11/11/21

Margo Cilker, el largo camino de las canciones

No sabemos muy bien de dónde nos viene la afición. O qué nos empuja a seguir al pie del cañón, rascando la beta dorada de novedades musicales que cada semana llegan a las tiendas de discos. Tampoco -eso está claro- qué nos arrastra a enredarnos en esta o cualquier otra canción. A emocionarnos cada vez que suenan esos acordes de mercurio o esa voz cargada de coraje y pasión. Ni lo sabemos ni lo queremos saber. El misterio permanece sin resolver desde hace décadas. Y que así sea por los siglos de los siglos.

En el caso de Margo Cilker, la cantautora de Oregon, podríamos citar su verbo sedoso, de costuras country-folk. O sus letras cargadas de aplomo y esperanza. A buen seguro que nuestros amigos de Bilbao podrían enumerar unas cuantas razones más. Originaria de California, durante una temporada Cilker fue habitual de los escenarios de madera del País Vasco. Sería allí donde empezaría a recibir comparaciones con el arte jondo de Lucinda Williams, especialmente tras su recreación del Car Wheels de la de Louisiana dentro del ciclo Izar & Star. No seré yo quien les lleve la contraria. Margo es nuestra Lucinda en minúscula, la joven con tiempo todavía de sobra como para escribir varias páginas de oro en el libro de la melodía americana. Pero tampoco nos enredemos en pasatiempos y filigranas. La esencia, como de costumbre en estos casos, está en las canciones. Y de eso la californiana va sobrada.

Casi una década después de subirse por primera vez a un escenario la de Portland edita su primer lote en formato largo. Nueve canciones de título enigmático -Pohorylle- en las que ese misterio sencillo e indescifrable de la música hecha a la vieja usanza permanece en pie, sin que podamos hacer otra cosa que rendirnos ante la evidencia. Margo Cilker ha firmado un disco soberbio, de los que gustan en esta casa. Sin grandes giros del guión o fuegos de artificio para los buscadores de sensaciones fuertes. El suave contoneo de las guitarras y los violines, esa voz acogedora, bastan para desequilibrar la balanza. Esa sensación de que, a pesar de tratarse de un debut como tal, estamos ante una compositora con la piel suficientemente curtida como para grabar canciones destinadas a envejecer como los buenos vinos. Lentamente y con poso.

Podríamos, ya que estamos, apuntar los aires criollos de Tehachapi, ese nexo de unión con la dixieland de carretera y desierto de Little Feat. O la galería de retratos que desfilan por los versos de Brother, Taxman, Preacher, la canción más cómica y afilada del lote. Imposible no rememorar el legado de The Band cada vez que suena Chester's, aunque sólo sea por la coincidencia con el nombre de uno de los personajes que colorean The Weight. Kevin Johnson, una de las pocas ocasiones en las que Cilker recurre a la narración en tercera persona, no necesita en cambio de ninguna referencia externa para reclamar su puesto en la larga lista de canciones dedicadas a retratar el paisaje sin épica del sur yankee.

Espinosa, cercana a la realidad de la frontera, Barbed Wire (Belly Crawl) avanza al ritmo de la pedal steel. Su coraje de taberna y roble macizo sirven de aviso para los que todavía piensan en el country como un género caduco, pura nostalgia para cowboys trasnochados. Tranquilos, hay cuerda para rato. Pocos estilos son capaces de hundir el aguijón en el corazón, sonar tan extrañamente cercanos a pesar de la derrota, como el género vaquero. La prueba la encontramos en canciones como Flood Plain, uno de los momentos más emocionantes de este Pohorylle. Esa letra de amor agrietado -”I'm sorry I hold you tighter than I ever held myself”- contiene alguno de los mejores versos escritos por Cilker hasta la fecha. Esperemos que este sea sólo el comienzo.

Bueno. Más que esperarlo estamos seguros, vaya. Ahí está That River con su cadencia clásica para confirmarlo. O Wine in the world, cierre en el que la de Oregon perfila en cinco minutos gloriosos su propia biografía musical. Esa que le ha llevado de California a Oregon pasando por las tabernas de Euskadi y los bares en los que una simple canción es motivo suficiente de celebración. “I'm a woman split between places / and I'm gonna loose loved ones on both sides / It's my life – I can relate create participate / I just wish I just had more time”, canta una Cilker que mira por el retrovisor sin resentimiento ni amargura. Sólo con el convencimiento de que el largo camino que le ha empujado a grabar este puñado de canciones, cada decepción, cada callejón sin salida, cada alegría, cada estación, han merecido la pena.


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