16/7/17

Tom Petty & the Heartbreakers: el sueño californiano


Había sido un fin de semana de calor improbable para la capital inglesa, casi californiano. El día anterior nos habíamos refugiado en las praderas de Hampstead Heath, al norte de la ciudad, esperando que el verde de las colinas aliviara el sofoco. Tan sólo las cervezas templadas y la amistad compartida a través de canciones y anécdotas nos hizo sentirnos un poco más ligeros. Desde allí, caminando por la sombra, habíamos dejado el barrio de Highgate a la derecha para enfilar las calles de Muswell Hill, zona distinguida de la ciudad, cuna de aquellos dos hermanos que terminarían formando una de las bandas esenciales de la Gran Bretaña. La memoria de Londres es corta, pero al menos el aroma a ale y un par de santuarios nos recordaron que allí habían nacido Dave y Ray Davies. Los Kinks. El ADN british encapsulado en melodías de tres minutos. Sin ellos nadie se hubiera atrevido a contar las miserias detrás del telón de purpurina. Ellos, que nunca habían triunfado en la tierra de las oportunidades, nos iban a servir de alfombra de entrada a otro artista que había logrado vencer a su manera.

Las visitas de Tom Petty y sus Heartbreakers tienen el matiz de algo legendario a este lado del charco. Tanto que, entre sus seguidores europeos, la asistencia a uno de sus conciertos se ha terminado convirtiendo en una suerte de condecoración entre los militantes de la parroquia rock. Pocos pueden decir que le han visto en directo; menos, que lo han hecho en territorio nacional (todavía te esperamos en España, Tom). Único, situado en la delgada línea entre el éxito masivo y la veneración de culto, Petty se ha ganado el favor de un público europeo que sabe que nunca llegará a las cotas mesiánicas de Springsteen o Dylan, pero que siempre guardará en su baúl de recuerdos algunas de las canciones del rubio de Florida. Él es uno de los pocos artistas capaces de convertir la liturgia de un espectáculo de estadio en una velada entre viejos amigos. En Londres, estábamos sesenta y cinco mil, pero parecíamos la décima parte. También para la banda que acompañaba a Petty, los ya legendarios Heartbreakers, que celebran en esta gira cuarenta años acompañando al compositor de American Girl. En Rockin' Around (With You), la canción con la que abrieron su set, sonaron como una banda de garaje. Compacta, directa al grano, con el ritmo siempre en cabeza.

Aquella había sido, no obstante, la canción con la que los Heartbreakers se habían presentado al mundo, allá por 1976. Su rock propulsado por guitarras y estribillos cantados al unísono parecía desafiar la moda de la época sin necesidad de grandes acrobacias. Su sonido parecía amoldarse a un tiempo lleno de grandes despliegues y escenarios pomposos. Pero también daba en la tecla de la sencillez de los tres acordes. Esto permitió a Petty sortear la complicada década de los ochenta cosechando éxitos, sin perder por ello su integridad entre los seguidores del rock de guitarras. Así, para cuando los noventa asomaban, él y los Heartbreakers eran ya una institución y podían permitirse el lujo de dejar una canción como Mary Jane's Last Dance fuera de sus elepés. En Hyde Park sonó como siempre nos la habíamos imaginado: jovial, profunda y con esas armonías vocales del estribillos golpeándonos en la cabeza una y otra vez. 

Sólo habían pasado diez minutos y el rubio ya nos tenía en el bolsillo. A partir de este momento Petty se dedicaría a repasar sus melodías más reconocibles, poniendo el acento en Wildflowers, aquel disco de 1994 grabado junto a Rick Rubin que demostraba que el de Florida era algo más que un compositor de canciones para la FM americana. You don't know how it feels nos devolvió su versión más country-blues. Scott Thurston se divertía desde la esquina con la armónica mientras Campbell, gafas de sol y sombrero cubriendo sus rastas, acompañaba a Petty sin necesidad de pisar el acelerador. Sencillo y con temple, como sólo él sabe. Más encendida sonó Forgotten Man, del último disco de los Heartbreakers, ese Hypnotic Eye cargado de riffs y guitarrazos blues. I Won't Back Down y Free Fallin' se convirtieron, como era de esperar, en un karaoke entre el público de Hyde Park y la banda.

