19/10/20

Los renglones torcidos de Judee Sill

Un dato para los más curiosos: a pesar de su imagen de empollona salida de la biblioteca del condado Judee Sill se pirraba por los dibujos animados. Su segundo -y a la postre último- álbum cerraba con una melodía que parecía sacada de una sintonía de la factoría Warner y, cuando la industria del disco decidió olvidarse de ella, la de Oakland se dedicó durante a un tiempo a dibujar caricaturas para un estudio de animación. Puede que aquel guiño burlesco apenas hiciera acto de presencia en aquellas canciones de salvación y amor metafísico, pero siempre estuvo ahí, asomando entre las grietas de unos textos que con frecuencia tenían en las escrituras su mayor fuente de inspiración. Humor y redención. Quizás esa fuera la manera -la única posible- de lidiar con una trayectoria vital quebrada, que a punto estuvo de tocar el cielo del éxito en más de una ocasión, pero que tendría su triste epílogo en un parking de caravanas, entre analgésicos y promesas incumplidas.

La propia Judee Sill contaba que antes de firmar su primer contrato discográfico solía vivir en un Cadillac del 55. “Con otras cinco personas... durmiendo por turnos”. “Era verano... no estaba tan mal... teníamos aire acondicionado en el coche”. Aquella anécdota, incluida en la grabación de su concierto para la BBC en 1972, solía provocar alguna carcajada entre el público que iba a sus conciertos. El problema, claro, era que no se trataba de una simple anécdota. Si los sesenta habían acabado remozados en barbitúricos, con la mitad de sus estrellas a dos metros bajo tierra por culpa de un guión que solía seguir un patrón definido -rock&roll, ego, frustración, estupefacientes y tragedia-, la biografía de Judee Sill parecía cumplir con nota aquel papel, aunque alterando el orden habitual de los factores -lo cual no impediría que el desenlace terminara pareciéndose tristemente al de Joplin, Hendrix y compañía-.

Antes de la grabación de su debut para Asylum la norteamericana ya acumulaba una ficha policial que incluía detenciones por varios atracos a lo Bonnie & Clyde, tres años de enganche al jaco compaginados con una dedicación a tiempo parcial a la prostitución para sufragar los gastos ocasionados por la adicción, además de una concatenación de tragedias familiares que habían acabado con Sill en un centro penitenciario juvenil con apenas quince años. Sería precisamente allí, en el reformatorio, donde la artista aprendería a tocar aquel órgano de iglesia tan característico en muchas de sus canciones. “La única diversión que tuve”, recordaba la cantante con sorna.

Algunas de aquellas primeras lecciones terminarían plasmadas en la melodía de Enchanted Sky Machines, una composición que caricaturizaba las ansias de salvación de la generación new age. Jesus Was a Crossmaker -otra de las canciones de Sill con imaginería religiosa- era sin embargo más terrenal. Una declaración de amor con producción de Graham Nash y dedicada a J. D. Souther, con el que la cantante tendría un intenso y fugaz romance. Así retrataba Sill al futuro colaborador de los Eagles y Linda Ronstadt en aquel estribillo: “He's a bandit and a heartbreaker / Oh, but Jesus was a cross maker”. Más pura y platónica, The Kiss parecía sacada directamente de un libro de homilias dominicales subrayada por esos versos que comparaban los besos con el sacramento de la comunión. “No sé si es una canción romántica o una canción sagrada”, confirmaba la intérprete.

Quizás fuera todo esta parafernalia eclesiástica la que impediría que Sill triunfara en la California liberal de comienzos de los setenta, enredada entre songwriters de fachada hippie y bandas con aroma a cuero y asfalto. La propia Sill intentaría en varias ocasiones distanciarse del circuito country-rock, donde la mayor parte de las ocaciones acababa condenada a cumplir el sufrido papel de telonera. Canciones como The Vigilante, con sus arreglos de pedal-steel, y There's A Rugged Road parecían apuntar sin embargo en dirección opuesta. O quizás simplemente fuera el intento de los ejecutivos de Asylum de amoldar el talento de Sill a esa nueva moda de sombreros de ala ancha y canciones de espíritu forajido.

The Phoenix y The Pearl recogían por su parte el legado cristalino de Laurel Canyon, el folk engalanado de Joni Mitchell, la sensibilidad pop de Laura Nyro. También incluían alguno de los versos más inspirados de la norteamericana -”I've been looking for someone who sells the truth by the pound / Then I saw the dealer and his friend arrive, but their gifts looked grim" comenzaba esta última-. Soldier of the Heart, de espíritu soul y temática anti-bélica, podría haberse convertido en un éxito en las emisoras de la época. No hubo suerte.

Lo cierto es que la propia Sill ya había tenido su pequeña dosis de gloria radiofónica con Lady-O, canción editada originalmente por los Turtles y que Sill volvería a grabar para su debut de 1971. Sin embargo aquello no era más que un pasatiempo frugal para alguien que en su momento declaró de manera pomposa que sus tres mayores influencias a la hora de componer eran “Bach, Pitágoras y Ray Charles”. Escuchando hoy The Donor, la canción que cerraba su segundo LP, uno puede intuir la sombra de aquellos ídolos. La geometría barroca y el surrealismo en las letras, la tristeza del blues y una catedral de armonías vocales que haría llorar al mismísimo Brian Wilson, con el que Sill siempre compartió esa intención de traspasar los límites de la estructura pop.

Cuentan las crónicas de la época que fueron los excesos de aquellas sesiones las que condenaron al disco al fracaso. Quizás tampoco ayudara la negativa de la cantante a abrir para aquellas “bandas de rock llenas de presumidos”. Contrariada con la industria, la cantante terminaría peleándose con casi todos, incluido David Geffen, su mentor en Asylum. Un puñado de canciones -inéditas hasta 2006- y la sensación de lo que pudo ser y nunca fue permanecieron flotando en el aire hasta la merecida recuperación de su figura para el público -siempre minoritario- a mediados de los dos mil. En su haber quedaba una pareja de discos en los que Sill estuvo a punto de tocar el cielo antes de ese final abrupto en 1979. 

Puede que, como en la canción que abría su debut, sus melodías estuvieran un poco desafinadas, fuera de onda o simplemente pasadas de moda. O que aquella juventud rebelde terminara torciendo para siempre los renglones sobre los que más tarde escribiría aquellas canciones de confesionario y altar. Su voz de diamante, puro coraje, sus melodías cósmicas, seguirán emocionándonos como el primer día.


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