Desparramada por el mapa de la guantera, recuerdo de aquel viaje que nunca nos atrevimos a hacer, la música que fabricaron Roger McGuinn y compañía asoma al otro lado de cada colina. A ella van a parar todas las melodías que algún día nos hicieron vibrar. Un zarandeo sutil, como aquella primera vez que escuchamos el crujido de un disco de vinilo sobre el plato. Dibujando aquella ruta virgen a través de la autopista norteamericana, con su fachada cuero y ocre, recordamos los años inocentes y el primer chapuzón del verano. Esas escapadas a la sierra de Madrid y las tardes en las escaleras de la facultad. Eramos libres y nada nos impedía coger el petate y largarnos cada fin de semana.
Por suerte nunca dejamos de regresar a
esas canciones. Sonaban The Byrds, la tentación detrás de esas
primeras visitas a Discos Babel. Camisas de cuadros y Rickenbackers.
Moteros y alucinógenos. Los Ángeles y Texas. Sin ellos no
hubieramos escuchado a Grateful Dead o a la Creedence. Sin ellos no
hubiéramos descubierto esa California soñada y azul. Ese sol que
calienta por las tardes y te obliga a desabrocharte en la camisa y
tirarte en la playa. Judy Collins y The Mamas & The Papas. La
felicidad de ser jóvenes. Aquel Laurel Canyon de los cabellos
dorados.
Cada vez que cantamos una canción de
Tom Petty o recordamos a la dupla formada por Mark Olson y Gary
Louris regresamos a ese rincón secreto. Cada vez que llega la
primavera y nos vemos obligados a pinchar el debut de Crosby, Stills
& Nash volvemos a aquel jardín privado. Cuando aplaudimos a una
banda de chavales que se suben al escenario con una guitarra de doce
cuerdas y un sombrero tejano. Pienso en Vetiver y en Real Estate. En
Woods y en Beachwood Sparks, favoritos de la casa. Especialmente en
estos últimos.
Brent Rademaker y los suyos han sabido
como nadie recoger el espíritu de los Byrds, la libertad de no
casarse con ningún estilo que marcó la trayectoria de los
angelinos. Un camino sinuoso que suena a melodía folk y a crujido
country, a suave contoneo psicodélico que invita a echarse en la
hierba y aparcar cualquier preocupación. Una brisa que ahora baña
las playas de Pacific Surf Line, el reciente disco de GospelbeacH.
Comandados por el propio Rademaker, el debut de los californianos
tiene ese olor a cabaña y a mar, a historias de ferrocarril y viajeros en
busca de la tierra prometida. El equipaje es ligero, pero el tiempo
acompaña.
Basta aceptar la invitación impresa en
la portada del disco. Si The Tarnished Gold, el regreso de los
Beachwood hace tres años, era una llamada al recogimiento y la
fiesta privada, el reencuentro con los amigos de toda la vida;
Pacific Surf Line lleva la celebración a la calle y el bar. Subidos
a aquel tren a punto descarrilar, GospelbeacH aceleran el paso en
canciones como Mick Jones o Sunshine Skyway, candidata a canción más
redonda de la temporada e hija de nuestros Fakeband. Southern Girl
podría encajar sin esfuerzo en el baúl de los Grateful Dead de
American Beauty. Your Freedom tiene la dulzura de un Nick Lowe
descendiendo por las colinas de Laurel Canyon. El conjunto lo
completa una California Steamer trotona, jubilosa, de esas que
tendrían que sonar cada vez que hacemos las maletas. Con ella el
viaje siempre es de regreso.
Una vuelta al paraiso de las melodías con las que crecimos, esas que mantienen el efecto balsámico por muchas veces que las escuchemos. Desde hoy guardamos en el botiquín a GospelbeacH y su Pacific Surf Line. Pero también el debut en solitario de Martin Courtney. O la nueva entrega de Alex Bleeker & The Freaks. Dos nombres surgidos del corazón de Real Estate y que, como la formación neoyorquina, dejan a su paso el perfume embriagador de las colinas californianas. Si el primero viste traje sobrio y arreglos de cuerda, Bleeker y sus freaks llevan el espíritu de The Band en la solapa de la chaqueta. Un desvío hacia lo rural que no impide que sus canciones sigan sonando dulces, de manta y conversación al calor de la chimenera. Suenan guitarras trenzadas, suenan recuerdos felices.
Una vuelta al paraiso de las melodías con las que crecimos, esas que mantienen el efecto balsámico por muchas veces que las escuchemos. Desde hoy guardamos en el botiquín a GospelbeacH y su Pacific Surf Line. Pero también el debut en solitario de Martin Courtney. O la nueva entrega de Alex Bleeker & The Freaks. Dos nombres surgidos del corazón de Real Estate y que, como la formación neoyorquina, dejan a su paso el perfume embriagador de las colinas californianas. Si el primero viste traje sobrio y arreglos de cuerda, Bleeker y sus freaks llevan el espíritu de The Band en la solapa de la chaqueta. Un desvío hacia lo rural que no impide que sus canciones sigan sonando dulces, de manta y conversación al calor de la chimenera. Suenan guitarras trenzadas, suenan recuerdos felices.
llll
Muy buen artículo, he disfrutado tanto leyendo como escuchando esa magnífica canción, me pongo ahora con este disco, thanks
ResponderEliminarEl disco es una delicia (aunque flojea un poco en la parte final, en mi opinión). Lo estoy alternando con el de Martin Courtney y es para derretirse de placer. Un saludo amigo Chals ;)
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