Con ellas entrábamos en el tramo más solemne del concierto. Walls, la canción que abría la banda sonora de She's the one, sorprendió a los seguidores más longevos de la banda. Su estribillo pop, agridulce, merece estar entre lo más alto de la producción de Petty. También Don't Come Around Here No More, que, despojada de toda la fanfarria de su época, sonó por fin con ese acento sureño que el título del disco de 1985 demandaba. Desnuda, acústica, acompañada por esos dos ángeles en los coros que Petty se había traído de la antigua banda de Leonard Cohen. Más previsible era la aparición de Stevie Nicks sobre el escenario de Hyde Park. Su set a primera hora de la tarde había sido plomizo y espeso, tan sólo elevado por una Landslide final que permitió salvar los muebles a la antigua vocalista de los Fleetwood Mac. Su colaboración con Petty y los Heartbreakers en Londres sonó más a compromiso que a auténtico encuentro entre viejos amigos. La interpretación de Stop Draggin' My Heart Around sonó plana, falta de química, instante a olvidar en una noche casi perfecta.

Subieron el nivel It's Good To Be a King y Crawling Back To You, ambas extraídas de Wildflowers. La primera demostrando por qué Petty es el maestro de los medios tiempos. Sólo él posee esa habilidad para navegar entre las aguas que median entre la balada y la urgencia rockera. Su capacidad única para mantener una melodía en pie hizo que se viera obligado a alargar It's Good To Be a King hasta los diez minutos, dejando que el resto de la banda se luciera. Lo mismo ocurrió en Crawling Back To You, majestuosa, con un Benmont Tench inconmensurable. Puede que su clase a las teclas pase muchas veces desapercibida entre las melodías de los Heartbreakers, pero cuando encuentra el hueco es capaz de demostrar por qué es uno de los instrumentistas más elegantes de la escena rock. Lo mismo puede decirse de Campbell, fiel escudero de Petty, maestro del riff sencillo pero efectivo. En It's Good To Be A King se batió en duelo con el propio líder de la banda, que le dejó salirse del guión y mostrar su versión más encendida en I Should Have Known It, aquella canción de Mojo que parecía sacada de los primeros discos de Led Zeppelin.

Antes habían sonado el tema titular de Wildflowers -sencillo, sin grandes florituras, como el tema exige- y una Learning To Fly desprovista de cualquier artificio, con Petty interpretando a corazón abierto, agradeciendo el calor del público londinense. Momento para enmarcar, sin duda. También lo fue Yer So Bad. Con ella Petty había cruzado el rubicón entre los ochenta y los noventa, tomando el testigo de sus adorados Byrds, pero llamando a la puerta de una década que se le encumbraría como uno de los grandes. En Hyde Park el acompañamiento de la mandolina de Campbell le dio ese toque folk-rock que a veces se echa de menos en los espectáculos estadios, más pensados para los fuegos artificiales y las interpretaciones directas. En esta veta sonaron Refugee y Runnin' Down a Dream. Nada que objetar. Ambas figuran en el olimpo de las mejores canciones del rubio de Florida por méritos propios. De hecho Refugee, con su ritmo acelerado, podría ser sin duda su gran himno. Si no fuera porque su cancionero contiene otro puñado de composiciones de igual o mayor entidad. Entre ellas esa Runnin' Down a Dream (¿su Born to Run?) con la que la banda ponía rumbo a los camerinos.

Despedida en falso, intermedio y vuelta al escenario con una You Wreck Me esperada por el público. Tras ella ya sólo quedaba redondear la noche con American Girl, primer gran éxito de Tom Petty, estribillo eterno de los setenta. En ella se resume toda la carrera del norteamericano. El impulso de juventud, las ganas de vencer sin perder la esencia por el camino, esa manera de encarar el sueño americano más cercana a la tragedia de Warren Zevon que al triunfalismo de Springsteen. La música de Petty, a pesar de ser capaz de elevarnos a los cielos, siempre tuvo mucho más de recogimiento y espectáculo privado. Durante años las cintas con sus canciones circularon casi como un tesoro oculto. Ausente de los escenarios europeos, sólo escuchábamos sus hazañas a través de la radio y las revistas. Convertido en un compañero, casi un amigo, al que parecía que nunca veríamos en persona, el pasado domingo pudimos por fin cantar juntos sus estribillos. Ya lo decía la letra de Runnin' Down a Dream. “It was a beautiful day, the sun beat down / I had the radio on, I was drivin' / Trees flew by, me and Del were singin' little Runaway / I was flyin'”.

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