26/4/16

Los sueños salvajes de The Long Ryders


Hijos bastardos de los Byrds, continuadores de la mejor tradición rural, The Long Ryders tuvieron la osadía de recuperar los sonidos de esa América invisible, silenciada por el ruido y los sintetizadores, justo cuando a nadie parecía importarle ya. En una época sin héroes para el rock, ellos decidieron escoger sus propias derrotas. A golpe de rickenbacker certificaron su fracaso, la leyenda de cuatro tipos destinados a caer en el olvido pero sin cuya aportación nunca habríamos oído hablar de country alternativo, americana o de cualquier tipo de mezcla entre los sonidos polvorientos y la pegada de un buen riff de guitarra. Como asegura el viejo dicho, si The Long Ryders no hubiesen existido, habría que haberlos inventado. 

Por suerte no fue necesario llegar hasta ese punto. En 1983 Sid Griffin, Stephen McCarthy, Greg Sowders y Des Brewer se juntaban por primera vez en Los Ángeles para dar forma a un combo que tomaba su nombre de una película del oeste, revival de un género en decadencia, al que ponía banda sonora uno de los pocos forajidos que todavía quedaban -y quedan- en pie: Ry Cooder. De aquellla primera alineación de los Ryders saldría el rotundo 10-5-60, carta de presentación en forma de epé en el que se mostraba la versión más cruda y directa del cuarteto. Join My Gang, And She Rides y sobre todo una imponente canción titular traían de vuelta el mejor sonido garaje, los efluvios de esos sesenta que parecían vertebrar aquella pequeña escena subterránea que sobrevivía en la ciudad californiana. Las gafas de sol oscuras, los estampados florales y aquel fondo en blanco y negro de la portada daban pistas de lo que estaba por llegar: un sonido enraizado, pero crudo, capaz de traer los ecos de Gram Parsons y The Clash por igual. El sueño salvaje del country-rock se hacía realidad con esta banda de forajidos.

No fue necesario esperar mucho para certificar aquella promesa. Unos meses después la banda publicaba su primer disco en formato largo con el expresivo título de Native Sons. Lo que en la carta de presentación había tenido que ser sacrificado en pos de la pegada, ahora aparecía cargado de color y sentimiento. The Long Ryders apostaban definitivamente por los sonidos del sur, el country&western, el-folk-rock y las mandolinas. Un hilo musical que al electrificarse propinaba una patada en el culo a los que pensaban que no se podía hacer punk y poner, al mismo tiempo, un ojo en el retrovisor. Mientras ese regusto a lo Buffalo Springfield avisaba de aquella tendencia del combo a navegar a contracorriente, la urgencia de canciones como Run Dusty Run o Still Get By garantizaban que el disco no terminara convirtiéndose en un simple ejercicio de estilo. La banda se permitía incluso el lujo de emplear un instrumento tan fuera de moda como la pedal-steel guitar o colaborar en Ivory Tower con Gene Clark, antiguo miembro de los Byrds convertido con los años en objeto de culto. 

La encrucijada parecía abierta; la apuesta a la vista, sobre la mesa. Si en las necrológicas del recientemente fallecido Merle Haggard se pudo leer la aportación de este como enlace entre los pioneros del hillbilly y aquel primer matriminio entre country y rock de finales de los sesenta; en la que escribiremos sobre The Long Ryders tendrá que aparecer sin duda su imprescindible aportación a la causa, su habilidad para tirar de un hilo que a comienzos de los ochenta parecía roto. Sin ellos seguramente los forajidos de los noventa no habrían oído hablar de nombres como Gram Parsons o The Band o ni siquiera se hubieran atrevido a practicar ese country barnizado con espíritu punk. A mediados de los ochenta el manantial de la tradición parecía haberse secado, las vías del tren de la canción enraizada se habían refugiado bajo tierra, asediadas por una modernidad rampante, entendida como simple negación del pasado. Pocos lo sabían, pero aquel ferrocarril polvoriento seguía viajando cargado de grandes canciones gracias, en parte, a unos Long Ryders que en su primer elepé emulaban la portada de aquel Palace of Sin de los Flying Burrito Brothers. Había futuro para el country. 


Pronto la banda se uniría a aquella escena de Los Ángeles bautizada como Paisley Underground y conocida más tarde en España como 'Nuevo Rock Americano'. Un rótulo que incluía nombres con poco en común más allá de la reivindicación del rock de guitarras y la fascinación por la década los sesenta. Podríamos citar bandas como Green On Red, Rain Parade, The Dream Syndicate o los primeros R.E.M. Dentro de este credo The Long Ryders optaron por desempolvar los flequillos a tazón y los chalecos de cuero, los banjos y las botas de punta. Una senda escogida de manera consciente, con una intención casi intelectual -Sid Griffin siempre fue un gran estudioso de la tradición folk norteamericana y tiene en su haber tomos imprescindibles sobre el Dylan más enraizado y los Byrds más clásicos-; pero que nunca abandonó los mandamientos más clásicos del rock, la pegada y el disfrute. Estos dos ejes terminarían chocando en State Of Our Union, segundo disco de la banda. Con él la formación angelina debutaba en una discográfica de relumbrón, puliendo su sonido, engrandeciéndolo pero sin perder su raíz folk-rock, abriendo el campo a experimentos como el que un par de años más tarde protagonizarían al otro lado del Atlántico The Waterboys en su celebrado Fisherman's Blues

