18/11/15

Dion: canciones al final del Greenwich

No estaba previsto, pero él también terminaría participando en aquella fiesta de la cultura popular. Allí estaban Dylan Thomas y Marylin Monroe. Fred Astaire saludaba desde el fondo. El escritor Terry Southern lucía gafas oscuras, como si estuviera retando a Marlon Brando, que asomaba un par de filas más abajo con su traje de motero salvaje. La imagen de Shirley Temple se repetía en tres ocaciones; mientras que la de Albert Einsten, el científico que había revolucionado la física del siglo XX, tan sólo lo hacía una vez. Sonny Liston parecía ocupar media esquina de la portada. Karl Marx miraba al frente, oteando el horizonte; Karlheinz Stockhausen apoyaba su cabeza, perdido en oscuras tribulaciones. Escondido entre este bosque de caras conocidas uno terminaba topándose con la imagen de Dylan. No era, no obstante, el único escritor de canciones que uno podía encontrarse en la icónica fachada.

Dion Dimucci, conocido simplemente como Dion, ostenta el honor de ser el único rockero, junto a Mr. Zimmerman, en aparecer en la portada del Sgt. Pepper's. Una suerte que probablemente le llegara gracias a su papel como líder de los Belmonts, aquel combo vocal que había agitado la escena neoyorquina de finales de los cincuenta con su swing dulce y callejero. De éxito fugaz, la música del trío acabaría pronto en las cubetas de segunda de las tiendas de discos. Visto así, la decisión de los de Liverpool de incluir a su líder en su portada resultaba cuanto menos rocambolesca. Lennon, McCartney y compañía podrían haber optado por colocar al favorito Buddy Holly en la lista de invitados. Incluso Richie Valens, el músico que inmortalizó su legado con la universal La Bamba, hubiera valido. Sin embargo, contra todo pronóstico, eligieron a Dion.

Al fin y al cabo, él representaba como nadie la evolución de la música popular durante la última década. Al igual que Dylan, su producción se había repartido a partes iguales entre la urgencia del rock&roll y los sonidos nostálgicos del folk y el blues. Aunque, a diferencia del bardo de Duluth, su camino había tomado la dirección inversa. Dion Dimucci, como tantos otros chavales del Bronx de finales de los cincuenta, se había sentido pronto atraído por ese eco que llegaba desde las esquinas del barrio, aquel estilo juvenil y refrescante que terminaría bautizado como doo-wop. Una música que alcanzaría su climax con grupos como The Cleftons o The Moonglows y en el que los Belmonts estamparían su estilo romántico y ligero. Demasiado ligero, incluso para su propio líder.

Adelantándose al revival folk de comienzos de los sesenta, el cantante abandonaría la formación para labrarse una carrera que ponía el acento en el blues, cuando no en los ritmos rurales del country y en la sencillez de una guitarra acústica. El artista que había conseguido conectar el primer impulso del rock&roll con el swing de Frank Sinatra -palabras de Bruce Springsteen- cambiaba las aceras del Bronx por el Greenwich Village, las fiestas de instituto por los clubes viciados de poesía y nicotina. Remando a contracorriente, claro. Para cuando Dylan enchufaba su guitarra eléctrica y el folk protesta parecía herido de muerte, Dion tenía claro que los suyo era un compromiso para toda la vida, ajeno a modas y tendencias. Ya no había vuelta atrás.

La prueba la tenemos en Live At The Bitter End – August 1971, directo rescatado hace unas semanas por Ace Records. En él captamos la fotografía de ese Dion sencillo y espíritual, madurez alejada de esa fachada adolescente que el artista había practicado durante sus primeros años, compromiso con la canción desnuda. Puede que a esas alturas el barrio de Greenwich fuera una simple reliquia, recuerdo de tiempos mejores. O que la vanguardia songwriter se hubiera trasladado a las soleadas colinas de Laurel Canyon. A pesar de todo, el Bitter End resistía -y resiste- con su pared de de ladrillo visto y su escenario modesto. De alguna manera, el café del número 147 de Bleecker Street se las había ingeniado para seguir siendo el preferido de esa parroquia de folkies que cada noche peregrinaban a la parte sur de Manhattan. También para Dion, que, quizás por haber rozado el éxito una década atrás, representaba como nadie ese espíritu pretérito.

Lejos quedaba el brillo de juventud, qué duda cabe. No así las canciones ni la fuerza interpretativa de un músico que, a sus treintaydos, había madurado su voz hasta convertirla en ese instrumento elástico y vibrante. Basta escuchar la inicial Mama, You've Been On My Mind para descubrir a un intérprete mayúsculo, capaz de callar a los que le daban por muerto artísticamente. One Too Many Mornings, otro de los cortes extraídos del cancionero de Dylan, trae a la memoria al mejor Cat Stevens. Sisters Of Mercy, el clásico de Cohen, roza lo divino. Blackbird esconde la grandeza de un maestro de las seis cuerdas.

No faltan tampoco en el directo temas de cosecha propia como Abraham, Martin & John, comentario social que había devuelto a Dion a las listas de éxitos en 1968, o la escueta y soleada Brand New Morning. Cerrando el círculo, las canciones de juventud del neoyorquino aparecen transformadas en esqueletos simples, conservando el pulso gracias a la presencia escénica de un intérprete curtido en bares y clubes de la ciudad. Lejos de arrepentirse de sus “pecados” juveniles, Dion recuperaba su cancionero con los Belmonts a pecho descubierto. Too Much Monkey Business, original de Chuck Berry, golpea y trota a pesar de carecer de sección rítmica. You Better Watch Yourself aka Drinkin' That Wine serpentea chulesca, vestida de cuero blues. Ruby Baby corretea inocente, como si en la radio todavía sonaran los Everly Brothers y Buddy Holly no se hubiera estrellado con su avioneta. Dulce fantasía con el que todos soñamos alguna vez. Trampilla nostálgica a un tiempo en el que sólo era necesarias una voz y una guitarra para mantener una interpretación en pie. El Greenwich seguía en pie.
llll

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