Después del chute llega el bajón. Y
después del bajón, el olvido, quizás otro chute, la confirmación
de que no hay vueltas atrás. Johnny Thunders, aquel tipo esquelético
capaz de canalizar a Keith Richards y a Johnny Rotten a partes
iguales, había titulado su primer disco con el apropiado título de
So Alone -Tan solo-. Sin embargo aquello no era más que una fachada.
Espoleado por el éxito underground de los New York Dolls y los
Heartbreakers, el guitarrista había invitado a una ristra de amigos
a la fiesta. Phil Lynott, Peter Perrett, Chrissie Hynde y Steve
Marriott se pasaron por allí. Pura farsa. Bajo ese pelo
revuelto y esa mirada amenazante se escondía un tipo en la cresta de
la ola, eufórico, con el chute de rock&roll y heroína corriendo
por las venas.
Pero ya saben. Después del chute llega
el bajón. Un bajón que Johnny Thunders alcanzaría con Hurt Me.
Editado un lustro más tarde, aquella continuación del mítico So
Alone llegaba demasiado tarde. Con el punk convertido en un mal
sueño, olvidado en el cajón de modas pasajeras, nadie tenía ganas
de escuchar a aquel tipo desgarbado que versionaba canciones de Dylan
y la Motown pasándolas por el filtro de ese rock&roll vehemente
y rasposo. Porque sí, puede que Thunders fuera un yonki, pero
también era un romántico. Sobre todo eso: un romántico. Solo
alguien como él podría haber firmado un himno con el título de You
Can't Put Your Arms Round a Memory. Sólo él podría grabar un disco
como Hurt Me contra todo y contra todos.
Registrado en París entre Octubre y
Noviembre de 1983 con la simple ayuda de una guitarra y un micrófono,
el segundo disco como tal del ex-New York Dolls parece nadar a
contracorriente de una época fagocitada por los excesos y las
producciones de purpurina. Un chute cortado a la primera, un músico
capaz de congregar a las musas a pesar de que hace tiempo que
camellos, buscavidas y compañeros de farra abandonaron el edificio.
Thunders, solo, tan solo, a pecho descubierto. Thunders retratado como verdadero mártir del punk. Olvidado por la historia para, años
después, terminar convertido en el héroe del rock&roll que es
hoy, símbolo de una época en la que todo parecía posible. Al menos
mientras no faltara un pico y una guitarra.
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