The Rockingbirds - The Rockingbirds (1992)
Aunque aquella nueva generación de vaqueros florecería principalmente en la nación de las barras y estrellas, sus ecos terminarían notándose al otro lado del charco. Londres, siempre atenta a los movimientos musicales llegados desde la antigua colonia, desarrollaría su propia escena de country bastardo en torno a la -todavía en pie- sala Borderline y a un puñado de bandas autóctonas. Entre estas ultimas destacaría el sexteto local The Rockingbirds. De vida efímera, su legado se extiende hasta nuestro días en formaciones como Gospelbeach o The Hanging Stars, representantes actuales de esa mezcla mágica de raíces bien entendidas y nervio pop.
Porque sí, eso es lo que siempre fueron los Rockingbirds. Un combo que nunca ocultó sus filias ni su deuda eterna con la tradición sonora yankee de los setenta, pero que supo como pocos mostrar la cara más dulce y redonda del asunto. Lo dejaban claro en su álbum de debut, editado en 1992 por Heavenly Records, que comenzaba con esos versos celestiales: “Sunday morning turning on my deck again / Bobby Gentry whispering in my ear again”. Las notas sueltas de la pedal steel, el banjo pintando el paisaje de tonos ocres y un final en el que la sección de vientos elevaba el conjunto por encima de las nubes hacían de Gradually Learning la pieza definitiva del cuadro sonoro de los Rockingbirds. Y la cosa no acababa más que empezar.
El resto de la docena de cortes que componen este The Rockingbirds desenrollan el mapa sin perder el rumbo marcado por aquella canción inicial. Further Down The Line se apoya en el bluegrass para recrearse en el folk-rock clásico de los Byrds de Sweetheart of The Rodeo. Una senda que reaparecerá en la postrera Drifting, encendida defensa del sonido electrizante de Bill Monroe. El sexteto de Londres también sabría pisar el freno y entregaba su versión más sosegada en canciones como Only One Flower o Restless. En Jonathan, Jonathan, la composición más rematadamente pop de la colección, los británicos se descubren seguidores de la obra de Jonathan Richman, el legendario líder de los Modern Lovers.
Pero es en los medios tiempos sedosos donde el elixir country-rock de los Rockingbirds se destapa como una de los mejores accidentes ocurridos en la ciudad del Támesis antes de que la fiebre britpop lo inundara todo. Es en números como Standing At The Doorstep of Love, impulsados por el poder de las armonías vocales, donde los de Londres miran de tú a tú a a clásicos contemporáneos como los Jayhawks, banda con la que compartirían escenario años más tarde. Aunque si lo que prefieren son historias de carretera y desenfreno forajido pueden acudir a los cinco minutos salvajes de Time Drives The Truck. En The Day My Life Begins Alan Tyler se confirma como uno de esos intérpretes imprescindibles a este lado del Atlántico. Una pena que sus dos minutos de remanso sonoro se queden cortos. Por suerte ahí está Searching, glorioso corte de rebordes soul, para dar la puntada definitiva.
Precisamente sería el propio Tyler el que mantendría encendida la llama de los Rockingbirds con una carrera propia -siempre a reivindicar- tras la desbandada del sexteto a mediados de los noventa. Atrás quedaban dos álbumes y la sensación de que, de haber encontrado un contexto más fértil, los británicos podrían haber jugado en la liga de los mejores del country alternativo. Escuchen Halfway to Comatose y luego me cuentan. El propio título de su segundo disco, Whatever Happened To The Rockingbirds?, publicado tres años más tarde, ya jugueteaba con la leyenda. Quizás aquella conjunción de talento y canciones casi perfectas sólo estaba destinada a durar lo que duró. Quizás los propios miembros de la formación británica nunca tuvieron la intención de que aquella osadía -rendir tributo al legado polvoriento de los Flying Burrito Brothers y compañía en plena city londinense- perdurara en el tiempo.
El caso es que tendría que ser eso, el tiempo, el que terminara dando una segunda oportunidad a Tyler y compañía. En 2013 aparecía The Return of The Rockingbirds de la mano de Loose Records. Seis años después Hanky Panky Records hacía lo propio con More Rockingbirds. Dos nuevas muescas que reflotaban el sonido clásico de la banda como si el reloj nunca hubiera movida sus manecillas. Mejor tarde que nunca, que rezaba la letra de Gradually Learning. Reivindicar hoy la obra de The Rockingbirds es reivindicar el mejor country-rock de siempre. El de Gram Parsons, pero también el de bandas coetáneas como Old 97's o The Bottle Rockets. Sonido de barrica desde la ribera del Támesis. Que es un poco como nuestro Mississippi, pero con pubs, rascacielos y puestos de fish&chips. El paraíso, vamos. El edén encapsulado en una de esas melodías arrebatadoras de los Rockingbirds.
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