3/12/15

Courtney Barnett: ni reinas ni princesas


En nuestro relicario particular siempre habrá un rincón para las reinas del soul y las maestras de la canción popular. Unos cuantos nombres escritos en femenino que guardamos para cuando la cabeza falle y haya que seguir el rastro de la memoria. Ahí están los surcos de Lucinda Williams para enseñarnos que el country, como los buenos vinos, gana con los años. Ahí están Aretha Franklin, Joni Mitchell y el quejido blues de Odetta. La elegancia de Françoise Hardy y el compromiso inamovible de Patti Smith nos acompañan desde hace décadas. La malograda Amy Winehouse y la rabia eléctrica de PJ Harvey estiran el legado hasta nuestros días.

Courtney Barnett, la última en sumarse a este vagón con nombre de mujer, es la encargada de poner banda sonora al presente. Refrescante, provocadoramente sencilla, la australiana cuenta con un debut en formato largo y dos epés llenos de franqueza pop. Puede que sus guitarras nos retrotaigan veinte años atrás en el calendario, pero sus letras llevan impreso el sello de nuestro tiempo. Cada vez que Barnett entona aquello de “ponme en un pedestal y sólo te decepcionaré” desactiva con ironia la enésima revolución del rock. Cada vez que repite el estribillo de Kim's Caravan -”No me preguntes lo que quiero decir / Sólo soy un reflejo de lo que tú quieres ver / Así que toma lo que quieras de mí”- convierte las palabras en papel mojado. Las suyas y las de todo aquel que se atreva a calzarse una guitarra en pleno 2015.

Courtney Barnett es la anti-reina del rock, la compositora capaz de quitarle hierro al más trascendental de los asuntos. Sus canciones parecen escritas en los tiempos muertos que dejan los quehaceres diarios, en los márgenes de la lista de la compra y las instrucciones de un mueble de Ikea. Sus sueños son los de cualquier veinteañera, aunque aparezcan bañados con esa fina capa de pesimismo que cubre nuestro tiempo. Como en Elevator Operator, la rebelión permanece en los límites de los jardines de los bloques de oficinas, eligiendo el sabor del sándwich que nos tomaremos a media mañana o el color del traje que nos pondremos para la siguiente entrevista de trabajo. No es cinismo, sólo honestidad.

Por algo no es raro ver el nombre de Courtney Barnett junto al de Patti Smith. No por compartir el idealismo o las referencias a Rimbaud y al Marques de Sade de esta. Más bien por esa afición tan punk de derribar ídolos con la simple ayuda de unos acordes. Abajo los lugares comunes. El rock será una mierda, pero al menos permanece erguido donde otros han tirado la toalla. Las canciones son todas una burda mentira, pero al menos nos permiten seguir planteando algunas cuestiones. Si no me creen, buceen en las letras de la de Sydney. Cuando la australiana canta aquello de “no sé quién soy, pero lo estoy intentando” expone sin rodeos sus debilidades. Cuando asegura que hay días que se levanta pensando que lo que hace es una basura y otros en los que tampoco está tan mal, nos da herramientas para seguir batallando. No seremos perfectos, vaya, pero al menos lo intentamos. Barnett no aspira a reina o princesa del relicario pop, pero al menos abre la boca donde otros permanecen callados. 

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