritts. Como en Errol Flynn, canción de apertura, en el que el de Alabama adopta maneras de leyenda a lo Randy Newman. Un tono que baña el resto de la colección, unas veces sumando el espíritu fronterizo de Ry Cooder (Tuscaloosa 1962), otras recordando los últimos años de Levon Helm (Memphis Women and Chicken). También hay tiempo de remover la poción al ritmo de Nueva Orleans (Foolish Heart) o tomar prestada la sencillez folk de John Prine (The Oldest Baby In The World). Siempre manteniendo la voz de Fritts en primer plano, como si las luces de Muscle Shoals se hubieran apagado y el músico se hubiera quedado a solas con su teclado en el estudio. 

Lay It Down, con sus retales gospel-soul, encajaría como un guante en el repertorio del renacido Bill Fay. Good As New nos recuerda por qué Kris Kistofferson bautizó al teclista con el apodo de Donnie 'Funky' Fritts. Y Choo Choo Train mantiene esa quemazón juvenil de la toma original firmada por The Box Tops. Mención especial merece If It's Really Gotta Be This Way. Escrita a la limón junto a Arthur Alexander, el propio soul-man la había grabado a comienzos de los noventa en una versión cándida, casi pop, que merece la pena escuchar solo por darnos una nueva oportunidad de escuchar aquella voz celestial. Ahora Fritts la recupera en su vejez, al igual que hiciera Alexander, sujetando con optimismo esa letra rota, himno arrugado a la vida vivida con plenitud a pesar de los obstáculos. “You know I've cried but I'll get back” suplica el de Alabama reconociendo errores, admitiendo que, a pesar de todo, siempre quedará esa amistad. Esas noches cantando old love songs al calor de un piano. “Oh my godness, it's such a lovely world”. Y que lo digas, Donnie. Y que los digas.
lll

2 comentarios:

  1. Lo tengo en escucha, un tipo con muchas tablas y un disco de primera, no apto para orejas mediocres. Salud

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  2. El disco es maravilloso. Un acierto dejar la mayoría de las canciones desnudas y casi sin arreglos. Y la selección de temas es fabulosa. Junto con el de Bill Fay, lo mejor de la sección veteranos en este 2015. Saludos.

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