24/6/21

Loose String (III)


Freakwater - Feels Like the Third Time (1993)

Cuando en 2016 Catherine Irwine y Janet Bean presentaron en Londres Scheherazade, su primer álbum en más de una década, las crónicas se olvidaron de mencionar a las apenas treinta personas que se congregaron aquella noche en torno al escenario de la sala Oslo. Puede que la larga ausencia de la banda de Louisville, desaparecida del circuito de conciertos durante un lustro, explicara la respuesta tibia del público británico. Puede simplemente que sus canciones, crudas y espinosas, ya no tuvieran cabida en un mundo acostumbrado a darnos una versión abrillantada de la realidad. Conviene remarcarlo: Freakwater, aquel combo formado en 1989 en torno a las voces de Irwine y Bean, parecía destinado a fracasar desde el principio. Y es en la asunción de esa derrota, escrita de antemano sin dramas ni tragedias, donde el dúo de Kentucky terminaría dejando su huella eterna en el libro del country alternativo.

Inagotables en su entrega, versadas en las enseñanzas de aquel Hank Williams etílico apurando sus últimas bocanadas de vida en el asiento trasero de un Cadillac, las de Kentucky fueron especialistas en subrayar el lado más escabroso del songbook americano. El látigo salvaje y la murder ballad, el sinsentido de una religión que dejaba morir a sus creyentes por un pedazo de pan. El pecado sin redención. En Gone To Stay, incluida en su cuarto elepé, el dúo recitaría su verso más recordado y demoledor: “There's nothing so pure as the kindness of an atheist”. Algunos todavía no les han perdonado semejante blasfemia. Tampoco que en 1995, cuando el country alternativo comenzaba a salir del subsuelo, rechazaran un acuerdo con el sello de Steve Earle que les hubiera colocado en primera fila de ese movimiento musical que abogaba por volver a las raíces sonoras. Las heridas de aquel fiasco todavía escuecen, dependiendo de a quién preguntes.

Lo que es indudable es que, durante aquella primera década vivida a rienda suelta, Freakwater elevarían un cancionero único dentro de ese country que algunos apodaron insurgente. Pocas formaciones llegarían a representar de manera más fiel aquel cruce entre el espíritu independiente de los noventa y la inmersión en las fuentes originales del cancionero yankee. Si en debut se habían atrevido a rescatar la tradicional Dark as a Dungeon, para su siguiente referencia harían lo propio con la juguetona Little Shoes, original de Woody Guthrie. No pasaría mucho tiempo antes de que una nueva generación de buscadores de tesoros perdidos -ahí están las Mermaid Avenue Sessions de Billy Bragg y Wilco- comenzaran a reivindicar al bardo de las dust bowl ballads.

Unos años antes Freakwater habían incluido su nombre en el recopilatorio For a Life of Sin: Insurgent Chicago Country, imprescindible compilación que la disquera de Chicago Bloodshot Records editaría en 1994 para dejar constancia de aquel fogonazo inicial del alt-country. La canción escogida, My Old Drunk Friend, no sólo servía de carta de presentación para aquellos que se acercaban por vez primera al cancionero rasposo de Irwine y Bean. Al mismo tiempo funcionaba como puerta de entrada a Feels Like The Third Time, tercer disco de la banda editado unos meses atrás por Thrill Jockey. En sus versos remozados en alcohol se vislumbraba el sello fantasmal de Freakwater. Su traqueteo tétrico disfrazado de camaradería rural. La guadaña apoyada sobre la barra del bar de carretera.

Durante los treinta y seis minutos que dura Feels Like The Third Time una galería de personajes desfilan alternando entre lo trágico y lo extrañamente familiar. El jinete solitario de Pale Horse, el matrimonio disfuncional de Crazy Man, la femme fatale de Dream Girl se cuelan como fantasmas entre armonías vocales sin pulir. En Amelia Earhart el dúo recuerda a la pionera de la aviación, icono femenino desaparecido en 1937 en mitad del Pacífico Norte mientras intentaba alcanzar las costas de Papua Nueva Guinea. De alguna manera aquel relato épico, de final abrupto, terminaría sirviendo también de metáfora para la propia historia de Catherine Irwine y Janet Bean, aficionadas a tambalearse al borde del precipicio. No sería la última vez que las de Kentucky buscarían inspiración en tiempos pretéritos. De alguna manera, su espíritu aventurero y montaraz, su compromiso innegociable con la tierra y el óxido, haría que algunos les terminaran emparejando más con la rama clásica de la Carter Family que con el ejercito de vaqueros de medio pelo que llegarían a copar las listas de tendencias del country del cambio de siglo. Y que así sea.

El problema, claro, es que aquella conexión centenaria terminaría relegando al nombre de Freakwater al vagón de cola de esta historia. Una reliquia de un tiempo ya caduco en el que era posible mantener los pies en la tierra sin renunciar a pregonar una verdad universal. Una que apelara a los renglones torcidos de Dios, pero también al sufrimiento individual y la lucha colectiva. Un refugio para las almas descarriadas en los márgenes y los suburbios. También un oasis de esperanza en canciones como You Make Me, en la que el dúo mostraba su cara más dulce. La culpa de semejante derroche de alegría la tendría Nick Lowe, autor original de la canción. Con su soul sin pretensiones se confirmaba lo que ya muchos sospechábamos. Que a veces uno es capaz de encontrar la fe en el lugar más inesperado. Y Feels Like The Third Time, a pesar de su apariencia deshilachada y cruda, es un lugar tan bueno como cualquier otro para comenzar a buscarla.


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