26/3/20

Discos para una república invisible III



Haz que parezca un accidente, parecían decirnos. Grabado en una pequeña iglesia de Toronto, The Trinity Sessions terminó definiendo la carrera de los Cowboys Junkies. Un álbum que había sido grabado en apenas un día -a excepción de la inicial Mining For Gold- y con la simple ayuda de un micrófono, terminaría dotando a la banda de ese sonido característico. Reposado, melancólico, crudo. Sin embargo aquel tono apagado, casi susurrante, había llegado por pura necesidad. Incapaces de costearse un estudio de grabación profesional decidieron buscar un lugar a mano en el que plasmar aquellas canciones de vaqueros y yonkis.

Otro día contaremos la historia de cómo consiguieron sortear la “censura” del párroco de la iglesia de Holy Trinity y grabar canciones firmadas por tipos tan poco píos como Lou Reed y Hank Williams en un altar. Pero, por lo que concierne a esta historia, diremos que todo comenzó por puro accidente. Un accidente que quisieron repetir dos años más tarde. Espoleados por el éxito de esa “grabación pirata”, los Cowboy Junkies decidieron lanzar los dados de nuevo y trasladar sus instrumentos al Sharon Temple de Toronto. Repitiendo estrategia, eso sí: un día, un micrófono. Como era de esperar la cosa fracasó.

A día de hoy esas sesiones permanecen olvidadas. Por suerte, no las canciones que allí surgieron. The Caution Horses, la continuación de aquel mítico The Trinity Sessions, se terminaría registrando en un estudio de grabación profesional. Nadie lo diría. En él la banda canadiense mantiene esa capacidad personal de crear un ambiente, dibujar una estancia con unas pocas pinceladas. Sun Comes Up, It's Tuesday Morning abre el disco marcando el tono, narcótico y noctámbulo. Mariner's Song mantiene el compromiso con el “menos es más”. 'Cause Cheap Is How I Feel recupera ese olor a salitre de anteriores registros. Powderfinger pone la guinda confirmando el buen gusto de los canadienses a la hora de elegir versiones.

Treinta años han pasado de ese “error” y los Cowboy Junkies, lejos de comulgar, han permanecido fieles a un estilo. Músicos de una talla inconmensurable, siempre prefirieron sacrificar los detalles al servicio de la interpretación. Con ellos siempre conviene bajar el volumen, apagar la luz, esconderse entre el murmullo de las guitarras y mandolinas, dejarse llevar por el susurro de Margo Timmins. Una experiencia casi mística que tiene mucho de profano, pero también de pura casualidad. Como en aquellas sesiones en el Sharon Temple, a veces conviene seguir el ejemplo de los Junkies y encender la grabadora dejando que la cinta gire hasta que surja algo. Una melodía, una canción, quizás un error. Especialmente esto último. Quién sabe, quizás solo así puedan surgir los buenos discos.

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