29/1/16

Lucinda Williams: recuerdos de la autopista 20


Lo bueno de venerar una música como el country es que no deja lugar para la nostalgia. El rock, el blues, el jazz, todos tuvieron su momento de gloria durante el siglo pasado. En cambio, el género vaquero, fiel a su carácter forajido, permaneció siempre en un segundo plano, oscurecido por la moda turno. Sin era dorada, ni paraiso original que reflotar, no es de extrañar que alguien tan fundamental para el género como Lucinda Williams editara su primer trabajo en el año 1979, allá cuando nadie daba un penique por la supervivencia de la tradición cowboy. Puestos a apostar por un estilo sin futuro, mejor hacerlo cuando a uno le venga en gana, parecía querer decirnos de la de Louisiana. Libertad sin ataduras que Williams siempre se tomó al pie de la letra durante sus casi cuatro décadas en la carretera.

Considerada como la gran dama de la melodía polvorienta, su historia siempre estará marcada por aquel Car wheels on a gravel road, santo y seña de un country sin complejos ni deudas con el pasado. Disco redondo, vital, juvenil, sentido, que terminaría muy a su pesar convertiéndose en obstáculo en el camino de la norteamericana. Con su poso clásico y sus formas vaqueras, Car Wheels condenaba a Williams al redil de los sombreros de ala ancha y espuelas. No, por mucho que algunos se empeñen, la de Lake Charles siempre fue algo más que honky-tonk y banderas estrelladas. Puede que su prosa jugara con los referentes de costumbre, las historias de corazones rotos y las maletas rumbo a la gran ciudad, pero lo suyo era harina de otro costal.

Essence, editado tres años después, marcaba el camino de huída con sus hechuras folk y blues. World Without Tears exhibía alma oxidada, añadiendo electricidad a la fórmula. Blessed avisaba con sus excelentes melodías, aunque tendría que ser el reciente Where the spirit meets the bone el que terminara de romper el espejismo. Sin corsés, dejando que cada canción marcara su propio camino, Where the spirit es un disco hondo, con el fantasma de la memoría atravesando el triple vinilo. Desde aquel poema firmado por el padre de Williams en la apertura hasta ese cierre majestuoso con el Magnolia de J.J. Cale, la de Louisiana hace inventario de habilidades, seduce y deja correr el cronómetro sin prisa, confirmando que esa voz aguardentosa fue creada para cantarle a la madurez. No me extraña que alguno lo comparara con el Time out of mind de Dylan.

La continuación llega ahora bajo el nombre de The Ghosts of Highway 20, un disco que repite propuesta aunque profundiza en el surco dejado por su predecesor. De nuevo, costuras rotas y trago largo, corazón abierto y ausencia de atajos. El pellizco es doloroso, aunque su abrazo termina curando las heridas con el tiempo. La travesía, no obstante, conlleva sus riesgos. Con sus cerca de noventa minutos, Williams dibuja algunos de sus recuerdos más personales dentro de ese viaje profundo por la autopista 20. Pornografía sentimental -en el mejor de los sentidos- que la cantante viste en los textos (Death Came es pura poesía, a la altura de cualquiera de los clásicos de la literatura norteamericana), aunque se mantiene desnuda en el apartado instrumental.

The Ghosts of Highway 20 es un disco espartano, austero en sus maneras, aunque generoso cuando uno consigue superar la primera alambrada. Comparte espíritu con el Nebraska de Springsteen, con esos álbumes hechos para ser escuchados en la soledad de la madrugada. Es oscuro y pegajoso, taconea y, si uno abre mucho el oído, deja escapar el ladrido de un perro en mitad de la noche. Es un homenaje de Williams a su tierra, un horizonte lleno de leyendas y fantasmas. La de Louisiana, lejos de despejar la niebla, mantiene el misterio con esa voz de espino y madera. No, no se trata de contar la historia de un terruño encallado en el sur de Estados Unidos. Los paisajes, las referencias a Louisiana, sólo sirven de encuadre. Son los personajes, esas mujeres de armas tomar, esos hombres corajudos, los verdaderos protagonistas de las canciones.


