Haz que parezca un accidente, parecían
decirnos. Grabado en una pequeña iglesia de Toronto, The Trinity
Sessions terminó definiendo la carrera de los Cowboys Junkies. Un
álbum que había sido grabado en apenas un día -a excepción de la
inicial Mining For Gold- y con la simple ayuda de un micrófono, terminaría dotando a la banda de ese sonido característico.
Reposado, melancólico, crudo. Sin embargo aquel tono apagado, casi
susurrante, había llegado por pura necesidad. Incapaces de costearse
un estudio de grabación profesional decidieron buscar un lugar a mano en el que plasmar aquellas canciones de vaqueros y yonkis.
Otro día contaremos la historia de
cómo consiguieron sortear la “censura” del párroco de la
iglesia de Holy Trinity y grabar canciones firmadas por tipos tan
poco píos como Lou Reed y Hank Williams en un altar. Pero, por lo
que concierne a esta historia, diremos que todo comenzó por puro
accidente. Un accidente que quisieron repetir dos años más tarde.
Espoleados por el éxito de esa “grabación pirata”, los Cowboy
Junkies decidieron lanzar los dados de nuevo y trasladar sus
instrumentos al Sharon Temple de Toronto. Repitiendo estrategia, eso
sí: un día, un micrófono. Como era de esperar la cosa fracasó.
A día de hoy esas sesiones permanecen
olvidadas. Por suerte, no las canciones que allí surgieron. The
Caution Horses, la continuación de aquel mítico The Trinity
Sessions, se terminaría registrando en un estudio de grabación
profesional. Nadie lo diría. En él la banda canadiense mantiene esa
capacidad personal de crear un ambiente, dibujar una estancia con
unas pocas pinceladas. Sun Comes Up, It's Tuesday Morning abre el
disco marcando el tono, narcótico y noctámbulo. Mariner's Song mantiene
el compromiso con el “menos es más”. 'Cause Cheap Is How I Feel
recupera ese olor a salitre de anteriores registros. Powderfinger
pone la guinda confirmando el buen gusto de los canadienses a la hora
de elegir versiones.
Treinta años han pasado de ese “error”
y los Cowboy Junkies, lejos de comulgar, han permanecido fieles a un
estilo. Músicos de una talla inconmensurable, siempre prefirieron
sacrificar los detalles al servicio de la interpretación. Con ellos
siempre conviene bajar el volumen, apagar la luz, esconderse entre el
murmullo de las guitarras y mandolinas, dejarse llevar por el susurro
de Margo Timmins. Una experiencia casi mística que tiene mucho de
profano, pero también de pura casualidad. Como en aquellas sesiones
en el Sharon Temple, a veces conviene seguir el ejemplo de los
Junkies y encender la grabadora dejando que la cinta gire hasta que
surja algo. Una melodía, una canción, quizás un error.
Especialmente esto último. Quién sabe, quizás solo así puedan
surgir los buenos discos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario