La única verdad del rock&roll eran
aquellos tres acordes. La primera vez que Chuck Berry los hizo sonar
el mundo se puso patas arriba. Corría el año 1955 y en las radios
norteamericanas giraba Maybellene. Una canción que encapsulaba todo
el espíritu de los cincuenta. La juventud y las carreras de coches,
el desamor y las ganas de largarse de la ciudad. Con ella Berry
lograría romper las barreras raciales, convertir aquel sucio
rhythm&blues, reservado exclusivamente para el mercado negro, en un
lenguaje universal. Sólo hicieron falta aquellos tres acordes.
Después el de St. Louis volvería a
utilizarlos en infinidad de ocasiones, convirtiéndolos en una marca
personal. A ellos se uniría aquel estilo teatral, cómico, aquellos
pases de baile que todos terminaríamos imitando en un bar a las 2 de
la mañana. También esa sonrisa infecciosa con bigote, esa mirada
juguetona capaz de incendiar cualquier escenario. Puede que Berry no
tuviera el sex-appeal de Elvis ni el latigazo espídico de Little
Richard o Jerry Lee Lewis, pero cada vez que apuntaba con su guitarra
el mundo se ponía a sus pies. Keith Richards, los Beatles, Bruce
Springsteen le deben todo. Nosotros, que aprendimos la lección del
rock&roll en el asiento trasero de un coche, también.
Berry había nacido en 1926 en el
estado de Missouri y desde siempre había querido formar parte de la
escena local de blues. Enamorado de la música de T-Bone Walker, a
mediados de los cincuenta Chuck se puso en contacto con Muddy Waters
para que le ayudara a dar a conocer su mezcla de R&B y country.
El bluesman le mandó directamente a las oficinas de Chess Records,
donde Berry grabaría sus mayores éxitos entre 1955 y 1966.
Canciones llenas de aroma adolescente cantadas por un tipo que rozaba
la treintena. Nada de eso importaba. Berry era un torbellino sobre el
escenario. También fuera de él, donde un asunto de faldas con una
menor le terminaría llevando a la cárcel. A su regreso en 1963, su
rastro, lejos de haberse perdido, había terminado convirtiéndose en
leyenda. Las bandas británicas reivindicaban su trono en el
rock&roll y el circuito americano le recibía como uno de los
pioneros.
Por desgracia este estatus de culto le
relegaría al circuito de la nostalgia. Berry seguiría editando
joyas en plena eclosión hippy para el sello Mercury Records,
incluyendo un suculento directo junto a la Steve Miller Band. Después
llegarían los años setenta, el regreso a Chess y los homenajes en
vida. Berry, coronado como rey del rock&roll, nunca renegaría de
su trono. Pasearía su estilo único por medio planeta y descansaría
en su St. Louis natal las fiestas de guardar. Hasta que en 2016, con los
noventa todavía humeando sobre la tarta de cumpleaños, anunciaba su
primer disco con material nuevo en cuatro décadas. Por desgracia, el
guitarrista nunca lo oirá sonando en la radio. Con él se va una
pieza fundamental del invento del siglo. El rock&roll nació
porque Chuck Berry estuvo aquí para bailarlo.
Bravo Javier!!!!
ResponderEliminarGracias Johnny! Un tipo tan grande se merecía al menos unos palabras :)
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