Como el alfarero que emplea sus manos
para dar forma al barro, el arte de Howe Gelb tiene mucho de ensayo y
error. De imaginar una silueta sobre el material blando. A ratos
también me gusta compararla con la labor del constructor.
Arquitectura apoyada sobre los pilares de la tradición americana a
la que Gelb ha ido añadiendo poco a poco habitaciones de invitados.
Una dedicada al rock furioso, otra a la música mestiza llegada
desde el otro lado de la raya, un ala al final del pasillo consagrada
al jazz bohemio. A día de hoy, aquella casa modesta que Gelb comenzó
a levantar en Tucson, allí donde las tierras de Arizona se abrazan
con las llanuras de México, permanece orgullosamente inacabada.
Y no será por falta de oficio. El
itinerio sonoro que el norteamericano ha trazado en estos treinta
años junto a Giant Sand recorre buena parte de los estilos que han
marcado la banda sonora de la época. Si sus primeros discos bebían
del Nuevo Rock Americano, cuando no directamente de las enseñanzas
de Steve Wynn; con el cambio de década aquel country enrabietado se
aliaba con la ola grunge para facturar un discurso propio. Aquello
llegaría con discos como The Love Songs o Center Of The Universe, en los que
esa querencia por el Lou Reed más aullador se transformaba en un
cancionero que parecía firmado por unos Replacements puestos de
peyote en mitad del desierto de Arizona. Entre medias Gelb colaba
versiones de Hank Williams, The Band y Johnny Thunders para terminar
de despistar a aquellos que insistían en meterlos en el cajón de
una escena alternativa destinada a morir en la MTV.
Un empeño por ser los más raros de la
clase que les aseguraría la supervivencia a largo plazo. Sobre todo
con ese Chore of Enchatment en el que, sin cambiar de piel, se
aliaban con John Parish para añadir a su paleta sonora bases
trip-hop y trucos electrónicos. La música vivía su propio efecto
2000 y Howe Gelb permanecía sobre el caballo a pesar de los golpes.
A la muerte de su amigo Rainer Ptacek, víctima de un tumor cerebral,
el de Tucson tendría que añadir la separación de su mujer y la
pérdida de dos de sus mejores aliados musicales, Joey Burns y John
Convertino, que abandonaban Giant Sand para dedicarse a tiempo
completo a Calexico.
Aquello, lejos de amedrentar a Gelb,
puso en bandeja una nueva oportunidad para refundar la banda. Ayudado
por un conjunto de músicos daneses, Howe ha aprovechado sus últimas
entregas para regresar a ese sonido polvoriento que se colaba entre
los surcos de sus primeros trabajos. Una nueva visita a los lugares
del sur norteamericano que ya nadie parece querer frecuentar. Las
minas abandonadas y las cabañas perdidas en mitad de la montaña,
las vías de tren muertas y los music hall del medio oeste en el que
las botas de cuero y los sombreros de ala ancha son parte del
uniforme reglamentario. También ha habido tiempo para extender su
labor de arquitecto sonoro fuera del país, como en esa aventura
mestiza junto a Band of Gypsies en la que pudimos ver a Gelb tocando
por bulerías. O para liderar aquella reunión de estrellas del
cancionero polvoriento que supuso Still Lookin' Good To Me,
continuación de su episodio bajo el paraguas de The Band Of Blacky
Rachette.
Nuevas carreteras, nuevas amistades,
nuevos horizontes. Método infalible para mantenerse sobre el alambre
donde otros han caido en las redes de lo previsible. Por algo Giant
Sand pueden presumir de ser una de las pocas bandas capaces de
bordear el precipicio durante treinta años sin apenas resbalones.
Por algo alguien dijo que su música era el resultado de mezclar a
Neil Young con Captain Beefheart. El espíritu indomable del
canadiense agitado con la esquizofrenia experimental del rey del
freak-rock (con permiso de Zappa). Como si el autor de Like A
Hurricane se hubiera quedado encerrado en la década de los ochenta,
cuando cada cambio de traje parecía destinado a acabar en el fondo
del armario en apenas en unos meses. Cuando el experimento
electrónico dejaba paso al tupé años 50, que a su vez dejaba paso
a la camisa de cuadros cowboy, que a su vez dejaba paso a la
elegancia soul, que a su vez dejaba paso a la enésima pirueta en la
carrera de Young.
Sorprendentemente Gelb se las ha
arreglado para aguantar las comparaciones con el canadiense sin caer
en el terreno de la fotocopia. Sus universos avanzan paralelos. Sus
ingredientes sonoros coinciden, aunque la receta que empleen sea
única. De ahí que, treinta años después de su formación, Giant
Sand sigan facturando álbumes por encima de la media. Colecciones en
las que, lejos de abandonar viejos sonidos, aprovechan todo lo
aprendido por el camino. Heartbreak Pass, su reciente disco, bien
puede funcionar como muestra del surtido. Ahí encontramos esas nanas
del desierto (Heaventually) y aquel ritmo jocoso y trotón (Texting
Feist), las historias de forajidos (Word On A String) y unas gotas de
esencia mariachi (Every Now And Then), los ambientes viciados del
jazz (Pen To Paper) y las referencias al piano clásico (Bitter
Suite). Sumar para seguir cabalgando.
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