Las manos de Allen Toussaint
están llenas de arrugas pero se mueven con soltura por las notas del
piano. Corretean arriba y abajo como un niño en día de fiesta. Dudan,
juegan, caen con el peso de seis décadas acariciando las teclas de
marfil. Cuando recorren las calles de Nueva Orleans se aligeran como si
danzaran a ritmo de carnaval. También se encogen al recordar el
sufrimiento de una ciudad que, más allá del fetiche turístico, convive
cada día con el caos. Algo de este espíritu desordenado parece aflorar
en esas improvisaciones en las que las manos de Allen Toussaint
saltan de una melodía a otra, retorciendo la memoria, aventurándose por
el lado izquierdo del piano, tomándose un respiro antes de atacar una
nueva composición. Cuando, por fin, esas manos tocan la última nota ya
están pensando en la siguiente canción.
Las manos de Allen Toussaint acaban donde comienzan las mangas de su chaqueta. Ese traje rojo, verde, azul, que brilla con la alegría del Big Chief,
que se siente orgulloso de su origen, aunque no olvida su presente. Ese
pelo gris y ensortijado, ese bigote eterno. Las manos de Allen Toussaint son capaces de contar la historia de esa sonrisa. El músico norteamericano criado en la tradición criolla del Proffesor Longhair que terminó convertido en compositor y arreglista del mejor rhythm&blues. Que puso color a los directos de The Band y banda sonora a esos chavales británicos que soñaban con parecerse a sus ídolos yankees.
Que terminaría firmando tres álbumes capitales del soul de los setenta y
que hace una década, casi por justicia poética, volvería a los
titulares tras el desastre del Katrina. No hay, a pesar de todo, ni
pizca de revanchismo en el gesto de Toussaint. Sólo la convicción de que es necesario seguir tocando esas canciones antes de que la llama se apague.
Así, cuando las manos de Allen Toussaint comienzan su concierto en Madrid, lo hacen con la alegría de Happiness. Engrasan a su banda durante los primeros veinte minutos, enlazan A Certain Girl, Mother in Law, Fortune Teller y Working In The Colmine en un pasacalles nostálgico pero vivo, legendario pero con los pies en la tierra. Cuando llega el momento de interpretar St. James Infirmary
adquieren el tono de la noche y la tristeza. También acuden a las
enseñanzas del blues y el Mississippi. Demuestran temple en las baladas y
generosidad en los tiempos rápidos. Dejan espacio para que sus
compañeros de escenario se luzcan, aunque reclaman el protagonismo
cuando llega el momento de marcar el pulso. Como un río subterráneo, sin
grandes alardes, alzando el tono sólo cuando la canción lo requiere.
Las manos de Allen Toussaint obligan a seguir el
ritmo con la punta del pie. A pesar de que el público permanezca sentado
durante el concierto, que se revuelva en su butaca intentando no
reprimir sus ansias de bailar. Las manos de Allen Toussaint
provocan que una mujer en el palco golpee la barandilla al ritmo de sus
canciones. Que un chaval con muletas terminé levantándose y a dos
palmos del escenario continúe disfrutando. Que tras esa interpretación
majestuosa de Southern Nights la gente aplauda con tanta fuerza que Allen Toussaint
se vea obligado a bajar las escalerillas del escenario. Él, puro candor
y carisma, saluda y sonríe. Se sale del guión al regresar minutos
después para interpretar una última canción. No ha necesitado decir ni
una sola palabra durante la hora y media que ha estado en escena.
Tampoco levantar su mirada de las teclas del piano. Tan sólo seguir los
deseos de esas manos, esos dedos que responden al nombre de Allen Toussaint.
Publicado en Crazyminds
desde Vallekas CHAPEAU
ResponderEliminarjoder¡¡¡¡¡¡¡ asi se escribe, desde dentro, con elegancia y ACTITÚD, se nota que cada palabra escrita es sentida tal y como está escrita, no hay snobismos ni fingimientos baratos
GRACIAS¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡ por este sentido homenaje, el mejor que he podido rastrear....y han sido muchos.
Puedes estar orgulloso, porque el mismo Tito Toussaint lo estará
Desde Vk.
SALUD Y BUEN BLUES
¡Gracias, Stormy! Salud y que siga sonando la música del maestro Toussaint.
EliminarBellísimo texto en el umbral del adiós. Las manos de Toussaint son una lección de historia, pero tus manos para escribirlo también son de oro.
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