29/12/19

2019

Al igual que Diarios y 1971 confeccionaban un díptico del Berrio más íntimo y afrancesado, Paradoja y Niño Futuro arrojan las dos caras de su yo más rockero. Menos rocoso que su antecesor, lo último del vasco mantiene el filo en el apartado lírico. Abolir el alma toma inspiración en Ciorán, Mi álbum de nubes del cielo es lo más cercano que Berrio ha estado de una canción pop perfecta y El truco era un resorte cierra esta colección dulce y pulida de nuestro Leonard Cohen. El mejor escritor de canciones de la lengua cervantina en muchos, muchos años. 


De todos los buscadores de oro que pueblan el mapa de carreteras de la canción tradicional norteamericana Jake Xerxes Fussell siempre será nuestro favorito. No es sólo esa fachada sencilla, como si de un Woody Guthrie de porche y mecedora se tratara. Su relectura del cancionero polvoriento va más allá de los tópicos y pincha en el corazón de las canciones. The River St. Johns y Oh Captain desprenden olor a salitre, Drinking of the wine parece grabada en la casa rosa de The Band y Michael was hearty emociona a cada giro. Jubileo folk.      


Vecino de la bucólica villa de Kingston Upon Thames, el británico Peter Bruntnell decidió dedicar el título de su último disco a la ciudad del Manzanares ("If I could be a king, I'd be the king of Madrid"). Un guiño castizo que esconde una colección de combustión lenta, netamente british. No esperen grandes despliegues: la artesanía de Bruntnell siempre estuvo en los pequeños detalles, en esa capacidad de firmar melodías que arropan la canción sin emborronarla. King of Madrid es una clase maestra de esto. También un disco soberbio.


Nos hemos acostumbrado a que nos den gato por liebre en esto de los discos póstumos, refritos de tomas que nunca debieron salir del baúl, que este Thanks for the dance nos ha pillado por sorpresa. No sólo complementa la trilogía arrugada de nuestro judío favorito, si no que funciona como epílogo perfecto para una carrera que brilló con mucha clase -tanto en el estudio como sobre las tablas- en la última década de vida de Leonard Cohen. The Night of Santiago, The Hills y el tema titular ya forman parte del canon eterno del de Montreal. "One two three, one two three..."


Más preciosista que su debut, The Imperial confirma lo que ya sabíamos: The Delines son una banda con mucho recorrido. Especialmente ahora que Willy Vlautin ha cerrado definitivamente su capítulo con los legendarios Richmond Fontaine y Amy Boone parece haberse recuperado de ese accidente que casi la deja en una silla de ruedas. Ambos forman el hueso de una formación enraizada en el canon country-soul, miel y whisky, única gracias al pulso narrativo y fronterizo de Vlautin. Sus derrotas, su retrato de esa América de moteles, es la nuestra.


A estas alturas de la historia conviene subrayar alguna de las pocas certezas que todavía nos quedan en esto de la música. Una de ellas lleva por nombre Steve Gunn. En apenas cinco álbumes el norteamericano ha construido una de las carreras más sólidas del último decenio. Un viaje que comenzaba a la sombra de maestros como como John Fahey y Michael Chapman y que culmina ahora con el reciente The Unseen in Between, en el que Gunn, sin olvidar sus raíces, se descubre como un compositor de canciones pop mayúsculas. Entre la Velvet y Bert Jansch.


Enfrentarse a un disco de Wilco en 2019 puede resultar arriesgado. Especialmente para aquellos seguidores de la banda que siguen viéndoles como ese combo explosivo capaz de unir tradición y vanguardia. Ode to Joy, su última referencia, requiere de una digestión reposada. Pero es en ese lento traqueteo base de guitarras garabateadas y ritmos deslabazados donde uno termina encontrando su razón de ser. Si a eso lo unimos esas letras cargadas de humanidad de Jeff Tweedy estamos ante uno de los discos más bellos firmados por la formación de Chicago.


David Kilgour es un marciano. También un completo desconocido para este que escribe hasta hace apenas unos meses. Poco importa. La música encapsulada en Bobbie's a girl tiene todos los atributos para gustar en esa casa. Esos pasajes acústicos ensoñadores, esas guitarras desaliñadas, esa psicodelia que tan pronto recuerda a los Grateful Dead más reposados como se desmelena sin miedo a traspasar fronteras y géneros (¿es Swan loop un ejemplo del mejor trip-hop?). Un ramillete de hilos de los que tirar, un músico en estado de gracia.


