12/11/15

Son Volt: era ahora o nunca


Reality, it burns, the way we're living is worse
Pillars of inspiration are all falling down
The clean-up won't work while the fallout goes on

And it's now or never, too close to the latter
We're all living proof that nothing lasts

 Son Volt, Route


Pensándolo bien, aquella fue la mejor decisión que Jay Farrar podría haber tomado. Con los nudillos todavía calientes y la sangre asomando por la mejilla, el joven músico dedicidió recoger del suelo las piezas que aún quedaban de su antigua banda y largarse de la ciudad. Farrar estaba cabreado pero entero. Las canciones fluían y él acababa de cumplir los 27. Eso sí, no quería volver a escuchar el nombre de Jeff Tweedy. Su relación con su antiguo compañero en Uncle Tupelo había acabado a puñetazo limpio. Como dos críos. El colofón de aquella amistad -que nunca existió más allá de lo musical- era también el final de la banda que había revolucionado la música de raíces a finales de los ochenta.

Durante siete años Uncle Tupelo habían sido capaces de maridar a Hank Williams con The Minutemen, sin perecer en el intento, zarandeado de paso la adormilada tradición americana a ritmo de guitarras eléctricas y rabia juvenil. A día de hoy las ruinas de aquella batalla todavía aguantan en pie en canciones como Punch Drunk, Anodyne o una No Depression que terminaría convertida en himno no oficial de esa generación de vaqueros irreverentes. Sin embargo, nadie sale indemne de una revolución. Aquella conjunción de talento estaba destinada a estallar. Los egos, la inocencia o simplemente la necesidad de seguir creciendo provocaron que Tweedy y Farrar tomaran cada uno su propio desvio. El primero terminaría formando Wilco, a la postre cumbre y final de la vena alternativa de la música de raíz, country-rock demasiado constreñido por las etiquetas. Farrar por su parte mantendría su compromiso con la carretera y el rock sin manierismos. La consigna era clara: cambiar de brújula para mantener el mismo rumbo.

Aquella huída hacia delante llevaría por nombre Son Volt. Otro proyecto plural. Después del rapapolvo con Tweedy lo más lógico hubiera sido que el de St. Louis hubiera optado por la aventura individual, el camino solitario y honesto del songwriter de guitarra y pluma. Pero aquello hubiera sido demasiado fácil, claro. Con la herida de los Tupelo todavía sangrando, Farrar recurrió al antiguo batería de la formación -Mike Heidorn- para construir un nuevo conjunto cuya columna vertebral completarían los hermanos Dave y Jim Boquist, además de la aportación puntual de Eric Heywood a la pedal steel. Medio año después del último concierto de Uncle Tupelo Son Volt estaban listos para grabar su primer disco. Sin tiempo para parar la hemorragia, tocaba lamerse las heridas y apretar los dientes. Puede que aquella fuera la decisión más arriesgada que Jay Farrar podría haber tomado en ese momento. Pero en eso consiste hacerse mayor. A lo hecho, pecho; que decían nuestros padres.


Escuchando ahora Trace, el debut de la banda, sorprende lo rápido que su líder fue capaz de coser las cicatrices. Si junto a Tweedy la rabia punk había terminado transformado al grupo en ese combo caótico, heterodoxo, que tanto agradaba al futuro líder de Wilco; con su propio proyecto, la rabia juvenil quedaba canalizada en esas canciones formales pero rasposas, de estribillos melancólicos y guitarras afiladas. Incluso el propio Farrar parecía haber adoptado una nueva actitud sobre el escenario. Sobrio, contenido, clavando aquellos medios tiempos country que poco a poco había ido incorporando a su repertorio. El tono era personal, sí; pero por el camino Farrar había sido capaz de transformar aquella epopeya individual en metáfora universal. El adiós de Uncle Tupelo era también el final de la inocencia para esa nueva generación de vaqueros con guitarras eléctricas. Si algo aprendimos durante aquellos años es que sólo hay dos salidas posibles para las estrellas del rock alternativo: la MTV o la guadaña.

Por suerte, el líder de Son Volt pudo despertar del sueño a tiempo. Por la fuerza, eso sí, como se aprenden las verdades para las que no hay vendas que valgan. Dolorido, consciente de que era el momento de tirar del carro a solas, Farrar supo convertir el resentimiento en combustible para sus composiciones, el precipicio en oportunidad para dar el salto. De paso abrió el camino para otros. Un par de años más tarde Gary Louris y compañía publicarían Sound Of Lies, el primer disco de The Jayhawks tras la ruptura con Mark Olson. Un álbum afectado, que escondía el veneno bajo capas de pop californiano. Los textos destilaban ironía e ingenio, aprovechando también para dejar un recado para los agoreros que se habían apresurado a escribir la esquela de la banda responsable de clásicos como Tomorrow The Green Grass o Hollywood Town Hall. Imposible no encontrar similitudes con la situación de Farrar en 1995.

