Cuenta John Prine que la inspiración
para Bruised Orange le vino una gélida mañana de domingo. Enamorado
de una guitarra de 250 pavos que había visto en el escaparate de la
tienda local, el futuro compositor de canciones como Sweet revenge o
Paradise había empezado a trabajar en la iglesia de su barrio
limpiando el polvo y haciendo chapuzas con el fin de ahorrar para
hacerse con el preciado instrumento. El empleo, por el que el músico
se embolsaba cincuenta dólares al mes, también requería que, en los
meses más fríos, el joven Prine fuera a primera de hora a quitar la
nieve de la entrada antes de que llegaran los primeros feligreses.
Así fue como en una de esas mañanas gélidas, de camino al templo,
John Prine presenciaría la escena aquel accidente de coche junto a
los vías del tren retratado en los primeros versos de Bruised
Orange.
My heart's in the ice house come hill or come valley
Like
a long ago Sunday when I walked through the alleyMy heart's in the ice house come hill or come valley
On a cold winter's morning to a church house
Just to shovel some snow.
I heard sirens on the train track howl naked gettin' nuder,
An altar boy's been hit by a local commuter
Just from walking with his back turned
To the train that was coming so slow.
La
anécdota, mitad verdad, mitad leyenda, según asegura el propio
autor, retrata a las claras al de Illinois. De origen humilde y verbo
a ras de suelo, el músico terminaría encajado en aquella generación
de vaqueros fuera de ley que asaltaron Nashville y la industria del
country a mediados de los setenta. Y puede que hubiera algo de razón
en todo aquello. Prine, como Clark o Crowell o Van Zandt, huían de
la pomposidad de aquel estilo relamido y cosmopolita que había
terminado imperando en la meca del género. Sin embargo, el
compositor de Bruised Orange supo ir más allá de la figura de
renegado y forajido que terminó engullendo a algunos de aquellos
outlaws.
A
comienzos de los ochenta fundó su propio sello discográfico huyendo
de las exigencias de la industria. Quizás por ello una década más
tarde, cuando la música de raíces volvió a florecer en el
medio-oeste americano, su figura fue una de las más reivindicadas
por aquella nueva generación de buscadores de oro y amantes del
country alternativo. Y así ha seguido siendo hasta nuestros días.
Venerado
por generaciones y generaciones de songwriters, su manera de componer
no ha cambiado ni un ápice. Sus canciones siguen poniendo el acento en
lo menor, lo anecdótico que no lo es tal, mostrando la cara más
amarga de la naturaleza humana, pero también la más cómica y
dulce. Recordándonos que incluso una mañana de domingo, una naranja
magullada o un viaje al supermercado pueden servir de inspiración
para la mejor de las canciones.
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