El segundo trabajo del veterano Michael Chapman con Steve Gunn a los mandos vuelve a regalarnos una colección para la posteridad. Menos polvoriento que 50, True North representa de manera fiel lo que uno se puede encontrarse si va a uno de los conciertos del británico. Preciosismo instrumental e historias de un tipo con 78 años a sus espaldas. Canciones como After all this time o Youth is wasted on the young se recrean en tiempos pretéritos sin revanchismos, sólo con la humildad de un músico que sigue creyendo en el fuego redentor del folk.


Quique González había llegado a un punto muerto. En racha en el estudio, sus conciertos parecían más hechos para agradar a las masas que a ser fiel con ese cantautor siempre en sintonía con sus orígenes. Tocaba tirar del freno. Las palabras vividas, su colaboración junto al poeta Luis García Montero, no convencerá a muchos, pero al menos desvía al músico de la carretera principal. Aquí el madrileño, despojado de su propio vocabulario, evita alguno de los tics en los que había caído. De paso firma uno de sus discos más desnudos y bellos. El disco del otoño.


Teniendo en cuenta que no hay discos mejores ni peores, al final lo único que nos queda es la belleza. Y si de disco bonito hablamos Those Pretty Wrongs se llevan el oro en este 2019. Con su segunda referencia el duo formado por Luther Russell y Jody Stephens vuelve a tocar la tecla de la melodía sencilla y honesta. Y lo hace con diez composiciones de apariencia humilde, sin grandes florituras, que visten de folk lo que en el fondo es una muestra del mejor pop atemporal. Avisados quedan: Zed for Zulu ha venido para quedarse.


A pesar de su apariencia de bootleg pirata, Let It Burn arroja el disco más conseguido hasta la fecha de los californianos GospelbeacH. Capitaneados por el inconmensurable Brent Rademaker, los californianos se descargan con una colección llena de medios tiempos y melodías soleadas, que bebe de las mejores enseñanzas del fallecido Tom Petty. No es el único homenaje velado en Let It Burn. Aquí también tenemos las últimas grabaciones en vida de Neal Casal. Los hijos bastardos de Poco en su versión más melancólica y sentida.


Aunque por lo general solemos desconfiar de los grandes consensos, hay que quitarse el sombrero ante el debut de la británica Yola. Vale que la de Bristol toma su estilo directamente del country-soul más clásico, cuando no directamente del tronco melódico de Tina Turner. Pero lo hace con estilo y buen hacer. Si a eso le unimos una pasado de origen humilde y que, por una vez, Dan Auerbach evita caer en los tics 'marca de la casa' y deja que las canciones funcionen por sí solas, estamos ante un disco lleno de alma y melodías eternas. Negro y aterciopelado.


El disco marciano de la temporada lo firman los neoyorquinos Garcia Peoples. Si lo que les gusta son las canciones de extensión dilatada, las excursiones psicodélicas y los cambios bruscos de ritmo aquí tienen el regalo para estas Navidades. Un viaje de cuarenta minutos (ocho más si incluimos la versión en formato sencillo del tema central) que transcurre por la órbita del Miles Davis eléctrico y explosivo, cuando no mezcla todas las épocas de los Grateful Dead: la más folky, la más lisérgica, incluso la más campestre y raunchy.


En esta casa gustó (y mucho) Sleep well beast. Un disco de piel electrónica que tiene su continuación -al menos en el apartado sonoro- en el prolífico I am easy to find. Menos abiertamente político, eso sí, el octavo álbum de estudio de The National lima aristas mientras entrega uno de los registros más personales de la banda. Trufado de interpretaciones vocales femeninas, las quince canciones de I am easy to find dan aire fresco a Berninger y los suyos, además de servir para recuperar favoritos como Rylan. Coral y terapéutico. 


Lo reconozco: desconocía la obra de David Berman hasta la publicación del debut de Purple Mountains, último proyecto de un tipo de apariencia ordinaria pero pluma fina. Desgraciadamente este se ha convertido en la colección final del de Virginia, antes de que decidiera quitarse la vida. Y claro, uno no puede evitar leer en letras como All my happiness is gone y Maybe I'm the only one for me la profecía del suicidio. Pero Purple Mountains es también el testamento de un tipo vital, capaz de sacar brillo a la más sencilla de las estampas.


En esta casa veneramos muchos a los Mekons. No sólo porque los ingleses estuvieran en el germen del country-alternativo, ese movimiento que agitó la tradición de las barras y estrellas en los noventa y que sirvió de puerta de entrada para muchos de los sonidos de mi discoteca. Si no porque, más allá de convertirse en simples precursores del asunto, Jon Langford y compañía nunca han dejado de romper los límites del género. Deserted, su primera referencia en tres años, es otro ejemplo de ello. Country con espíritu punk, rock con alma polvorienta.   


