Con una portada que trae a la memoria el Southern Accents de Petty, nuestra banda favorita del último decenio añade un nuevo capítulo a su antología de obras bíblicas y celestiales. Más soleado y estival en esta ocasión, dejando que sobresalgan los brochazos ocres y las tonalidades rurales, MC Taylor abandona alguno de los matices más eléctricos que habían protagonizado Terms of Surrender, su anterior trabajo. También parte de ese verbo envenenado, herida social infligida por las circunstancias políticas en el país de las barras y estrellas. Toca hacer limpieza, devolver la mirada al interior, recuperar sensaciones tras un año en el que lo personal y lo íntimo han reinado sobre el gran cuadro global. El cambio de estaciones, el paso de los días, la soledad del aislamiento forzoso, marcan los títulos de Quietly Blowing It, décima colección bajo la firma de Hiss Golden Messenger en trece años. Se dice pronto.
Desde que se trasladara a las montañas de Carolina de Norte, el norteamericano MC Taylor ha escrito la mejor crónica del sur yankee de la última década. Una que no tira de nostalgia pero que tampoco olvida el pasado de una región del país que algunos siempre miraron por encima del hombro. El remedio de Taylor resulta sencillo y sanador: cantarle a la verdad como lo hacían Levon Helm y Pops Staples, mezclar el country-rock del Dylan amish con el funk de Curtis Mayfield. La pócima resultante tiene efectos mágicos y curativos, sirve por igual para regodearse en la melancolía, abrazar a ese amigo que no veíamos hace meses o levantar los ánimos de una nación que ha sufrido los peores efectos del capitalismo salvaje.
Y es que cada vez que llega un nuevo disco de Hiss Golden Messenger recobramos esa misma sensación de familiaridad y lejanía, vistazo por el retrovisor de la vida y confirmación de que el tiempo no pasa en balde. Aunque lo nuestro con ellos sea ya una amistad de largo recorrido, con cada nuevo giro aparecen nuevos detalles que desconocíamos de nosotros mismos. Una compasión por el prójimo y una esperanza por un mundo mejor que, a pesar de los desmanes y tejemanejes de los tipos de traje y corbata, siempre asoman en el horizonte de las canciones de HGM. El propio Taylor ha confesado en más de una ocasión en sus misivas digitales sus peores temores y sus mayores debilidades. La fragilidad de un tipo corriente de carne y hueso con los mismos problemas en la frente y en la cuenta bancaria que cualquiera. Nunca fue más verdad aquello de que escribir es un acto terapéutico como en el caso de Hiss Golden Messenger.
La paternidad y la añoranza por el hogar, la frustración pasajera y ante todo grandes dosis de humildad son piedra de toque habitual en los textos del norteamericano. Si su sigiloso debut -el netamente acústico Bad Debt- remitía a las noches en vela cuidando de su hijo recién nacido, discos como Haw o Poor Mon reaccionaban a esa primera experiencia en la carretera lejos del nicho familiar. La ilusión por lo desconocido y la necesidad de encontrar un camino que hiciera de la vida del músico itinerante un trayecto posible. El éxito, siempre modesto, de Lateness of Dancers y Heart Like a Levee sigue siendo el espejo sobre el que comparar el resto de sus obras, su techo creativo y la sensación de haber hallado por fin las vías sobre las que impulsar su tren de canciones bombeantes. El groove eléctrico, el espíritu del pantano y un cierto halo gospel harían de Hallellujah Anyhow -la continuación- su disco más dominical y festivo. Una oración que a algunos nos dejó una sensación agridulce, un cierto agotamiento fruto de la repetición más que de la ausencia de canciones notables.
Con Quietly Blowing It MC Taylor regresa de alguna manera al misterio de sus primeros trabajos. Al laberinto de influencias que se escurren entre los meandros de sus canciones. El río sigue fluyendo porque el material brota desde lo más profundo. Basta escuchar la inicial Way Back in the Way Back para hacerse una idea del trazo general. Esa mezcla de ligereza y tensión eléctrica, la mandolina silbando sobre los acordes de guitarra, los vientos dibujando garabatos sobre el pentagrama. Y ese minuto final. Habrá quien disienta -y quizás no le falte razón-, pero hacía varios años que MC Taylor no firmaba sesenta segundos tan emocionantes como los que cierran Way Back in the Way Back. Tampoco una canción tan adictiva como The Great Mystifier, segundo corte que recuerda con su armónica de asfalto a los Jayhawks clásicos cuando no a nuestros Bantastic Fand. La iglesia del pantano y la llanura tejana canonizadas por J.J. Cale siguen teniendo en Taylor a uno de sus mayores acólitos.
Con Mighty Dollar regresa la lengua corrosiva de Terms of Surrender. También el groove infeccioso de Southern Grammar, aquella canción que atravesaba Lateness of Dancers. El comentario social, apuntando directamente contra el corazón del capitalismo y la avaricia de los mercaderes, arroja la interpretación más agria del lote. Un rayo de funk divino que le canta al dios dólar con la convicción del que se sabe al otro lado de la moneda, allí donde “el pobre pierde y el rico gana”. Nunca Taylor había sido tan explícito en su ataque contra los males que acechan nuestra sociedad. Nunca tan simplón en su diagnóstico. Por suerte el cabreo, como las heridas del día a día, cicatrizan pronto. Quietly Blowing It y It Will If We Let It se encargan de rebajar el tono con su sencillez sin pretensiones. Especialmente la primera; sentida, puro algodón de seda a pesar de esa letra de desamor y perdida. Lo prometo: en las notas finales de órgano, si acercas el oído al estéreo, uno puede escuchar los ecos del Garth Hudson más onírico. También el olor a barniz y madera de los álbumes de Doug Paisley y la fragilidad pop de Ron Sexsmith.
La segunda cara -si sois de los que preferís la edición en color carbón- abre casi como lo había hecho la primera. Esto es, dejando que la armónica siga el ritmo del traqueteo ferroviario, insuflando esa dosis extra de esperanza que, después de todo lo vivido en este año catastrófico, nunca está de más. Habrá quien a estas alturas esté cansado de este Taylor santurrón y mitinero. Para ellos el de Carolina del Norte tiene reservada Glory Strums (Lonelisness of the Long-Distance Runner), tal vez la canción más desoladora de la colección. El reflejo de las luces de neón y el eco salvaje de la llanura, el espíritu de On The Beach y Nebraska, se cruzan en mitad de este desierto infinito. Uno de esos pasajes musicales hechos para ser escuchados en mitad de la noche, con el espejo retrovisor apuntando a esa línea discontinua que separa carretera y cordura.
Es en la repetición del estribillo de If It Comes in The Morning donde se intuyen de manera más nítida las huellas de Van Morrison. Su fraseo insistente y sanador, la oración desde lo alto de la montaña, el canto a la vida interior. Algo parecido ocurre con Painting Houses. No es sólo esa pincelada de viento metal, es esa manera tan caledónica de tomar las curvas buscando la comunión con la naturaleza. Esto es Into The Mystic, Common One y Redwood Tree, esa canción olvidada en la segunda tanda del St. Dominic's Preview vanmorrisiano. Condenada a sonar siempre entre dos templos inalcanzables como son la propia St. Dominic's y Almost Independence Day, el ritmo parsimonioso de Redwood Tree recuerda como Painting Houses -la canción de Taylor- a ese tiempo dorado y otoñal, a esa época en la que los árboles amanecen color carmín y los amores de verano son sólo un recuerdo en el reverso de una cajetilla de tabaco. A los días con olor a corteza quemada y hollín.
Más sureña, cruzando prácticamente a la otra orilla del Río Bravo, Angels in the Headlights apenas necesita ciento trece segundos para transportarnos a las cantinas y arroyos de México, a las tierras en las que rugen las camionetas y las rancheras sirven de consuelo para los enamorados. Un desvío. Casi un espejismo. Con Sanctuary Hiss Golden Messenger vuelven al punto de partida. Al sonido pletórico de la iglesia y el asfalto, al terreno conocido del country-rock mojado en soul y gospel callejero. A esa carretera principal que amenazaba con convertir cada nueva muesca en el camino de Taylor en una simple sucesión de canciones, siempre notables, pero demasiado dirigidas por el mismo viento de cola. Quietly Blowing It tiene algo de esto. Colecciona alguno de los motivos recurrentes en el bloc de notas de Taylor. Pero añade suficientes filas y columnas nuevas como para provocar que algunos llevemos días agarrados a este ramillete de melodías celestiales. Como canta el de Carolina del Norte en If It Comes in the Morning: “There's a new brand day coming / We've been a long time running”. Y que nosotros lo veamos.
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