19/3/17

Chuck Berry: sólo hicieron falta aquellos acordes


La única verdad del rock&roll eran aquellos tres acordes. La primera vez que Chuck Berry los hizo sonar el mundo se puso patas arriba. Corría el año 1955 y en las radios norteamericanas giraba Maybellene. Una canción que encapsulaba todo el espíritu de los cincuenta. La juventud y las carreras de coches, el desamor y las ganas de largarse de la ciudad. Con ella Berry lograría romper las barreras raciales, convertir aquel sucio rhythm&blues, reservado exclusivamente para el mercado negro, en un lenguaje universal. Sólo hicieron falta aquellos tres acordes.

Después el de St. Louis volvería a utilizarlos en infinidad de ocasiones, convirtiéndolos en una marca personal. A ellos se uniría aquel estilo teatral, cómico, aquellos pases de baile que todos terminaríamos imitando en un bar a las 2 de la mañana. También esa sonrisa infecciosa con bigote, esa mirada juguetona capaz de incendiar cualquier escenario. Puede que Berry no tuviera el sex-appeal de Elvis ni el latigazo espídico de Little Richard o Jerry Lee Lewis, pero cada vez que apuntaba con su guitarra el mundo se ponía a sus pies. Keith Richards, los Beatles, Bruce Springsteen le deben todo. Nosotros, que aprendimos la lección del rock&roll en el asiento trasero de un coche, también.

Berry había nacido en 1926 en el estado de Missouri y desde siempre había querido formar parte de la escena local de blues. Enamorado de la música de T-Bone Walker, a mediados de los cincuenta Chuck se puso en contacto con Muddy Waters para que le ayudara a dar a conocer su mezcla de R&B y country. El bluesman le mandó directamente a las oficinas de Chess Records, donde Berry grabaría sus mayores éxitos entre 1955 y 1966. Canciones llenas de aroma adolescente cantadas por un tipo que rozaba la treintena. Nada de eso importaba. Berry era un torbellino sobre el escenario. También fuera de él, donde un asunto de faldas con una menor le terminaría llevando a la cárcel. A su regreso en 1963, su rastro, lejos de haberse perdido, había terminado convirtiéndose en leyenda. Las bandas británicas reivindicaban su trono en el rock&roll y el circuito americano le recibía como uno de los pioneros.

Por desgracia este estatus de culto le relegaría al circuito de la nostalgia. Berry seguiría editando joyas en plena eclosión hippy para el sello Mercury Records, incluyendo un suculento directo junto a la Steve Miller Band. Después llegarían los años setenta, el regreso a Chess y los homenajes en vida. Berry, coronado como rey del rock&roll, nunca renegaría de su trono. Pasearía su estilo único por medio planeta y descansaría en su St. Louis natal las fiestas de guardar. Hasta que en 2016, con los noventa todavía humeando sobre la tarta de cumpleaños, anunciaba su primer disco con material nuevo en cuatro décadas. Por desgracia, el guitarrista nunca lo oirá sonando en la radio. Con él se va una pieza fundamental del invento del siglo. El rock&roll nació porque Chuck Berry estuvo aquí para bailarlo.
   

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