Seis años hemos tenido que esperar para lo nuevo de Bill Callahan. Algo que no debería sorprender en un tipo de apariencia pausada, cuya música siempre pareció seguir el traqueteo de las estaciones. Es precisamente esto último, la caída de las hojas de los árboles, la rutina de un tipo recién casado y estrenando paternidad, la principal inspiración detrás de esta veintena de nuevas canciones. Así que sí: Shepherd in a Sheepskin Vest mantiene algo de ese Callahan burlón, pero prevalece el escritor doméstico y campestre. Nos sigue gustando, vaya.


El tipo con más clase de esta negociado ha editado en 2019 su disco más espiritual y sentido de su discografía. Marcado por el diagnóstico de un cáncer que apenas le daba unos cuantos meses de vida, Joe Henry desnuda las canciones hasta dejarlas en los huesos, convirtiéndoles en testimonios gospel, nanas folk que estremecen con el simple giro de un acorde. Piensen en el Leonard Cohen más confesional, piensen en el Van Morrison de Astral Weeks. Un testamento vital sin lamentos, lleno de agradecimiento por lo que vendrá. 


Aunque con la corazón de su banda madre en el retrovisor, Charly Riverboy ha decidido cruzar el charco en busca de inspiración para su estreno solitario. En Riverboy asoman flecos de los Kinks y Fairport Covention, de psicodelia británica y gusto por las melodías de mesa camilla y tetera. Un desvío que no esconde su filia por las guitarras de madera y los ambientes de taberna, por ese sonido de ascendencia yankee. Al final la mezcla funciona porque las canciones están ahí, dando testimonio de un compositor que maneja a la perfección las herramientas de su oficio.  


Si tuviéramos que hacer una lista de todos los músicos que han aprendido, cogido prestado o simplemente robado ideas de J.J. Cale, necesitaríamos un pergamino de aquí a Tulsa. Fallecido hace un lustro, el guitarrista sigue extendiendo su influencia en la música norteamericana. Stay Around es buena prueba de ello. Una recopilación de canciones inéditas que es más que eso. Una colección que demuestra que menos es más. Una nueva muesca en el canon de un músico que seguirá extendiendo su sombra alargada durante décadas. 


Cada disco de Bantastic Fand es un milagro. No solo por ese sonido único, ramillete de canciones que tan pronto beben de esa Norteamérica sepia de Dylan como nos transportan a la más humilde, pero igualmente evocadora, costa de Cartagena. Si no por ese empeño de Nacho Para y los suyos en seguir fieles a una manera de hacer las cosas artesanal, generosa en el tiempo, libre de ataduras. Somebody's World, su tercer trabajo, es una nueva de muestra de ello. Un disco coral, mundano, sanador.   


Últimos en unirse a esta lista de favoritos de la temporada, los norteamericanos Twin Peaks habían grabado hasta la fecha tres álbumes de piel lo-fi, que los emparentaba con la versión más relajada de Dr. Dog. Una trayectoria que toma un ligero desvío en Lookout Now, su cuarta referencia. Aquí los de Chicago muestran su lado más campestre y rural, más cercanos a las laderas de la Big Pink que al asfalto gris de su Chicago natal. De paso entregan canciones tan redondas como Ferry Song o Better than stoned


Los que nunca hemos vivido cerca del mar, rodeados del olor a salitre cada mañana, soñamos con canciones de piratas y barcos, escuchamos los discos de King Creosote y nos imaginamos en la costa escocesa escuchando el sonido de la olas contra las rocas. Algo parecido ocurre cuando escuchamos el reciente disco de James Yorkston. Un tipo bregado en las mejores artes del folk inglés y que en The Route To The Harmonium nos lleva al norte del norte, a ese lugar mágico donde las canciones suenan extrañas y familiares al mismo tiempo.   


A veces hay poco que decir sobre un disco. Y a veces ese es el mejor de lo piropos. Up on High  es un disco de costuras sencillas, en el que los californianos Vetiver vuelven a hacer lo que mejor saben: melodías. Tras el intento de modernizar su sonido que supuso Complete StrangersAndy Cabic y los suyos regresan a la esencia de ese folk evocador, pop de trazo sencillo para escuchar con las ventanillas del coche bajadas. No esperen grandes sorpresas ni escapadas de un guión, sólo una banda cumpliendo con el sacrosanto sacramento de la canción bien hecha.


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