30/3/20

Discos para un república invisible VII



Cuenta John Prine que la inspiración para Bruised Orange le vino una gélida mañana de domingo. Enamorado de una guitarra de 250 pavos que había visto en el escaparate de la tienda local, el futuro compositor de canciones como Sweet revenge o Paradise había empezado a trabajar en la iglesia de su barrio limpiando el polvo y haciendo chapuzas con el fin de ahorrar para hacerse con el preciado instrumento. El empleo, por el que el músico se embolsaba cincuenta dólares al mes, también requería que, en los meses más fríos, el joven Prine fuera a primera de hora a quitar la nieve de la entrada antes de que llegaran los primeros feligreses. Así fue como en una de esas mañanas gélidas, de camino al templo, John Prine presenciaría la escena aquel accidente de coche junto a los vías del tren retratado en los primeros versos de Bruised Orange.

My heart's in the ice house come hill or come valley
Like a long ago Sunday when I walked through the alley
On a cold winter's morning to a church house
Just to shovel some snow.
I heard sirens on the train track howl naked gettin' nuder,
An altar boy's been hit by a local commuter
Just from walking with his back turned
To the train that was coming so slow. 

La anécdota, mitad verdad, mitad leyenda, según asegura el propio autor, retrata a las claras al de Illinois. De origen humilde y verbo a ras de suelo, el músico terminaría encajado en aquella generación de vaqueros fuera de ley que asaltaron Nashville y la industria del country a mediados de los setenta. Y puede que hubiera algo de razón en todo aquello. Prine, como Clark o Crowell o Van Zandt, huían de la pomposidad de aquel estilo relamido y cosmopolita que había terminado imperando en la meca del género. Sin embargo, el compositor de Bruised Orange supo ir más allá de la figura de renegado y forajido que terminó engullendo a algunos de aquellos outlaws

A comienzos de los ochenta fundó su propio sello discográfico huyendo de las exigencias de la industria. Quizás por ello una década más tarde, cuando la música de raíces volvió a florecer en el medio-oeste americano, su figura fue una de las más reivindicadas por aquella nueva generación de buscadores de oro y amantes del country alternativo. Y así ha seguido siendo hasta nuestros días. Venerado por generaciones y generaciones de songwriters, su manera de componer no ha cambiado ni un ápice. Sus canciones siguen poniendo el acento en lo menor, lo anecdótico que no lo es tal, mostrando la cara más amarga de la naturaleza humana, pero también la más cómica y dulce. Recordándonos que incluso una mañana de domingo, una naranja magullada o un viaje al supermercado pueden servir de inspiración para la mejor de las canciones.

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