Abre el disco Dust, pieza con espíritu de encrucijada y resurrección, comienzo que nunca es completamente de cero. “Even your thought's are dust / You don't have to try to keep the tears back” canta Lucinda, poniendo el pasado en solfa, cargando las tintas en un futuro esperanzador. Nada puede ser peor de lo que fue, raja la voz. Toca levantarse y luchar, secarse unas lágrimas que nadie merece. Hay orgullo y puños cerrados. Suena esa Lucinda que convierte el dolor en combustible, la aventurera que planeaba sobre buena parte de Where the spirit meets the bone.

Misteriosa y reposada, House of Earth da voz a una prostituta sin pizca de arrepentimiento, vanidosa, que conoce los secretos de su oficio. Adaptación de una pieza inédita de Woody Guthrie, la letra desmiente el tópico del bardo como simple cantante protesta. De paso, nos recuerda por qué Guthrie fue un adelantado a su tiempo. ¿Cuántos artistas de la época se hubieran atrevido a escribir una canción desde la perspectiva de una prostituta? Williams aprovecha la oportunidad para reivindicar a esa mujer libre, sin miedo al qué dirán, que no se resigna a caer en el molde de esposa fiel y cumplidora. “Call me a prostitute and a whore too, I do these tricks your wife refuses too”. De paso deja un recado para el marido de turno. “I'll love you once to teach you all your life the things to do when you are with your wife”.

La respuesta no se hace esperar. I Know All About It es jazz y humo de tabaco, esa Billie Holiday capaz de expresar todo un ramillete de sentimientos con un simple hilo de voz. Es la historia de una mujer despechada, incapaz de quitarse de la cabeza a aquel hombre. Williams, todo veteranía, aconseja y consuela con su voz susurrante. “Girl don't try to run away like that / I know about that pain and all of that jazz” repite una y otra vez. Sé de lo que hablo, conozco los laberintos del amor y los callejones sin salida, parece silbar entre dientes. También recuerdo los momentos felices, que duda cabe. “Even though you make me blue, I got room enough for you” recita Williams en Place In my Heart, tonada dulzona y romántica del lote, folk que no habría desentonado en los giros luminosos de Essence.

No todas las mujeres de esta autopista 20 son esclavas de su mitad masculina, a pesar de todo. Death Came disuelve el mito de la fruta prohibida, vistiendo a la parca con ropas de mujer. Ella, libre y poderosa, cumple con su labor divina. Las guitarras suenan a cante jondo y Lucinda, rindiendo homenaje a las que se fueron, reflota el espíritu de las murder ballads. Las palabras serpentean a orillas del Mississippi, asoman la biblia y la fuente de la verdad, el rojo de la pasión y la tentación, el pecado y la redención imposible. “I was called to read from the bible of life, I read from beginning to end, every page and every line, still I could not comprehend” aulla el bosque. Si van detrás de la canción más sentida y poética del disco, la han encontrado. Si buscan la manera más bella de entonar el final de la vida, escuchen el siguiente verso: “death came and gave you his kiss”.

Le sigue Doors of Heaven, jubilosa, bulliendo como el pantano al ritmo de las guitarras de Ben Frisell y Greg Leisz. Su traqueteo swamp-rock trae a la memoria a Tony Joe White, aunque sus letras apuntan directamente a las calles y tradiciones de Nueva Orleans. Imposible no recordar aquellos funerales festivos de la ciudad criolla al oir a Williams cantar “someone told me there's a better place than this / when I can go and see my mother's kiss / a place so full of love, somewhere up above / so open up the doors of heaven and let me in”. Doors of Heaven es gospel carnavalero y lluvia capaz de lavar las heridas.


Con Louisiana Story y The Ghosts of Highway 20 llegamos a la mitad del viaje, eje central de la narración. Su trazo largo corresponde al paisajista del sur norteamericano, al cronista de un pasado no tan remoto. En el primer caso, la pincelada posa dulce y nostálgica, homenaje apenas velado a la infancia de la autora. Los recuerdos de desayunos y tardes en el porche se mezclan con aquella educación religiosa grabada a fuego. “He'd call us sinners / Say you're going to hell / Now finish your dinner / And tell 'em you fell”. No hay rencor, tan sólo morriña. Veneración por las madres y los abuelos, por esa familia que permanece unida pase lo que pase. “God knows Mama loved her daughter / And they say that blood is thicker than water”.

