18/5/21

Loose String (I)


Blue Mountain - Dog Days (1995)

De entre todos los tópicos que rodean a la música nacida de las fuentes de la tradición, el de la vuelta a las raíces es sin duda uno de los más desgastados. También uno de los que raramente se cumple, al menos de manera literal. No es el caso de Blue Mountain, banda de músicos formados a las orillas del Mississippi y que durante los primeros años de la década de los noventa probarían suerte en el mapa alternativo de Los Ángeles bajo el rótulo de The Hilltops. Cary Hudson, Hank Sossaman y los gemelos Laurie y John Stirratt habían mostrado con su debut que era posible mezclar el rock rasposo de los Replacements con los ecos rurales del delta. Una unión que parecía imposible un lustro atrás, pero que gracias a bandas como Uncle Tupelo, The Bottle Rockets o los propios The Hilltops abría una nueva vía para el desgastado discurso de la música añeja.

Blue Mountain -la continuación- mantendría aquel impulso inicial, pero siempre a su manera, sin perder el rumbo de lo esencial. Lo cual terminaría arrastrándoles de vuelta a la cuna, siguiendo el rastro geográfico de aquel sonido que llevaba siglos pululando los caminos del sur yankee. Finiquitada la aventura californiana, con John Stirratt labrando su figura de escudero perfecto dentro de las filas de Wilco, el matrimonio formado por Cory Hudson y Laurie Stirratt haría las maletas tomando el desvío de vuelta a su Mississippi natal. Allí se instalarían en Oxford, en busca de un puñado de canciones que hicieran justicia a la herencia de sus padres y abuelos, pero sin perder el pulso eléctrico recogido durante su estancia en Los Ángeles. El resultado terminaría llevando el título de Dog Days (1995) y en él Hudson y Stirratt basculaban entre la dulzura folk-rock y el derrape guitarrero que tan pronto remite al boogie de los ZZ Top como escarba en el surco dejado por bluesman como Skip James o R.L. Burnside. La raíz del asunto, vaya.

Puede que en Mountain Girl, la canción que abría este Dog Days, exhibieran maneras a lo Jayhawks. La melancolía de aquella letra que hablaba de “esos días en los que solíamos bailar juntos” tenía un sello personal y único. Una sensación que atravesaba también Blue Canoe, demostración definitiva de todo lo buenas que podían llegar a ser las canciones escritas por el matrimonio de Oxford. El gusto por la melodía en movimiento, el recuerdo de aquellos veranos en los que los días se alargaban hasta el infinito y las voces de Hudson y Stirratt fundiéndose en mitad de aquel horizonte dorado redondeaban una de las composiciones más emocionantes del lote. Wink, abstracta y certera al mismo tiempo, seguía la misma senda reduciendo el conjunto al mínimo común denominador. Epitaph confirmaba que Blue Mountain eran capaces de emular el espíritu de la Harry Smith Anthology sin caer en la tentación de la postal turística.

Pero el trío era también capaz de sonar punzante y rasposo a la manera de las viejas bandas de taberna y whisky. En el otro lado de la balanza, sin necesidad de romper el hilo conductor, cortes como Let's Ride o ZZQ insistían en aquella sensación de libertad rodada y vida rutilante de Blue Canoe aunque acelerando en el terreno eléctrico. A Band Called Bud se permite incluso el lujo de ironizar sobre el rock&roll way of life, mostrando la cara más gamberra de un grupo capaz de convertirse en una maquina engrasada de boogie-blues sobre el escenario, según cuentan las crónicas de la época. Escuchen Hippy Hotel y Special Rider Blues, las dos canciones que cierran Dog Days, y compruébenlo con sus propios oídos. O quédense con Soul Sister, quizás menos desmelenada en el apartado guitarrero, pero igualmente poderosa en su entrega. Una canción de apariencia juvenil que esconde entre sus versos a uno de los personajes más trágicos del cancionero de los de Mississippi.

Aquella sería también la desdicha de Blue Mountain, formación que durante aquellos dog days llegaría a girar junto a Son Volt, Wilco o los mencionados Jayhawks, pero que terminaría perdiéndose en el olvido de aquel primer fogonazo del country alternativo. Un puñado de discos -entre los que cabe destacar Home Grown, continuación natural de Dog Days- y la disolución de la banda en 2001 cerraban uno de los capítulos más gloriosos de este género bastardo que ya nunca sería lo mismo con el cambio de década. De alguna manera el final de Blue Mountain terminaría coincidiendo con el punto y aparte del country alternativo. Quizás con la llegada del nuevo milenio ya no hubiera hueco para bandas sin grandes pretensiones, bautizadas con el nombre de un pequeño pueblo del Mississippi rural. Tampoco para grupos que grababan “discos por mil dólares, que sonaban como un disco de mil dolares”, según se jactaba Laurie Stirratt cuando le preguntaban sobre Dog Days. Quizás simplemente fuera que aquellas canciones, como aquella vuelta a las raíces, sólo ocurren una vez en la vida.


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