14/4/20

Discos para una república invisible XIV



De paso lento pero firme, Doug Paisley ha logrado ensamblar una discografía breve y exquisita. Un refugio en el que las canciones con olor a madera y tacto suave se suceden como las estaciones del año. Hojas que caen por su propio peso como las melodías de Paisley, siempre dulces, apoyadas sobre las notas de una guitarra acústica que apenas necesita de acompañamiento para llenar la habitación. No encontrarán grandes giros en el cancionero del norteamericano. Tampoco un intento por reinventarse con cada paso al frente. Lo suyo siempre fueron y serán las canciones sencillas y los temas domésticos, la añoranza por la vuelta al hogar y la felicidad del amor correspondido.

Originario de Toronto, su música continua la gran tradición de compositores folk al norte de la frontera yankee. Jesse Winchester, aquel sureño que terminó exiliándose al país vecino para evitar acabar en un helicóptero militar de camino a Vietnam. La omnipresente Joni Mitchell. Neil Young y su búsqueda incesante. Gordon Lightfoot, del que Paisley podría considerarse digno sucesor. Cualquiera que haya escuchado las melodías del de Toronto habrá reconocido la elegancia de If You Could Read My Mind y Summer Side of Life. Aunque no sólo del pasado bebe su cancionero.

Artistas contemporáneos como Ron Sexsmith, Neko Case o Jennifer Castle son también objeto de admiración para Paisley. En 2010 incluiría un dueto con Leslie Feist en Constant Companion, su segundo trabajo. Cuatro años más tarde grabaría Strong Feelings, el álbum que a la postre se convertiría en su puerta de entrada para el pequeño gran público. En esta ocasión sería la también canadiense Mary Margaret O'Hara, al que algunos recordarán por su álbum de 1988 Miss America, la que pondría el contrapunto femenino. Sin embargo la gran aportación de aquel disco de tonos ocres y melodías eternas fue la incorporación de Garth Hudson. Legendario miembro de The Band, el veterano músico dota de una luz dorada a las composiciones de Paisley. Sus teclas, ya sean las del piano o las del viejo órgano hammond, suenan reposadas y vibrantes. Llevan a una canción del éxtasis al más puro remanso de paz en apenas unos segundos. Colorean las historias interiores de un compositor en estado de gracia.

Aquel álbum llevaría a Paisley por Europa en una de las pocas incursiones del canadiense por el viejo continente. En Madrid unos pocos tuvimos la suerte de verle abriendo para otros favoritos de esta casa, los encantadores The Parson Red Heads. Un concierto que algunos todavía llevamos cerca en la memoria. Paisley, todo templanza, todo humildad, dio un recital exquisito. Impecable a las seis cuerdas, las canciones de Strong Feelings y el resto de su discografía no se resintieron ni un ápice en aquella presentación desnuda. Aquí había un artista de largo recorrido. Un compañero de viaje que ha terminado convirtiéndose en habitual en nuestras tardes al calor del hogar. Su música, fuerte como la madera de roble, suave como el algodón, nos sirve de refugio y bálsamo en estos tiempos extraños y confusos.

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