Peter Bruntnell - Normal for Bridgewater (1999)
“Había estado viviendo en Vancouver BC. durante un tiempo, escribiendo canciones con mi nuevo compañero Bill Ritchie. Solíamos quedarnos despiertos toda la noche en el Naam Cafe de West 4th o en Denny's, tratando de acabar canciones y empezar alguna nueva. La mitad de las canciones fueron escritas en Vancouver o en Bowen Island, en una cabaña propiedad de los padres de Bill. El luminoso de Bowmac era un antiguo cartel de neón de 1958 que, en mi estupor etílico, solía cruzarme de camino a casa. Está todavía allí, pero ahora con un cartel de 'TOYSRUS' encima. Cosmea era el nombre de la chica que trabajaba en el Railway Club, una sala de conciertos fantástica que solíamos frecuentar. Outlaw fue escrita de vuelta a Londres con Randy Bachman, un gran tipo, estábamos en la misma editorial. Escribí By The Time My Head Gets To Phoenix después de ver un programa de noticias sobre unos ingleses que, después de su muerte, querían enviar sus cabezas a un tanque criogénico en Phoenix, Arizona. Tres canciones van del suicidio de uno de mis mejores amigos, Joel Dix. Todavía le echo de menos.”
Con estas sencillas palabras recordaba su autor la publicación de Normal for Bridgewater veintiún años después. Una muesca más para un tipo que siempre mereció dejar una huella más profunda. Lo hizo en algunos de nosotros que, todavía hoy, seguimos el rastro de sus trabajos más recientes, igualmente excelentes. Pero Normal for Bridgewater fue y es especial por muchas razones. La primera de ellas era que por fin conectaba a Peter Bruntnell con un anhelo que parecía haber eludido sus anteriores episodios discográficos. Cannibal y Camelot for Smithereens, los dos primeros álbumes de Bruntnell, apuntaban maneras y presentaban a un compositor inmaculado, aunque todavía demasiado tímido como para marcar un rumbo propio a sus canciones. El talento ya asomaba, claro, pero estaba sepultado por una evidente falta de timón sonoro.
Tendría que ser una estancia temporal en Vancouver, lejos de la metrópolis europea en la que el músico había crecido, la que brindara la oportunidad al británico para conectar con esa nueva generación de vaqueros yankees que habían desenterrado el discurso enraizado a comienzos de los noventa. Nunca sabremos muy bien si fue algo premeditado o el destino lo quiso así, pero aquel sonido de roble y de piel acústica, el eco centenario de las montañas canadienses y la verdad infalible de la pedal steel, parecían encajar como un guante en el perfil del músico Kingston Upon Thames. Puede que su carné de identidad dijera algo distinto, pero las canciones de Peter Bruntnell siempre irradiaron alma americana. El peso de la carretera, las luces de neón y los personajes empujados a tomar una salida así lo atestiguan.
Así Cosmea es lo más parecido a una canción netamente country que el británico firmaría en toda su carrera. Ayuda que a la mezcla se unan Dave Boquist y Eric Haywood, dos de los miembros originales de esa formación fundamental del country alternativo llamada Son Volt. Pero no se equivoquen: Normal for Bridgewater no es un simple ejercicio de estilo. Forgiven eleva el tono a base de guitarras distorsionadas y ganchos melódicos. Le sigue By The Time My Head Gets to Phoenix, la más luminosa de la colección y en la que Bruntnell hace gala de ese humor cáustico, británico por supuesto, casi siempre desperdigada en pequeñas dosis en sus álbumes. Shot From a Spring recuerda a los Crazy Horse más torrenciales. O incluso a los The Sadies más crepusculares. Jurassic Parking Lot centellea con su armónica celestial. Su coda de aires honky-tonk es capaz de transportarnos de golpe a ese paisaje de graneros y maizales de la old-time music.
N.F.B. -guiño al rótulo principal del disco- y Handful of Stars nos obligan en cambio a lanzarnos a la autopista en busca de una brújula que casi siempre apunta a la barra de ese bar. ¿Cuál? Quizás el único abierto a esa hora en la que los últimos valientes y los primeros incautos se cruzan al olor del café y la nicotina. Quizás el mismo en el que Bruntnell escribiría la mayoría de las canciones de este Normal for Bridgewater. Un álbum fraguado a la luz de medianoche, tragicómico, agridulce, tremendamente humano. Nacido de un sueño: el deseo de su autor de empaparse de la travesía norteamericana. Lo hizo y nos dejó uno de los discos fundamentales del género. Después, casi como si nada de esto hubiese pasado, siguió su rumbo, siempre guiado por el sacramento de las canciones. Bruntnell regresaría años más tarde al sur de Londres para convertirse en uno de los compositores más respetados a orillas del Támesis. Quizás no el más conocido o el que más titulares recibe. Pero sí uno de los más queridos. Por sus canciones eternas le conoceréis.
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