The Ghosts of Highway 20, en cambio, nos recuerda que la vida en el sur también puede ser dura y temerosa. Lucinda perfila un horizonte dominado por camioneros y granjeros, moteles de carretera y emisoras de radio. No hay héroes ni caminos de salida, tan sólo el día a día de un paisaje lleno de secretos y peligros que esperan en la próxima curva. “Southern secrets still buried deep / Rooting and restless 'neath the cracked concrete / If you where from here, you would fear me / To the death along with the ghost of highway 20” reza una de las estrofas. De nuevo la muerte cubre las palabras de la cantante. Pero, en esta ocasión, sin resonancias bíblicas. Es tiempo de relatos prosaicos, de tragedias cotidianas bombeadas por el gasoil y el ritmo de las cosechas.

Si en The Ghosts of Highway 20, vemos por primera vez a Lucinda echar el freno, demostrar que no es necesario alzar la voz para hacer sangrar la garganta, en Bitter Memory la de Louisiana se desquita y deja escapar a la fiera. Mitad whisky, mitad aguardiente, el trago agridulce de la cantante es jaleado por las guitarras de Frisell y Leisz en un duelo de destilación 100% honky-tonk. Tiene que ser el sílbido de la fábrica de Factory la que despierte a la artista del sueño. Adaptación al terreno del folk del clásico de Springsteen, Williams consigue mantener el alma obrera de la letra, aunque trasladóndola al contexto rural con esos ropajes acústicos. Da igual. La composición conserva su fuerza original, el mismo espíritu de homenaje al padre trabajador que desprendían algunos de los surcos de Darkness on the edge of town. “I see my daddy walking through the factory gates in the rain / Factory takes his hearing, the factory gives him life / It's the working, the working, just the working life”.

El recuerdo al progenitor se repite en If There's A Heaven. Más personal en este caso, Lucinda dedica la canción a su padre, recientemente fallecido y autor de los versos que abrían Where the spirit meets the bone. Sólo ella es capaz de hacer de esta despedida un motivo de júbilo, la celebración de una vida vivida con plenitud. “There'll be no greater sorrow on that day you fly away, far beyond the blue” apostilla. Manda el cariño y el recuerdo, asoma la tristeza entre líneas, derrotada por este requiem en forma de misiva. Manda el amor que bautiza canciones como Can't Close The Door On Love y If My Love Could Kill. Más romántica y soñadora una, vengativa y violenta la otra. Manda esa Lucinda de armas tomar, sin más propósito que seguir con la lucha. “There's a little more faith and grace to help me run this place” nos recuerda en Faith & Grace. Una canción a la que sobran varias vueltas en el reproductor, pero que cumple su función cerrando el disco donde comenzó, en ese cruce de caminos sin señales ni atajos que tomar.

Entre medias, un viaje por el blues y el folk, el country y el rock, una travesía para el que no es necesario equipaje alguno. Doloroso y vibrante, The Ghosts of Highway 20 logra mantener el velo, el nudo en la garganta, guiado por esa cantante capaz como nadie de expresar la congoja con su voz y la esperanza con su guitarra. Su nombre, ya lo saben, es Lucinda Williams. Su patria, dicen, las canciones polvorientas.
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5 comentarios:

  1. Emocionante! Cada día la quiero más, y su Dust se me mete debajo de la piel, duele, disco del año, del siglo...

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  2. Bueno, bueno, Antonio... Vamos a darle tiempo al disco jaja. A mí me está encantando -cada día más-, pero de momento me sigo quedando con Down where the spirit (su capilla sixtina, en mi opinión). Eso sí, mientras siga haciendo este tipo de discos largos y hondos, sólo nos queda quitarnos el sombrero.

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  3. No he conseguido conectar por ahora con el último de Lucina. Estoy convencido de que este grandioso artículo me puede ayudar. Salud.

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    1. El disco es árido, pero si dejas que pase el primer trago, termina teniendo efectos balsámicos. Como el buen whisky. Sólo hay que encontrar el momento perfecto. No es un disco para escuchar a cualquier hora o en cualquier lugar.
      Espero que este sermón te sirva para entrar en el disco. Lu se lo merece ;)

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