Fue Nick Lowe quien dijo que los
Beatles arruinaron la música “porque después de ellos, todo el
mundo pensó que debía escribir su propio material – lo que por
supuesto muchos no podían”. Curioso viniendo de unos de los tipos
que ha escrito muchas de la mejores piezas de pop atemporal de los
últimos cuarenta años. También de los que más ha respetado la
labor del simple intérprete de canciones. En el fondo, gran parte de
su catálogo siempre estuvo basado en ese sonido clásico, inocente,
de los sesenta. No inventa nada pero lo hace tan bien que uno no
tiene más que quitarse el sombrero ante semejante derroche de clase.
Lo mismo puede decirse de todos los
intérpretes de blues y folk del último medio siglo. Si el sonido
del sur norteamericano quedó tallado en piedra hace décadas, no han
faltado músicos que han seguido puliendo la tradición sin necesidad
de inventar nada. En el fondo todas las canciones de blues son la misma.
Una suerte de repetición de un mismo patrón. Jake Xerxes Fussell lo
sabe y por eso, en vez de añadir nuevas piezas al canon, prefiere
rebuscar en el vasto material del pasado recuperando la figura del
simple intérprete de canciones, convirtiéndose en una suerte de
Harry Smith del siglo XXI.
De momento su antología sólo
comprende dos volúmenes, pero juntos resultan suficientes para
trazar un mapa de la canción folk de los Estados Unidos. Sin ir más
lejos su reciente trabajo recoge tonadas marineras y murder ballads,
canciones trotonas para forajidos y reinterpretaciones de piezas del
jazz de entreguerras. Todo ello con la guitarra como principal
protagonista. Se une así a esa nueva generación de intérpretes de
las seis cuerdas capaces de inyectar savia nueva a la tradición.
Gente como Steve Gunn, Ryley Walker, Daniel Bachmann o William Tyler.
Herederos de Ry Cooder y John Fahey. Malabaristas de la guitarra de
palo y el sonido sepia. De todos ellos, Fussell es el más
comprometido con el pasado.
De profesión académica, el músico de
Carolina del Norte lleva media vida dedicada a desenterrar canciones
olvidadas en un tiempo pretérito. Su trabajo en la universidad del
estado tiene como función recopilar piezas del blues y el folk
norteamericano. Una labor de restauración que no le ha impedido
reescribir parte de sus hallazgos. Jump For Joy, la composición de
1941 de Duke Ellington, luce simple en manos de Fussell, pero
mantiene el swing de la toma original. Pinnacle Mountain Silver Mine,
la pieza más moderna de What in the natural world, asusta por su desnudez. Have
you ever seen peaches growing on a sweet potato vine? se convierte en
una suerte de alegato ecológico sin perder su tono humorístico.
Fussell, lejos de sentar cátedra, abre el círculo para que otros
sigan su rastro.
En el fondo su tarea consiste
simplemente en recolocar piezas del puzzle. Encontrar las pepitas de
oro escondidas en el río para que vuelvan a relucir a plena luz del
día. Por su cedazo pasan, por ejemplo, los versos del poeta galés
Idris Davies, descubierto por T.S. Eliot y reconvertido en literato
tras perder un dedo en una de las huelgas mineras convocadas en el
sur de Gales a mediados de los años veinte. Su Bells of Rhymney
sería adaptado para la canción folk por una institución
como Pete Seeger, lectura de la que surtirían versiones de los
Byrds, John Denver, Robyn Hitchcock y hasta del Dylan de las cintas
del sótano. El alegato obrero de su letra sirve de excusa para
encontrar al Jake Xerxes Fussell más jovial, capaz de transformar
una tonada minera en una canción festiva.
Lo mismo se puede decir de St.
Brendan's Isle, pieza que parece salida de una jam session en un pub
irlandés. Nada más lejos de la realidad. La composición fue
escrita hace un siglo por Jimmy Driftwood, responsable de más de
seis mil canciones del songbook americano, incluyendo piezas tan
conocidas como The Battle of New Orleans o Tennessee Stud, esta
última más conocida por la versión de Doc Watson. Más oscura es
Billy Button, que además de su estribillo en forma de trabalenguas,
recoge diferentes piezas de los años veinte y treinta y las
incorpora a esta especie de comedia bufa, collage de imágenes que
remiten a esa old weird america de la que hablaba Greil Marcus.
En el otro lado del tablero encontramos
las canciones más desoladoras de la colección. Furniture Man es la
pieza que más se asemeja al estándar del blues. Especialmente con
esa letra en la que su personaje principal termina desahuciado, sin
casa y sin muebles, listo para dejarlo todo y lanzarse a la carretera
cual Woody Guthrie. Su final desposeído y libre parece más
relevante hoy que cuando fue escrita, allá por comienzos del siglo
XX. También lo es Lowe Bonnie, que recupera la desgastada figura de
Henry Lee, asesino en serie, arquetipo del forajido norteamericano,
reflejo de ese reverso tenebroso del país de las barras y estrellas.
Su historia será contada una y mil veces por los músicos folk de
nuestra generación y de generaciones venideras.
Ahí reside la magia del repertorio de
Jake Xerxes Fussell. A pesar de hundir sus manos en la corriente por
la que fluye la tradición, su música no suena ni añeja ni
desgastada. Sus interpretaciones limpias, pero llenas de ritmo,
pueden adoptar la forma de una big band o calzarse las botas de
llanero solitario. Su voz desprende sabiduría. Y sus canciones
surcan la geografía norteamericana sin miedo a reescribir
estándares. En el fondo él es el primero que sabe que esas
canciones fueran compuestas para ser cantadas una y otra vez para,
una vez desgastadas, volver de nuevo y recordarnos que toda historia
ya ha sido contada antes. La alegría, la desesperación, la
naturaleza, la aventura de un nuevo horizonte. No hay nada nuevo en este mundo.
Sólo las mismas canciones esperando a ser rescatadas del río de la
tradición.
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