También diferencias, es cierto. Mientras Louris inauguraba sus cuarenta con un proceso de divorcio; el ex-Uncle Tupelo, doce años menor, todavía albergaba esperanzas de encontrar una senda hacia el éxito. Modesto, sí, pero éxito a fin de cuentas. Si su debut junto a Son Volt merecería la portada del primer número de No Depression -la autoridad en la música de raíces del siglo XXI-, aquel mismo disco acabaría colándose en la lista de los 10 mejores plásticos de la temporada para los críticos de la Rolling Stone. ¿El truco? Convertir esas historias de cruces de caminos en relatos de madurez. Sin cinismo ni paños calientes. Hacerse mayor es jodido. Pero se sale de ello. También de la fantasía de convertirse en estrella planetaria con tu banda de instituto. La gran patraña de los noventa.

Visto así, Son Volt pueden considerarse unos privilegiados. Antes de su disolución a comienzos de los dos mil y su posterior reconstrucción un lustro después, la banda de Missouri tuvo tiempo de firmar una obra maestra. Un disco soberbio de principio a fin como Trace, en el que Jay Farrar muestra todo su potencial como compositor. Lamentos country, relatos rasposos de asfalto, épica polvorienta y una relectura de un tema de Ronnie Wood completan un surtido selecto. Nunca después la banda de Missouri recuperaría ese estado de gracia. Ni el oxidado American Central Dust ni el políticamente inflamado Okemah and The Melody Riot aguantan las comparaciones. Mucho menos esos dos álbumes de finales de los noventa que, aún con momentos de inspiración intermitente, terminaron por agotar la fórmula. Trace llegó en el momento justo, al rebufo del adiós de los Tupelo y en mitad de la encrucijada del country alternativo.


Coindiendo con la publicación del debut de Son Volt, una nueva generación de cowboys tomaba el relevo ataviados con sus camisas de cuadros y sus botas camperas. The Bottle Rockets, también de St. Louis, se encargan de renovar con su segundo trabajo el relato de la América obrera. Steve Earle pule las canciones de I Feel Alright, donde oposita definitivamente a forajido mayor de la década. Old 97's redobla su espíritu bastardo entrando al estudio con el legendario Waylon Jennings. ¿Y Son Volt? Bueno, los de Missouri asestan su golpe maestro con Trace, el tratado más alentador y corajudo del medio oeste norteamericano de finales de siglo. “Estamos viviendo de esta manera porque no hemos conocida otra” reivindica su líder en Live Free, mezclando orgullo y resignación. Siempre hurgando en la herida, él mismo se encarga de suministrar el antídoto minutos después en Ten-Stained Eye, invitación a lanzarse a la carretera y no mirar atrás. Las guitarras abrasan y la voz de Farrar desprende melancolía. Bajen por si acaso las ventanillas del coche.

Mientras la música de Son Volt intenta agarrarse al sonido de las emisoras AM, los recuerdos biográficos de su líder quedan anclados en canciones como Windfall. “Con los pies en el suelo y las dos manos en el volante, el viento puede llevarse los problemas” rumia Farrar más como un anhelo que como una esperanza. No hay más verdad que aquella que asegura que nada dura para siempre, parece decir. No hay más salida que abandonar los restos de la batalla y seguir rodando. A pesar de todo, nadie podrá acusar a al músico de no haber plantado cara. Tampoco de haberse quedado con los brazos cruzados, viviendo de las rentas de Uncle Tupelo. A esa revuelta contenida, madurez entendida como compromiso con el rock de raíces, el de St. Louis pronto sumaría el poso de la tradición bien asimilada. Looking To The World Through a Winshield, el clásico camionero de Del Reeves, cierra el repertorio en directo de los Son Volt durante los primeros meses de gira. Ten Second News actualiza el legado de Waylon Jennings sin caer en la nostalgia. Route evita el tópico romántico de la vida en la autopista para mantenerse en las carreteras secundarias a las que Farrar dedicaría buena parte de su trayectoria musical.

Por desgracia aquel destello se apagaría pronto. Engullidos por el tiempo, Farrar y sus Son Volt acabarían convertidos en estampa caduca en cuestión de un par de temporadas. La crueldad de la eterna revolución: un instante y todo lo anterior adquiere inmediatamente el aroma de lo viejo y apolillado. Sálvese quien pueda. Adelantándose al final del milenio, su ex-compañero en Uncle Tupelo ponía patas arriba la música de raíces con discos como Being There o el enigmático Summerteeth. Ante estos envites la banda de Farrar poco tenía que replicar. Lo suyo era harina de otra costal. Podrían, claro, haber seguido facturando aquellas canciones maceradas en barrica rockera. O haber jugado a ser los más modernos del redil country. En ambos casos la fuga hubiera derivado en farsa. Como tantos otros, los de Missouri terminarían aceptando la maldición del debut nunca superado. La tragedia de haber encontrado su momento y haber sido incapaces de apresarlo en una botella. Era ahora o nunca.
LLL

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