En nuestro relicario particular siempre
habrá un rincón para las reinas del soul y las maestras de la
canción popular. Unos cuantos nombres escritos en femenino que
guardamos para cuando la cabeza falle y haya que seguir el rastro de
la memoria. Ahí están los surcos de Lucinda Williams para
enseñarnos que el country, como los buenos vinos, gana con los años.
Ahí están Aretha Franklin, Joni Mitchell y el quejido blues de
Odetta. La elegancia de Françoise Hardy y el compromiso inamovible de
Patti Smith nos acompañan desde hace décadas. La malograda Amy
Winehouse y la rabia eléctrica de PJ Harvey estiran el legado hasta
nuestros días.
Courtney Barnett, la última en sumarse
a este vagón con nombre de mujer, es la encargada de poner banda
sonora al presente. Refrescante, provocadoramente sencilla, la
australiana cuenta con un debut en formato largo y dos epés llenos de
franqueza pop. Puede que sus guitarras nos retrotaigan veinte años
atrás en el calendario, pero sus letras llevan impreso el sello de
nuestro tiempo. Cada vez que Barnett entona aquello de “ponme en un
pedestal y sólo te decepcionaré” desactiva con ironia la enésima
revolución del rock. Cada vez que repite el estribillo de Kim's
Caravan -”No me preguntes lo que quiero decir / Sólo soy un
reflejo de lo que tú quieres ver / Así que toma lo que quieras de
mí”- convierte las palabras en papel mojado. Las suyas y las de
todo aquel que se atreva a calzarse una guitarra en pleno 2015.
Courtney Barnett es la anti-reina del
rock, la compositora capaz de quitarle hierro al más trascendental
de los asuntos. Sus canciones parecen escritas en los tiempos muertos
que dejan los quehaceres diarios, en los márgenes de la lista de la
compra y las instrucciones de un mueble de Ikea. Sus sueños son los
de cualquier veinteañera, aunque aparezcan bañados con esa fina
capa de pesimismo que cubre nuestro tiempo. Como en Elevator Operator,
la rebelión permanece en los límites de los jardines de los bloques
de oficinas, eligiendo el sabor del sándwich que nos tomaremos a
media mañana o el color del traje que nos pondremos para la
siguiente entrevista de trabajo. No es cinismo, sólo honestidad.
Por algo no es raro ver el nombre de Courtney Barnett junto al de Patti Smith. No por compartir el idealismo o las
referencias a Rimbaud y al Marques de Sade de esta. Más bien por esa
afición tan punk de derribar ídolos con la simple ayuda de unos
acordes. Abajo los lugares comunes. El rock será una mierda, pero al
menos permanece erguido donde otros han tirado la toalla. Las
canciones son todas una burda mentira, pero al menos nos permiten
seguir planteando algunas cuestiones. Si no me creen, buceen en las letras de la de Sydney. Cuando la australiana canta
aquello de “no sé quién soy, pero lo estoy intentando” expone
sin rodeos sus debilidades. Cuando asegura que hay días que se
levanta pensando que lo que hace es una basura y otros en los que
tampoco está tan mal, nos da herramientas para seguir batallando. No
seremos perfectos, vaya, pero al menos lo intentamos. Barnett no
aspira a reina o princesa del relicario pop, pero al menos abre la
boca donde otros permanecen callados.
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