15/10/20

La última pirueta de Elvis Perkins

A pesar de su juventud Elvis Perkins ha terminado convirtiéndose casi sin quererlo en una especie de reliquia de museo. Un mito construido sobre las bases de ese debut de tono confesional y tacto árido que nos enamoró en 2007 y que hoy luce en la estantería de los clásicos contemporáneos con brillo propio. Había mucho de ese back to to the roots en Ash Wednesday, de esa nueva hornada de songwriters y forajidos que habían vuelto a poner de moda la guitarra acústica y el estilismo amish a comienzos de los dosmil. Pero también asomaba un autor que simulaba llevar décadas en el negocio de las canciones, un tipo que parecía venir con la lección aprendida de casa. De alguna manera Perkins, con sus referencias bíblicas y su historia de redención, parecía estar profetizando su propia leyenda. Ash Wednesday era un disco de isla desierta, destinado a convertirse en principio y final en la carrera de un escritor que había tenido la suerte y la desgracia de haber escalado su ochomil en su primera ascensión.

Creation Myths, su último registro, confirma por suerte que la llama nunca llegó a apagarse del todo. También que Perkins es capaz de ser algo más que uno de los cientos de aspirantes a 'nuevo Dylan' que acostumbran a poblar la geografía norteamericana. Un artefacto difícil de encasillar, si se quiere, capaz de crear este colgante de joyas olvidadas -algunas de estas canciones llevan más de una década en el baúl- en el que se mezclan las tonadas de piel folk y las pequeñas sinfonías de juguete. Creation Myths es un lienzo en miniatura de pinceladas ocre, una cajita musical de danzas vestidas de raso y cuero. Como en uno de esos juegos de muñecas rusas el neoyorquino es capaz de recurrir al Gene Clark de No Other y al Eels más polvoriento, a los The Band de Cahoots y al Daniel Romano más domesticado. Hay algo de ese Perkins de cabaña y fuego redentor que nos fascinó en su debut, pero sobre todo un espíritu de medicine show, de carnaval ambulante en la que asoman arreglos de cuerda y fanfarrias de metal.

En el centro de la diana asoma el propio autor del asunto, luciendo su chistera de mago de la melodía sin par. El truco funciona, claro, porque las canciones acompañan. El secreto, como de costumbre, está en los detalles. Asomando en los aire soul de See Monkey o en las ensoñaciones pop de I Know You Know. Promo parece seguir el rastro de los Dr. Dog más country. See Through continua el camino trazado por Kevin Morby, maestro como Perkins en el arte de dibujar un paisaje con la ayuda de un simple brochazo melódico. Redondea el conjunto la surrealista Anonymus, de aires buñuelescos y contornos de celuloide. Un último salto mortal dentro del espectáculo de variedades del neoyorquino. Pirueta y ovación final para Perkins. Cae el telón y, como es de esperar, nadie se mueve de sus asientos. Otra obra para enmarcar en el currículum de este ilusionista de la canción.


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