Sin embargo, frente a los que pensaban que con su salto a una major The Long Ryders habrían de diluir su propuesta, Sid Griffin y compañía respondían con su cancionero más escorado y afilado en lo político. Desde el título pasando por cortes como Good Times Tomorrow, Hard Times Today o Southside of The Story, la banda repasaba el estado de la cuestión americana en plena era Reagan. De paso firmaban su himno más recordado, aquel Looking for Lewis and Clark en el que las guitarras de Griffin y McCarthy se mezclan como lo hace la esperanza y el descontento de una letra que ponía patas de arriba aquel 1985, año en el que reinaría el espíritu estéril del Live Aid y el pop edulcorado de We are the world. No era casualidad que ese mismo verano Neil Young, Willie Nelson y John Mellencamp lanzaran el Live Farm Aid, respuesta al buenismo de Geldof y compañía, festival dedicado íntegramente a ayudar a los granjeros del sur, demostración de que el country, lejos del viejo cliché, podía estar del lado de los oprimidos y necesitados. 

En ese momento The Long Ryders parecían destinados a convertirse en punta de lanza de un country de nuevo cuño, indepediente en sus formas aunque sin renunciar a la grandilocuencia del rock de la época. Por una vez la música del campo y la granja parecía tener las de ganar en la gran ciudad. Todo iba de cara para The Long Ryders hasta que, quizás anticipando su decadencia, el cuarteto cometió la mayor de las traiciones para la parroquia rock. Sin más intención que mantener la estela económica de su música, la banda participaría en un espot publicitario de cerveza, firmando desde ese momento su sentencia de muerte. En una industria que comenzaba a marcar en rojo la línea que separaba la senda alternativa del mainstream, aquello fue visto como un golpe bajo por parte de sus seguidores. El grupo que había pegado un puntapié al conservadurismo de los ochenta sin necesidad de renunciar a la tradición americana, el cuarteto que se atrevía a recuperar el Masters of War de Dylan en sus conciertos, había caído en la tentación del capital. Error de bulto, mancha en el expediente que algunos ya nunca perdonarían, vuelta al manido debate de la autenticidad que resurgiría con fuerza a comienzos de los noventa. 

Quizás fuera aquel episodio, quizás fuera que la fuente simplemente se había agotado, pero tras dos álbumes más que pasarían sin pena ni gloria, The Long Ryders se disolvían en 1987. Todavía tendría que pasar más de un lustro para que el término country alternativo llegara a los oídos de América. No obstante, la semilla para bandas como Old 97's o los Waco Brothers -en el que militaría John Langford, líder de otras de esas bandas pioneras, los Mekons- parecía sembrada. También el comienzo de una veneración casi de culto por los discos de la formación californiana. Especialmente en Europa y el Reino Unido, a donde se mudaría Sid Griffin para seguir con su labor como músico y estudioso de la tradición folk. Precisamente allí y en España es donde se ha podido ver a la banda en los últimos años, en alguna de sus esporádicas reuniones. Un regreso que, si bien siempre tiene el regusto de la nostalgia, ha mostrado empaque y chispa. También ha servido para recuperar el catálogo de esta banda única e imprescindible y recopilarlo en una reciente caja en el que suenan todas sus canciones. Sin duda, una nueva oportunidad para volver a cabalgar sobre esas guitarras de cuero y esa épica de granero y carretera. Como los pioneros del salvaje oeste, The Long Ryders regresan para recordarnos que hay verdades que nunca pasan de moda.
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6 comentarios:

  1. Estupendo post, me ha encantado, que cierto es que el debate autenticidad contra capital siempre se termina decantando por el segundo, cuanto más adultos más débiles.
    Les vi en vivo en su anterior paso por aquí y les vuelvo a ver el viernes, estaban en buena forma hace un par de años y así espero encontrarles ahora.
    De todas formas fueron míticos.
    Saludos.

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    1. Gracias, Addison.
      La verdad es que a los Long Ryders se les criticó en su momento en exceso por el tema del anuncio cuando eran de lo más auténtico y honesto que había en la escena rockera de aquellos años (¿cuántos en los ochenta se atrevieron a reivindicar el Dylan folkie o los primeros discos de los Byrds?). Al final, por suerte, quedaron las canciones y la sensación de que, de haber llegado unos años más tarde, estaríamos hablando como una de las grandes bandas del country-rock de los noventa.
      Yo esta vez me los pierdo, pero ya les pude ver en la anterior gira y están en muy buena forma (como The Dream Syndicate en su última reunión, vaya).
      Salud y rock, amigo.

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  2. Yo también les he dedicado un artículo esta semana aunque el tuyo es mejor. Qué gran grupo, hoy a verlos nuevamente en directo. Salud.

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    1. Ay! Esta vez no he podido verles y me corroe la envidia viendo las crónicas y las fotos que compartís. Espero que los disfrutarais anoche en Valencia.
      Saludos, amigo JotaJota.

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  3. Genial el post, lo mejor que he leído de ellos en esta última visita a nuestro país. Sin duda, grupo de cabecera. Saludos

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    1. Gracias, Antonio. La verdad es que son un grupo imprescindible y es un gusto ver cómo, gracias a esta reunión, se les ha hecho un poco de justicia.

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